Otra gota en el océano

Con mis reflexiones, solo pretendo compartir la fe con otras personas, desde el respeto a sus creencias, sean estas las que fueren. Lo digo porque hoy voy a ser poco original al referirme al papel de la mujer en la Iglesia. Pasan los años, y cada vez lo veo más como un problema cultural. Dos mil años son muchos años para ser un problema solo cultural, me dirán. Acepto el matiz pero es que en el caso de la mujer, dos mil años es un único tiempo cultural, para su desgracia, que ha comenzado a cambiar desde hace unas décadas. Estudiando yo en la universidad, la Constitución fue aprobada y fue cuando se permitió ejercer a la mujer derechos básicos sin la tutela del marido. Y todavía en más de medio mundo, la mujer sigue siendo tratada como una inferior a todos los efectos.

San Pablo, al que se le ha adjudicado la leyenda de misógino, afirma en su carta a los Gálatas (3,28): “No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús”. No parece que el texto admita muchas interpretaciones. Algunos argumentan que el contexto en el que Pablo está hablando aquí es un contexto de salvación, y no de roles. Y que si intentamos aplicar este pasaje a los roles, estamos sacándolo del contexto en el que fue escrito.

De nuevo Pablo desmonta este argumento en la carta a los Filipenses (1, 8-12) cuando habla del esclavo y el libre, cuando le ruega a Filemón que deje libre a Onésimo, quien era su esclavo. Sí, ellos eran iguales en dignidad delante de Dios, a pesar de que sus roles arraigados socialmente eran el de esclavo y libre respectivamente.

Tampoco se puede negar que en Proverbios 31 aparece la mujer como una persona muy inteligente, con muchas capacidades, incluyendo el liderazgo y los negocios. Las diferencias en el liderazgo entre hombres y mujeres están, en todo caso, en las formas de liderar. Son diferentes y eso enriquece la forma de relacionarse hasta el punto de que ahora se habla claramente de la importancia de los equipos conformados por ambos sexos por la riqueza relacional que aporta, empezando por los equipos de trabajo profesionales, tan competitivos ellos.

El verdadero potencial se alcanza cuando ambos géneros se dan cuenta de que cada uno tiene dones y habilidades diferentes para desarrollar cualquier función; no mejores ni inferiores. Y cuando trabajan en equipo entendiendo sus roles, cada uno puede ayudar el otro a cumplir objetivos, incluido el de implantar el Reino. La realidad es que no somos nada sin Cristo pero somos mejores juntos cuando se nos reconocen como iguales.

Francisco ha dado ejemplo incorporando mujeres a la Comisión Teológica Internacional, a las comisiones que investigaron las finanzas vaticanas y a la nueva Comisión Pontificia de Protección de Menores y celebró que se haya superado el antiguo modelo de subordinación social. Pero el cuadro general de la mujer en el mundo presenta todavía muchísimos puntos negros. Uno de ellos, en mi opinión, esta falta de equiparación del varón y la mujer en la Iglesia que tiene su punto claro de subordinación.

Seguimos confundiendo el sacerdocio sacramental con el sacerdocio común de los fieles. En la Iglesia católica, el sacerdocio ministerial es un servicio al Pueblo de Dios y no una cuestión aristocrática; es más, esto último es precisamente un abuso del sacerdocio ministerial semejante al que contaminó el fariseísmo y saduceísmo de los tiempos de Jesús. Señalo también la paradoja que supone que la más grande en el Reino de los Cielos en honor y santidad de entre los santos y santas, -excluida la humanidad de Cristo- es María, que no fue varón ni tampoco revestida por Dios de ningún carácter sacerdotal al uso eclesiástico.

Juan Pablo II cerró la puerta a la paridad de carismas y Francisco no parece dispuesto a derogar la carta apostólica Ordinatio Sacerdotalis. Una pena, porque ahí quedan lagunas evidentes como las diaconisas, las ordenaciones a mujeres en otras iglesias cristianas o lo dispuesto en el Conclilio Vaticano II sobre los consagrados casados ortodoxos.

Cuanto más leo sobre este tema, me convenzo más de que la verdadera raíz del “no” es cultural, aunque mis opiniones se queden en una gota más para el océano. Pero el océano va cogiendo un volumen importante.
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