Abad de Cardeña: «Seguimos nuestra vocación monástica»

-A los 17 años ingresó en San Pedro de Cardeña para comenzar el noviciado. ¿Qué llevó a un pradejonero hasta Burgos?
-Me inicié en mis primeros años en el Seminario de Logroño y de ahí pasé al monasterio de San Pedro de Cardeña, por los caminos de la providencia supongo; por mediación de un sacerdote que sabía que había chicos en un colegio monástico en Burgos, y con la orientación de mi madre, aquí aterricé y aquí sigo aún.
-Conoce como nadie el monasterio, porque ha desempeñado prácticamente todos los cargos y servicios del mismo. ¿Qué nuevo reto supone para usted haber llegado al máximo puesto de responsabilidad?
-Entré muy joven y he pasado por todos los servicios y funciones normales de un monasterio, pero el cargo de abad supone prestar un servicio desde arriba, con una responsabilidad total. Los servicios que he prestado en la comunidad con anterioridad han sido siempre de una responsabilidad parcial, pero ahora prácticamente hay que englobarlo todo, porque las decisiones últimas las toma, evidentemente, el abad.
-Y hace ya el regente 130 de la casa.
-Contando desde los abades benedictinos sí, aunque después de la desamortización hubo un hiato de casi un siglo, un paréntesis muy largo, y la vida monástica se reinició ya en 1942 con una orden distinta, la cisterciense, y dentro de ésta sería el abad número seis.
-Le toca, pues, regir un monasterio que actualmente componen 21 miembros, de edades y procedencias muy diversas. ¿Se sienten esas diferencias o se busca y se trata de lograr un lugar común para todos?
-Es un grupo muy heterogéneo, por lo que es normal que haya diferencias entre los más jóvenes y los mayores, pero lo cierto es que estamos perfectamente integrados y sabemos comprendernos, los mayores a los jóvenes, y éstos a aquéllos, haciendo también un esfuerzo de adaptación. Y creo que afortunadamente hay un buen clima.
-Un lugar con mucha historia, donde el Cid dejó a su mujer e hijas antes de marchar al destierro y donde descansaron también sus restos.
-Sí, de hecho es el monasterio cidiano por excelencia, y aunque ahora sus restos están en la catedral, siempre ha mantenido ese espíritu y ese aroma. Es un monasterio emblemático aquí en Burgos, muy célebre desde el punto de vista histórico y cultural, porque junto con el Monasterio de las Huelgas y la Cartuja de Miraflores, compone una trilogía de lo que es Burgos y su entorno. Además, curiosamente, en este momento coincide que los superiores de estos tres centros somos riojanos: la abadesa de las Huelgas, el prior de la Cartuja y yo mismo, hace poco nombrado abad también.
-Se dice que en él fueron martirizados 200 monjes durante la invasión árabe.
-Es uno de los timbres gloriosos de este monasterio, que tiene muchos. Desde que sucediera, en el siglo X, los 200 hermanos han sido considerados patronos de este monasterio y se les ha asociado a la devoción del mismo, sobre todo desde el siglo XVI y hasta nuestros días.
-Pero recibieron reconocimiento con su canonización en 1603. Sin embargo, el monasterio tiene otros capítulos oscuros que han quedado ahí, como su conversión en campo de concentración durante la Guerra Civil.
-El primer capítulo oscuro del monasterio como tal, como morada de monjes, tuvo lugar en 1808 con la invasión napoleónica, cuyo aniversario estamos conmemorando este año. Posteriormente, con la desamortización de 1835, desaparecieron los monjes, así que a pesar de que continuaba siendo un monasterio le faltaba el alma, la comunidad. Hubo varios intentos de recuperación y fue destinado para diversas actividades. Su último destino, antes de que vinieran los cistercienses a poblarlo, fue, por desgracia, servir como campo de concentración, aunque los monjes en este asunto no tenían nada que ver.
-Tan vinculado, pues, a la historia, ¿ha cambiado mucho en su forma o en su concepción a la luz de los tiempos modernos, en los que la vocación parece escasear?
-En principio nosotros seguimos nuestra vocación monástica cisterciense, con nuestras tradiciones. Es cierto que se han remodelado ciertos aspectos externos, pero en sus fundamentos no puede cambiar, porque acabaríamos con la esencia misma de la vida monástica. Sí que se ha modernizado en cuanto a sus dependencias, e incluso en ciertas costumbres accidentales, pero que en nada tocan a la vida monástica reglada.
-Disponen en la casa de un servicio de hospedería. ¿Es un buen modo para que la gente pueda encontrarse hoy de algún modo con esa religiosidad?
-El hospedaje al peregrino entra dentro de la tradición benedictina y también a nosotros nos afecta ese espíritu, puesto que nuestros padres fundadores del Císter lo asociaron al nuevo carisma. Así que siempre se ha mantenido este aspecto de acogida al hombre de la calle que necesita tranquilidad, paz, encontrarse consigo mismo. Es un lugar de acogida en el que los huéspedes pueden participar también de algunos aspectos de la vida monástica, colaborando en los coros o asistiendo a los rezos de los monjes. Es algo muy provechoso para el espíritu humano de hoy, tan turbulento y tan agitado.
-En San Pedro de Cardeña se cumple a rajatabla aquello del 'Ora et labora', basando su economía y su trabajo en el envejecimiento de vinos para su venta, los 'Valdevegón'.
-Es uno de los medios que tenemos para subsistir y para que el monasterio subsista. Poseemos una hermosa bodega, que ocupa el semisótano norte del monasterio, con unas condiciones óptimas para ello, por lo que nos pareció oportuno montar una pequeña explotación para la crianza de vinos.
-Su nombramiento le coloca en el cargo por 6 años. ¿Y después?
-Antiguamente los abades solían ser vitalicios, elegidos para toda la vida. Pero después de la celebración del Concilio Vaticano II, el deseo de la Iglesia es que los plazos se acorten, para dar lugar a nuevas entradas. En mi comunidad optamos desde hace unos años por esta fórmula de los seis años, porque es muy cómoda y cabe la posibilidad de que si, una vez transcurridos los mismos, la congregación está interesada, se pueda reelegir al candidato. Pero normalmente seis años es suficiente tiempo para conocernos tanto el abad a la comunidad como la comunidad al abad. Así que, si después de ese tiempo se abandona el cargo, uno vuelve a la vida comunitaria normal, como un monje más, dispuesto a prestar servicio donde lo requiera su futuro abad.