Azagra: «Me gusta acercarme a los que no tienen fe... todavía»

«Menuda pieza de obispo que nos han traído. ¿Pues no va por los bares?» La pieza se llamaba Javier Azagra y estaba recién llegado a la Cartagena del año 1970. Ya llevaban algunos años pululando en parroquias humildes los llamados curas obreros, que trabajaban entre y como albañiles, mecánicos o lo que estuviera a mano. Una revolución. Entre obreros, en nombre del Evangelio, enseñaban las libertades y derechos del hombre como hijo de Dios, que fácilmente devenía en los derechos y libertades de las personas en el orden social.Lo entrevista Ginés Conesa en La Verdad.

O sea, que muchos de aquellos curas obreros extendían su sotana como manto protector de la avanzadilla de oposición al régimen franquista. Pero de los obispos todavía se tenía un criterio muy jerárquico y clasista (príncipes de la Iglesia, se les llamaba), figura que no casaba con aquel obispo auxiliar que se instaló en la ciudad que da nombre a la Diócesis. Y es verdad, el obispo iba de vez en cuando por los bares porque cualquier lugar es bueno para evangelizar. Y él lo tiene muy claro: la cercanía, el afecto y el buen humor es su mejor arma para las almas. Pronto la pieza se convirtió en una generalizada corriente de simpatía.

-¿Es consciente de que se le aprecia mucho?

-Bueno, la gente se porta bien conmigo. Les agrada ver a un obispo de cerca y hablar de cosas sencillas con ellos. El domingo pasado estuve con los moteros.
[Pone cara de niño travieso]
-Siiiiiii. Todos los años..., y como estaba celebrando Misa, en la catedral, no pude salir a tiempo de saludarles y bendecirles. ¿Y qué hice? Me llevaron a Archena y allí, conforme llegaban moteros yo les bendecía, y corriendo a Blanca y otra vez a bendecir. Y de Blanca a Calasparra, lo mismo&hellip Calasparra. Mi padre tenía una tienda de ultramarinos en Pamplona. Debajo del arroz ponía Calasparra. Cuando visité por primera vez Calasparra, de obispo, recordé lo del arroz de mi padre y me dije: «Ya sé lo que es Calasparra, mucho más de lo que yo me podía imaginar».

-¿Dice que lo de las motos es todos los años?

-Sí. A mí me gustan las motos. Yo iba en moto cuando era coadjutor en Caparroso. Allí, en Navarra, lloviendo, nevando y yo en mi moto de un pueblito a otro. Un día cayó una piedra del monte, bajaba rodando y pegó en la rueda delantera. Por poco me mata.

-Y se pasó al coche.

-Me lo compraron. Todos los párrocos pusieron mil pesetas cada uno y me regalaron un cochecito. Ya no pasaba tanto frío. Siiii.

-«Me tiraron al suelo, me golpearon y me dejaron con el culo al aire». ¿Le suena?

-[Duda] ¡Ah! Sí, cuando me atracaron. Ellos no sabían quién era yo&hellip Tres jóvenes. Drogadictos parece que eran[La frase entrecomillada la dijo el obispo Azagra contando cómo fue el ataque que sufrió a principios de año. Intenta restarle importancia]. «Yo he trabajado mucho con los jóvenes. Todavía lo hago cuando me llaman».

-Tiene facilidad para contactar con todos, jóvenes y no jóvenes.

-Me gusta hablar con la gente y, sobre todo me gusta acercarme a los que no tienen fe&hellip todavía. Y digo la palabra todavía con toda intención. Siempre cuento lo de mi padre. Mi padre no tenía fe. Era argentino. En época de mi abuelito los mandaban a Marruecos de soldados. Y muchos en vez de irse a la mili se iban a Argentina. Mi abuelito fue de éstos. Se fue a Argentina. Entonces la novia de mi abuelito se subió a la copa de un árbol y dijo: «Si no me dejáis ir a la Argentina me tiro de este árbol». Le dejaron ir a Argentina. Allá se casaron y allá nació mi padre. Al volver a Pamplona, mi padre no tenía fe y no iba a misa. Mi madre y todos los hermanos sí.

-¿Y cómo le sentó que usted se hiciera cura?

-Yo iba para ingeniero industrial y tenía buenas notas. Mi padre me dijo: «Ya sabes que no tengo fe y yo iré a tu misa, pero sin sentir nada». Y así hizo. Años después, cuando ya estaba de cura en Tafalla, me llamó y me dijo: «Javier, tengo fe, quiero confesarme contigo». Le confesé. Y mi madre y todos los hermanos se pusieron muy contentos. Entonces eso me ha ayudado a tratar con los que no tienen fe, todavía. Mientras tanto, el cariño con que nos tratábamos mi padre y nosotros, también me sirve de ejemplo para aceptar al que no tiene fe porque esto no le exime de que pueda tener valores humanos muy grandes.

-No considera excluyente el hecho de que no tengan fe.

- Claro que no. [prolonga la negativa como pasándote una confidencia.] Claro que no y hay que estar cercano ¿por qué no tienen fe? ¡Qué sé yo! Pero tú debes estar ahí, tratándoles con respeto y diciendo las verdades de Jesucristo. Yo procuro ir a todos los sitios que me invitan. No me importa que no sean reunión de Iglesia, porque tengo paciencia y porque pienso que son como mi padre: que no tienen fe... todavía.
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