Sábado santo

Siglos después se termina de cumplir la promesa de la verdadera libertad con la Pascua de Cristo: con su resurrección termina de derrumbar el poderío de la oscuridad para inaugurar el reino de la Luz. Y es lo que celebramos en esta, la más hermosa de las noches de este año de gracia. Cuando las mujeres se acercaron al sepulcro para ver cómo lo embalsamaban, hallaron la piedra removida y nadie en el sepulcro. Una voz les advirtió que fueran a decirles a los discípulos: “El irá delante de ustedes a Galilea. Allá lo verán como Él les dijo”.
La piedra removida es como la apertura del mar Rojo para que pasaran los israelitas. El no encontrar a Jesús, es como el reto de seguir en el camino de una alianza hacia una tierra prometida. Por eso, Él les precede en Galilea. Siempre lo va a hacer. No sólo en Galilea sino en todos los sitios por donde tengan que ir los discípulos y seguidores de Jesús. Es como la garantía de que la Pascua es poderosa y capaz de crear algo nuevo.
¿Qué es eso nuevo? La novedad de vida en la que deberán caminar todos los que sean bautizados. Una novedad de vida o vida nueva que transforma a todos y los identifica con la muerte y la resurrección de Cristo. Es importante tener muy en consideración esto: Él nos ha permitido pasar el mar Rojo de nuestras historias, al librarnos del pecado. Para introducirnos en la vida nueva de su gracia y así convertirnos en hijos del Padre Dios.
Pero aunque hayamos sido liberados de la oscuridad del pecado y de la muerte, hemos de estar siempre pendientes de no sucumbir, pues el maligno anda buscando cómo separarnos de su amor y de su comunión. De allí que continuamente y, en especial esta noche, renovemos las promesas bautismales, luego de cantar nuestro himno de alabanza, la letanía de los santos. Con este cántico nuevo, además de reafirmar nuestra comunión con Dios, uno y Trino y con los santos en el cielo, volvemos a confesar que estamos en el camino hacia la plenitud del encuentro definitivo con Dios. Y Él se nos ha adelantado para atraernos hacia Él y esperarnos, a fin de poder tener fuerza nos ofrece la gracia de su Espíritu que nos acompaña siempre.
En esta Vigilia Pascual, con el símbolo de la luz y del agua, experimentamos lo que sintieron los israelitas: la fuerza de la liberación; repetimos lo que vivieron los discípulos y sus compañeros: la luz de la Pascua. Esto nos permite entender cómo con esa fuerza liberadora de la Pascua estamos llamados a edificar un mundo nuevo. Con esta gracia y la fortaleza que nos ofrece, sencillamente, podremos no sólo ir siempre adelante, sino saber que tenemos las capacidades para vencer todo aquello que oprime (en especial el pecado y sus secuelas de muerte) y edificar un reino de Luz en nuestras familias, comunidades y nación. Al renovar las promesas bautismales estamos diciéndonos que poseemos los dones que Dios mismo nos da para hacerlo. De allí que en esta noche de alegría, podemos decirle al mundo y a tantos desalentados, que tenemos la gracia y la capacidad de vencer el miedo, la desilusión y la desesperanza. Y a quienes buscan oscurecer el camino, indicarles que somos luz en el Señor, según nos enseña Pablo: y con esa luz seremos capaces de ir eliminando las sombras de muerte con que el pecado del mundo va tentando a tantos seres humanos.
Como los Israeliitas cantaron y danzaron en la otra orilla del mar Rojo, hoy, en la otra orilla, la de la luz y de la libertad pascual, nosotros podemos cantar con fuerza, entusiasmo y decisión: ALELUYA, EL SEÑOR HA RESUCITADO Y NOS HA DADO LA LIBERTAD DE LOS HIJOS DE DIOS. ALELUYA.
Mario Moronta, obispo de Sn Cristóbal