Incorporados a Cristo

Necesitamos pararnos y rumiar en el silencio del corazón esas palabras de san Alberto Magno. Es un misterio que sobrecoge y que lanza hacia caminos insospechados de grandeza y de santidad. San Pablo ha recurrido a expresiones nuevas hasta entonces para expresar ese gran misterio. Lo dirá con palabras como: “consepultados con Cristo” (Rm 6,4), “coherederos de Cristo” (Rm 7,17), “semejantes a Él en su muerte” (Filip 3,10), “muertos en Cristo” (Rm 6,8) y “viviendo en Cristo para siempre” (Rm 8,13). Es decir, que “somos una misma cosa con Él” (Rm 6,5), “edificados y enraizados en Él” (Col 2,6). Completamente incorporados en Él.
San Cirilo de Alejandría, en el siglo V, llega incluso a decir que poseemos la misma corporalidad de Cristo: “Por un solo cuerpo, el suyo, bendice a los que creen en Él gracias a la comunión mística, y les hace ser con-corporales con Él y entre ellos” (In Joannem XI, 11, 998). San Pablo dirá que “somos miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma Promesa en Cristo Jesús” (Ef 3,6).
El gran misterio de la Encarnación de Jesucristo nos lleva a descubrir, y a celebrar, que Cristo se ha unido a nuestra naturaleza. En la Eucaristía celebramos que Cristo se adueña de nuestro corazón. Uniéndose a nuestro cuerpo y nuestra alma, reina sobre las almas y sobre los cuerpos. Entonces entendemos lo que dice san Pablo: “El cuerpo es para el Señor y el Señor para el cuerpo” (1Co 6,13). Por medio de la Eucaristía el amor de Cristo nos invade por entero y nosotros lo poseemos por entero. “Nada puede subsistir, nada puede ya entrar en nuestro cuerpo –dice Nicolás Cabasilas- cuando Cristo lo llena con su presencia y nos envuelve completamente”. Entonces somos uno en Cristo. Y podemos decir con san Pablo: “Ya no soy yo es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20). Necesitamos tiempos de silencio contemplativo para ir gustando y comprendiendo tantas maravillas: lo bueno que es el Señor.
Que Dios os bendiga a todos.
+Juan José Omella Omella
Arzobispo de Barcelona