Carrillón de la Giralda

Entre la muchedumbre devota o curiosa, era un puntito más del gentío apiñado cabe la catedral. La hora de entrada de la custodia con el Santísimo era la de las 12 del mediodía.
Efectivamente: Dió el relog de la catedral hispalense las doce y..., de repente, el enorme Carrillón del Giralda empezó potentísimo, atronando, a lanzar en vuelos a los cielos, a todos los ámbitos su sonerío de gloria... Entré en la catedral para recibir la bendición final con el Santísimo que nos impartió nuestro cardenal... Después, al convento andando, pero llevando en el alma la gloria de Dios...
Y por la noche, en un monento, después de despedirme en la capilla de la comunidad del Cristo del sagrario y de mi Dulcinea Celestial la Virgen del Perpetuo Soccorro, en el silencio de mi celda conventual, estos alejandrinos.
Carrillón de la Giralda
Eran las doce en punto del gozo en que la gloria
oyó en el sol el rayo que atronó en Sacramento.
Cuando bandadas de ángeles palomearon los vuelos
para encender los cielos de Corpus sevillano.
Eran las doce en punto de la Fe que adoraba
desde el mar que en sus llamas acercaba las olas
en tendidas miradas espejando en los ojos
las luces irradiadas del fulgente misterio.
Eran las doce en punto del silencio que hablaba
el aroma de incienso a sabor de primavera,
que aprendió de azahares, de claveles, de rosas,
luciendo en las peinetas gracias sobre caireles.
Eran las doce en punto de ángeles campanas,
de campanas palomas, de ángeles palomas,
ángeles, palomas, campanas…
¡Eran las doce en punto de presencia de Dios!
ASTOR BRIME