Cases: "Me siento canario, ahora ésta es mi tierra"

Cuenta Angeles Arancibia en Canarias7 que la Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández - «En Orihuela, su pueblo y el mío ...»- es el nada original arranque de la entrevista con el obispo de Canarias. Es viernes 19 de diciembre y él, desde una butaca de su despacho de la plaza de Santa Ana, asegura que no le molesta el tópico. Es más, recita parte del archifamoso poema, tan ligado a su lugar de nacimiento. Francisco Cases nació en Orihuela, el pueblo de Miguel Hernández, en octubre de 1944. Se le ha pedido que cuente su vida. De dónde viene el obispo Cases.

«De una familia muy sencilla», responde. Sus padres, Paco y Consuelo, tuvieron cuatro hijos, todos varones, y les tocó criarlos en «unos años que no son fáciles» en España. Un hecho determinante de la infancia del obispo es la marcha de su padre a la ciudad de Nuremberg. Es de los primeros en emigrar a Alemania. Paco Cases padre pasó once años trabajando en fábricas textiles y de otro tipo. Sólo regresaba a Orihuela por Navidad y en verano era su esposa, Consuelo, quien lo visitaba en compañía del más pequeño de los hermanos.

La modesta economía familiar no impidió que en pleno años 50 el futuro obispo de Canarias cursara la enseñanza media, la única forma de acceder a la universidad. «Entonces era muy frecuente que compañías religiosas fuertes tuvieran colegios en zonas céntricas de las ciudades y que con lo que sacaban mantuvieran otros en zonas menos favorecidas».

Gracias a este sistema, los dos mayores de los Cases Andreu, «una familia sin recursos ninguno», estudian en el colegio que entonces regentaban los jesuitas en Orihuela. «Cuando mi padre marchó a Alemania, me dejaron seguir sin pagar. Eso siempre lo he tenido yo como un privilegio, como un orgullo institucional».

«Son años muy felices de infancia, con muy pocos traumas, a pesar de que los métodos pedagógicos de entonces no serían comparables a los de hoy».

Paco Cases hijo terminó el PREU -el curso que entonces daba acceso a la universidad- y superó los exámenes en la Universidad de Murcia. «Durante todo ese curso lo había estado pensando y al final decidí entrar en el seminario». El seminario diocesano entonces estaba en Orihuela, después se trasladaría a Alicante.

Acaba en el 67, con 23 años. Todavía no puede cantar misa, porque la edad mínima está fijada en 24. «Me llamó el obispo (de Orihuela- Alicante) para que fuera su secretario. Era una figura que hoy en día no es habitual. Era muy comprometida, vivías en la casa del obispo, conducías su coche, llevabas su despacho, las visitas, el correo, incluso gestionabas la casa».

Roma

Con el obispo Pablo Barrachina, -que acaba de morir con 96 años-, Cases pasó ocho años. Al principio, la sede del obispado estaba en Orihuela, pero al poco se trasladó a Alicante. «Ésta es la ciudad donde más tiempo he trabajado como sacerdote».

Ya ordenado -lo hace en 1968-, y con 31 años, Barrachina lo manda a estudiar a Roma, donde pasa siete años, se licencia en teología y trabaja en la tesis doctoral.

Entre la secretaría de Barrachina y la estancia en Roma sumaban 15 años y aún no había logrado hacer lo que le había llevado al seminario. «De las muchas cosas que un sacerdote puede hacer, lo que me llevó al seminario, lo que yo tenía ganas de ser, era cura de pueblo, cura de parroquia. Yo lo comparo con la medicina general, con el médico que sabe un poco de todo. Eso es lo que siempre me ha gustado más».

Por fin se cumplen sus deseos. «En 1982 aterrizo en la parroquia de Nuestra Señora del Rosario de la Florida, un barrio periférico de Alicante. Los barrios periféricos son siempre muy vitales. Estoy enamorado de aquellos cinco años. Me entregué muchísimo, pero creo que disfruté más. Fueron años de felicidad total»._Compatibiliza la parroquia con las clases que da en el seminario. En 1987 lo trasladan a la parroquia de La Inmaculada. «Su cara era de personas de clase media y alta, pero en la trasera era un barrio marginal. Fueron tres años también muy felices».

En 1990 lo nombran vicario episcopal de la ciudad pero no le quitan la parroquia. «Mi vida empieza a complicarse. Se iba reduciendo el espacio para el mundo de lo privado». Al poco y sin dejar la vicaría, aunque sí la parroquia, le nombran rector del seminario.

«Los cambios, para lo sacerdotes, son las experiencias más duras porque echas raíces, yo lo comparo al traslado de los bonsais».

Estamos a mediados de los 90, la población de Alicante se dispara -como ocurre en Canarias, observa-, y el obispo de Orihuela- Alicante pide un obispo- auxiliar a la Santa Sede para poder llevar a cabo el trabajo. Cases es el primero en ocupar ese puesto. Después, en 1996 lo nombran obispo de Albacete, donde pasa diez años. «Era una diócesis diferente a la de Alicante, con la tercera parte de habitantes pero cuatro veces en territorio. Planteé mi vida como la de un párroco. Traté de hacerme presente en todos los sitios. Era fácil hacer 5.000 kilómetros de coche al mes».

