Homilía para los 75 años de ministerio sacerdotal de monseñor Raúl Méndez Moncada

La celebración de un aniversario sacerdotal es para todo presbítero una hermosa ocasión para agradecer a Dios la elección realizada en él, fortalecida con la consagración para ser configurado a Cristo Sacerdote Eterno. Es, también, un momento oportuno para reafirmar la respuesta dada a la llamada hecha por Dios y así confirmar su disponibilidad a continuar actuando como “otro Cristo”. Cuando uno de nuestros hermanos puede llegar a celebrar 75 años de vida sacerdotal solemos llenarnos de admiración y compartimos su alegría. Hoy, en este templo parroquial de San Juan Bautista de La Ermita nos hemos reunido en comunión fraterna precisamente para admirar y contemplar las maravillas de Dios realizadas a través de uno de nuestros hermanos, el mayor en edad y en tiempo de ejercicio ministerial; conmemoramos las bodas de diamante -75 años- del querido Mons. Raúl Méndez Moncada.

Lo hacemos al estilo predominantemente sacerdotal: con la eucaristía y en oración enriquecida por la Palabra de Dios. Habrá momentos para otros homenajes, ciertamente importantes, pero la mejor y más grande de las celebraciones es la de la eucaristía. No nos llevan ni nos impulsan los criterios del mundo ni los protocolos pasajeros, sino la fe en el Sacerdocio de la Nueva Alianza de Jesucristo, a quien Raúl Méndez Moncada fue configurado por la imposición de las manos del entonces obispo de San Cristóbal, el siempre recordado Rafael Arias Blanco.

La admiración con la cual acudimos a esta celebración es la nacida de la fe. Admiración con sentido contemplativo: para re-descubrir la perenne presencia de Dios a través del ministerio de nuestro hermano sacerdote. Contemplación de un misterio cierto y profundo vivido desde la respuesta segura y generosa, hecha realidad en miles de pequeñas y grandes realizaciones. Podemos hacer muchos elencos de ellas, pero todas se sintetizarán en una misma: la fidelidad de Dios quien llama, y la fidelidad de Raúl quien ha sido y continúa siendo llamado.

¿Qué podemos contemplar? Ciertamente que muchas cosas. Pero veámoslo desde esta otra perspectiva: ¿Cómo ha podido un hombre frágil responder a la llamada durante todos estos años? ¿Cuál ha sido la consecuencia de esa llamada?

San Juan de Ávila nos da algunas enseñanzas con las cuales podemos responder a las anteriores interrogantes y así poder, entonces, introducirnos en la contemplación del misterio sacerdotal vivo en Raúl Méndez Moncada. El gran Maestro de vida sacerdotal vivió momentos tempestuosos de la historia de la Iglesia. Su doctrina sacerdotal acompañó a Obispos españoles de aquella época participantes en el Concilio de Trento. Dicha doctrina, aún con las características propias del momento, mantiene una especial vigencia en los tiempos actuales.

¿Cómo ha podido Raúl Méndez Moncada permanecer fiel a la respuesta dada a Dios? El Santo de Ávila nos da la clave: es el amor de pastor. El Concilio Vaticano II va a señalarnos cómo la caridad pastoral es el principio unificador de la vida y espiritualidad de todo sacerdote. Es lógico. Además de ser hijo de un Dios que se auto presenta como “Amor”, el sacerdote es imagen del Buen Pastor capaz de dar la vida por las ovejas. San Juan de Ávila lo describe con estas palabras: “Y muy necesario es quien a este oficio se ciñe que tenga este amor” (Carta a un Predicador). Todavía más, pues es un amor que se convierte en celo pastoral: “Ha de arder en el corazón del eclesiástico un fuego de amor de Dios y celo de las almas. Bonus pastor animam dat pro ovibus suis (El buen pastor da la vida por sus ovejas: Jn 10,11), como hizo Cristo” (Plática 7 a Sacerdotes).

San Juan de Ávila cita a Crisóstomo para explicitar cómo ese amor del sacerdote se traduce en la atención de los demás por celo apostólico: “todos los clérigos son pastores, hortelanos y soldados y labradores; quiere decir: han de entender bien en el bien de las ánimas con el oficio que tiene cada uno, según el talento que Dios le ha comunicado… es menester que que tenga el amor de Dios…Esta es la vida de los clérigos, hacer las cosas con perfección, y para henchirse de amor de Dios” (Ibidem).

