Dios confía más en nosotros que nosotros mismos

Jesús se manifiesta (Juan 21, 1-14) por tercera vez a los discípulos tras la resurrección, esta vez a orillas del mar de Tiberíades, cuando no habían pescado nada tras una noche de dura brega. Se fiaron de Él lanzando por enésima vez las redes a la derecha de la barca y pescaron hasta casi reventarlas. Luego les invita a desayunar el pescado que estaba preparando en la misma playa: ‘Venid y comed.’ Jesús toma el pan y se lo da; y de igual modo el pescado.

En mi anterior reflexión trataba de ahondar en la teología de la gratuidad y ahora, esta semana, la liturgia nos presenta lo que podríamos llamar la teología de la confianza: se fiaron y volvieron a lanzar las redes cuando cualquiera de nosotros le hubiésemos explicado a Jesús que no entiende mucho de pesca y que una noche faenando es suficiente para seguir alimentando la frustración y el enfado de volver a tierra sin nada.

Encuentran pescado, en una cantidad exacta de 153 que, al parecer, era el número de especies piscícolas que, en aquel entonces se conocía y, por decirlo así, podría significar que iban a ser pescadores universales, en este caso de personas de todos los lugares de la humanidad entonces conocida.

Los apóstoles habían vuelto a sus labores de pesca al haber dejadola vida de seguimiento de Jesús que, tras su muerte, resultaba imposible compaginar ambas cosas. Pero Jesús insiste en que su labor con su Misión no ha terminado y además aprovecha para disipar todas las dudas que podían albergar sus corazones. Y por eso les ofrece algo de comer por si alguno creía que se trataba de un fantasma. Comiendo pescado les demuestra, así, que su resurrección ha sido real aunque la manera de explicarlo el evangelista sea muy terrenal. Lo importante es que el Resucitado mantiene su mano tendida llena de amor con sus amigos porque cree en ellos más que ellos mismos aunque estos le fallaron en los momentos más necesarios. Y lo hace como siempre, buscando de nuevo su colaboración, ahora desde una nueva realidad.

Una realidad que llamamos evangelización, la cual que exige mantener una gran confianza por nuestra parte, una vez que por la fe tenemos la experiencia de lo les dijo a sus amigos y nos sigue diciendo, es verdad: que sigue confiando también en nosotros y nosotras para seguir su tarea y que su amor no fallará nunca. Quizá no se nos aparezca en una playa en pleno desánimo profesional, pero nos acompañará todos los días de nuestra vida. Solo requiere confianza por nuestra parte, seguir echando las redes donde hasta ahora no hemos pescado nada.

Confianza y perseverancia. He aquí la lección.

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