Después de 10 años, Canarias. «No ha sido difícil la adaptación». A su juicio, tiene mucho en común con Orihuela-Alicante por la población, la emigración, el contacto con África y el turismo. También Las Palmas de Gran Canaria y Alicante comparten una cara de prosperidad junto a «tremendos desequilibrios». Y está además «el carácter tremendamente acogedor de los canarios, son muy cariñosos. Nunca he vivido como problema el ser un obispo no canario».

Ante el poder: «Me siento libre»

«Buena, en todos los sentidos», contesta el obispo cuando se le pregunta cómo es su relación con los políticos, con los titulares del poder civil. «Soy conocido por todos, con todos me encuentro con facilidad. Por principio, respeto la autoridad constitucional, pero me siento muy libre y siempre he dicho que esta relación no me impide para nada pronunciarme sobre cualquier acontecimiento. Me debo a unos principios». «No soy persona», agrega, «que busque el encontronazo, pero creo que soy claro cuando tengo que definirme sobre cuestiones claras». «El sacerdote y el obispo, en la política, tienen que ser muy libres y muy independientes, subraya.


De la pared que hay detrás de su mesa de despacho, cuelga una caña de pescar. Es larga, tiene puesto el sedal y la típica boya de corcho pintada de rojo y blanco. Ante la inevitable pregunta de si le gusta la pesca, Cases sonríe porque no debe ser la primera vez que le sucede, y aclara: «Me la regalaron en una parroquia. La tengo ahí por su significado simbólico: sucesor de los Apóstoles, pescadores de hombres. A mi padre le encantaba la pesca con caña para martirio mío, pero yo no tengo paciencia, antes me tiraría al agua a coger el pescado con las manos». En otro lado del despacho, una pértiga de pastor. También un regalo de una parroquia, y también un símbolo.

Uno de los gestos que más se ha valorado en el obispo de Canarias es su rápida reacción cuando ocurrió la tragedia de Barajas en agosto. Francisco Cases, que estaba de vacaciones en Alicante, cogió el coche y marchó a Madrid, para acompañar a las familias de las víctimas. «Se me ha valorado mucho por eso, pero yo no podría haber hecho otra cosa».

Inmigración: «Habría que preguntarse si estamos suficientemente vueltos a África, en proporción a la cercanía física», se pregunta Cases cuando se le pide que se pronuncie sobre la inmigración. «Tenemos más los ojos puestos en América y no digamos en Europa, cuando África está tan sólo a cien kilómetros en línea recta. Aunque mucho se ayuda en Cáritas y en las parroquias, la inmigración de los cayucos la vivimos más en los periódicos que en la calle. O los trasladan a ellos por la repatriación, o ellos se trasladan porque es a Europa continente a donde quieren ir. La emigración es un derecho y la africana tiene una connotación artificial muy manejada por mafias, cuando debería estar controlada en los países de origen. África», continúa, «es un continente abandonado, olvidado. Es un síntoma negativo más del desajuste mundial. O se ayuda a los inmigrantes o no tienen más alternativas que saltar o morirse».

Cases enlaza la pregunta sobre la emigración con otra que se le hace sobre pobreza y crisis económica. «Cuando visito Lanzarote y Fuerteventura me dicen que muchos inmigrantes se han marchado por la crisis. En el análisis de la crisis mundial hay que distinguir qué tipo de crisis es, sus causas y el aspecto ético. Nos hemos acostumbrado a analizarla con fórmulas matemáticas, pero el paro es un problema moral, un problema ético». Habla de la burbuja financiera, de las hipotecas que no se pueden pagar y de la intención de que los despidos sean más flexibles. «En un sistema que funciona así se olvidan los aspectos éticos: el dinero tiene todos los derechos y el hombre no es más que un instrumento. Para salvar a los bancos y el armamento sí hay recursos en las almacenes de dinero de los estados, no para el hambre; para esto no alcanza».

Violencia: «Falta una educación integral»

La pregunta es sobre el fenómeno de las mujeres asesinadas por sus parejas. «Absolutamente condenable, pero no olvidemos que es un aspecto del fenómeno, más amplio, de la violencia. Habíamos vinculado la violencia con la guerra, que era algo que estaba a muchos kilómetros; de pronto descubrimos que la violencia está en ámbitos más cercanos». Cases hace referencia a situaciones que ocurren en el ámbito doméstico no sólo en relación con las mujeres sino también con los niños que sufren malos tratos. Habla también de la violencia en las aulas y en el deporte, «que es igualmente sorprendente», y recuerda al joven Iván Robaina. «Nos falta un código ético común, el problema está en las entrañas de la gente, en el corazón de cada uno», argumenta antes de subrayar que mejores leyes y más policías es sólo una parte de la solución. «El gran problema es la educación integral, la formación de personas», apunta.

A su juicio, la educación «está amenazada por el relativismo moral, una pauta cultural muy peligrosa». Hace referencia a la reciente celebración del 60 aniversario de la Declaración de los Derechos Humanos, un documento que no logra ser ese código común, porque «hay una segunda parte: la interpretación y ahí empiezan las distancias». Cases cita a Benedicto XVI antes de afirmar que «el relativismo lleva al positivismo jurídico: es válido jurídicamente lo que acordamos».

En su opinión, relativismo y positivismo jurídico «pueden herir de muerte la Declaración de Derechos Humanos: no se escogen derechos, los derechos del hombre o son para todos o no son para nadie. No vale decir este artículo ya no vale hoy. Los derechos humanos», agrega, «no se consesúan, se descubren y se reconocen; existen antes de que yo los acepte».
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