Si nos fijamos bien en esta enseñanza del Maestro de sacerdotes, podemos entonces contemplar cómo es lo que durante estos años ha venido realizando sacerdotalmente nuestro querido hermano Raúl Méndez Moncada. Más aún, allí encontramos la verdadera respuesta a las interrogantes y a la permanencia en el tiempo de su fidelidad: el amor de Dios hecho transparente en la caridad del pastor. Podemos entonces deducir que toda su vida ministerial ha sido el de la entrega por sus ovejas, para llevarlas al redil y poniendo como garantía su propia vida en el amor. Para ello, siguiendo las palabras del Maestro de Ávila, ha debido “henchirse” de amor; es decir llenarse del amor de Dios y dejarse guiar por él.

Este maravilloso hecho marca la existencia de todo sacerdote. Para poder actuar en el nombre del Señor y con la fuerza de su amor, debe vivir en plena comunión con Él. San Juan de Ávila hace un hermoso retrato de esta comunión existencial con Dios mismo: “Divino ha de ser quien trate con la divinidad, y a aquel Señor se ha de convertir especialmente al cual tantas veces consagra y recibe sacramentalmente… ¡Con cuánta razón se debe pedir al sacerdote que sea luz del mundo y que ponga sen admiración a lo que lo miraren; y verle tan alto con el conocimiento de las cosas divinas, que sea menester abajarse para que las flaquezas de los hombres se puedan aprovechar de él” (Tratado sobre el sacerdocio).

Son muchas las consecuencias de este testimonio de amor propio de un sacerdote: la paternidad espiritual. No en vano se suele designar al sacerdote como “padre”. Dios le da la gracia de ser “padre en la fe” a todo sacerdote. Si bien le pide la ofrenda de su paternidad carnal como señal del Reino de Dios y como identificación total al Cristo Virgen que ama sin apegos de ningún tipo, el sacerdote es un “padre” que engendra hijos en la fe y los cuida, los protege y los hace crecer con sentido de una especial paternidad espiritual. Así nos lo deja ver San Juan de Ávila: “A paso de gemidos y ofrecimiento de vida da Dios los hijos a los que son verdaderos padres, y no una, sino muchas veces ofrecen su vida porque Dios da vida a sus hijos, como suelen hacer los padres carnales” (Carta a un Predicador).

Para ello, y en sintonía con la vivencia del amor de pastor, Dios le da a todo sacerdote un corazón que sepa amar con amor de padre: “No es el corazón del padre sino un recelo continuo, y una atalaya desde alto, que de sí lo tienen sacado y una continua oración, encomendando al verdadero Padre la salud de sus hijos, teniendo colgada la vida de él de la vida de ellos, como san Pablo decía: ‘Yo vivo, si vosotros estáis en el Señor’ (1 Tes 3,8)” (Ibidem).

De muchas maneras: por el bautismo, por el sacramento de la reconciliación, por la eucaristía, por la unción de los enfermos, popr la bendición de los esposos, por acompañar a los enfermos y necesitados, por la dirección espiritual, por el celo apostólico… en fin, por su ministerio sacerdotal, Raúl Méndez Moncada puede ser reconocido como el padre espiritual de generaciones. Con sentido amoroso de quien engendra en la fe y hace crecer a sus hijos espirituales, el corazón de Raúl Méndez Moncada es el de un padre generoso, exigente sí, pero también dispuesto a acompañar a tantísimos hijos nacidos de su ministerio sacerdotal, o acompañados por su caridad pastoral.

Hoy podemos contemplar el amor de Dios Padre reflejado en el amor generoso de un padre sacerdote. Siempre habrá tiempo para reconocer todas las manifestaciones de esa realidad vivida con fidelidad en estos 75 años. Hoy, muy al estilo de la Iglesia, sin mayores protocolos, sino el de la gratitud a Dios, nos disponemos a poner en el altar eucarístico, junto con la ofrenda del pan y del vino la vida, el quehacer y los frutos en el Espíritu de estos 75 años de un hombre, tomado de entre los hombres y puesto en medio de ellos, para las cosas que son de Dios (Heb 5,1).

Esa contemplación nos permite reconocer la obra de Dios en este hombre sencillo y enriquecido por la gracia de Dios. Más aún, nos impulsa a profesar nuevamente la fe en el sacerdocio de Jesucristo, el mediador de la nueva alianza. Les invito a que ahora expresemos con un gesto, muy nuestro, esa profesión de fe en el sacerdocio de Cristo manifestado en nuestro querido hermano Raúl Méndez Moncada; por ello, les invito a que de pie, hagamos esa profesión de fe mediante un fuerte y caluroso aplauso.

+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal
5 de octubre del año 2016
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