San José, tan importante y discreto

Pero es que, además, el Nuevo Testamento, aunque no transmita sus palabras, sí que nos recoge sus gestos. Con un poco de imaginación podemos verle profundamente enamorado de María, atento a cuidar al Niño que han de honrar todas las generaciones, dispuesto a escuchar la voz de Dios cuando recibe en sueños los mensajes que le ponen en movimiento para ir a Egipto y volver de allí al tiempo debido. Y sobre todo, cuando pensamos en él, nos admira su condición de sencillo trabajador manual, artesano, mitad carpintero mitad herrero probablemente, con un pequeño taller en el que –¡maravilla de las maravillas! - adiestró a Jesús durante años enseñándole un oficio.
La Iglesia lo celebra doblemente, en su fiesta ahora y el 1 de mayo en su condición de trabajador. Con su vida nos muestra el valor del trabajo como un servicio a la comunidad, en este caso a los vecinos de su pueblo y a los próximos. Y, sobre todo, su valor santificador, pues fue en este ambiente, de hierros y maderas, puertas y arados, martillos, sierras y tenazas, donde se mantuvo fiel a su alta vocación como ejemplo para todos los trabajadores del mundo.
Era, según el Evangelio de San Lucas, “un hombre de la casa de David llamado José”. La estirpe no podía ser más principal entre los judíos. Hoy diríamos que fue un familiar venido a menos, si le juzgáramos con criterios humanos; pero la realidad es que fue en el ámbito de su normalidad, incluso de su relativa pobreza, donde se hizo realidad la llegada del Redentor.
El Mesías no vino como el Rey que esperaba Israel, sino como un niño desvalido, hijo de una joven judía y haciendo de padre un modesto artesano. Lo que Dios le pidió a José es lo mismo que nos pide a nosotros, de ahí que pueda ser un buen ejemplo: que seamos sencillos, que trabajemos bien, que sirvamos a la sociedad y, de modo especial, que estemos unidos a Jesús y María.
Un autor –Bernard Martelet- comentando las reflexiones de las gentes de Nazaret cuando se presenta Jesús: “¿no es éste el carpintero, el hijo de María?” (Mc, 6-3), señala: “¡Qué diferencia con las heroínas del Antiguo Testamento, Judith y Esther, de las que no se ahorran elogios a su belleza!”. Podríamos añadir: no hay adjetivos como los que califican a Moisés, a David, a Salomón, que exaltan su valor, su bondad, su sabiduría…
Para José no hay adjetivos porque no serían suficientes. Le ocurre como a la Virgen. Es como si la Biblia hubiera dejado que los elogios los pusiéramos nosotros. Por mi parte he empleado en esta ocasión los de importante y discreto. Pienso que sólo si somos sencillos, discretos como él, el Señor hará cosas grandes en nosotros.
† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado