La verdadera misericordia: Francisco Martínez Fresneda, OFM.

La verdadera misericordia

Estamos ya en la Parte Primera de estas glosas. Es muy gruesa, a su vez, la convicción de Francisco: que nadie te haga impedimento –le dice al Ministro-. O mejor todavía: que nadie te pueda. La razón reside en el plan divino: “debes tenerlo todo por gracia”. Me recuerda la novela de cura aquel – lo leíamos de jóvenes- de Bernanos, que entre tanto pesar, al final se muere diciendo esto mismo: todo es gracia. Pero para eso se necesita mucho empuje del Espíritu que irrumpe del Padre y del Hijo. O mejor todavía: se necesita mucho amor como el del Padre Dios con sus criaturas. Ninguna de éstas crece si no es por gracia. El mayor milagro que se echa uno a la cara es cuando ves a alguien que transforma la adversidad en gracia. Es lo acontecido con el Señor Jesús. De ahí que Fresneda nos entre a tres pasillos de la Casa salvífica (la Casa de la Fe, que dice Pablo). a) El inevitable sufrimiento de Jesús; b) La obediencia entendida como una relación de amor; c) Todo es gracia. En cada casilla, va nuestro autor colocando los cuadros que cuadran debidamente, a saber, textos de Francisco. Por ejemplo, dar esta gracia por ser creados, pero también por ser redimidos por “su cruz, sangre y muerte” (Test. 15). Ocurre ahora de inmediato (pp. 22 y ss) un apuntamiento (en el sentido etimológico de punta). Punta de lanzamiento. Es este: explicar la salvación solo por los sufrimientos de Jesucristo achica el panorama. Duns Escoto abre el foco, sin embargo: el plan de Dios se muestra harto en los motivos de la Encarnación. Este plan importa, y mucho, en el proyecto de salvación. La Encarnación es más que el pecado, es decir, habría ocurrido de todos modos, en cualquier caso, porque suponía desvelar la auténtica finalidad de la creación, a saber, dar a Dios la gloria que le corresponde al Hijo.
Descalzo La Segunda Parte se centra en Amar y Contemplar. Pone sus reales en otro párrafo cumbre de la Carta: hay que amar hasta a quienes te hacen esto doloroso. Esto es ya duc in altum (rema adentro). Y reza así: “no quieras otra cosa de ellos, sino lo que el Señor te diere”. Aspirar a lo alto conduce a la conformidad activa. Uno querría más cosas buenas que esas que me importunan. Pero sería un defecto de quevedos con astigmatismo. Y por si tienes tentación de alejarte un día, y ahí os quedáis todos, que me voy y tiro el cargo, dice Francisco: “ten esto por más que un eremitorio”, porque era ese el nido, el anhelo. La Parte Tercera decide meternos en otros tres pasillos, si queremos ser misericordiosos al estilo de Padre Dios, que lo es. Hete aquí el tranco más arduo: que no exista pecador que “después que haya visto tus ojos, nunca se retire sin tu misericordia si busca misericordia”, dice Francisco. Más: “Y si no buscara misericordia, pregúntale tú si quiere misericordia”. Los tres pasillos de la misericordia subsuman los tres movimientos del Espíritu del Padre: Dios es compasión; es consolación; es misericordia. En la Alianza Nueva se lanza el surtidor nuevo, el que completa la Ley y los Profetas.
Bendición de San FranciscoEn las últimas páginas Fresneda nos lleva hacia el fabordón, puesto que el contrapunto es este: Francisco es quien ha cumplido la Carta con su vida. De atreve a aconsejar. Decir y obrar no eran senderos que se bifurcan. Obras pide, no sólo razones para el Ministro. Un acierto este final. Un acierto más notable todavía haberse plantado ante la Carta y revivirla. Dios te pague, hermano Fresneda el tiempo ahí ocupado. Y en fin, un consejo de amigos: cojan la portada de la obra, háganle una foto (o muchas) y háganse un poster para su habitación. Es que está Francisco doblando el espinazo y entregándose al leproso. Y éste tiene mira entre asombrado y agradecido. Todo son ojos. No me digan que no nació ahí la Orden franciscana, porque el leproso (Dios en él) parió al nuevo Francisco. Oye, y qué humildes los de la editorial de Oñate. No ponen por ningún sitio cómo se llama el pintor. Lo descubriré para felicitarlo.