Tiempo del Espíritu



Litúrgicamente, hablamos del tiempo de la pascua del Resucitado que culmina el día de Pentecostés. Ese día comienza en la historia de la salvación el Tiempo de la Iglesia.

Litúrgicamente, se retoman los domingos ordinarios (con algunas fiestas especiales en domingos subsiguientes). El tiempo ordinario es el tiempo dedicado a ver las diversas maneras de cómo Jesús se hace presente en la vida de la humanidad y cómo la Iglesia lo vive. Es necesario tener esto en cuenta, para hacer de la liturgia la acción con la que la Iglesia celebra la fe que manifiesta de modo testimonial y que alimenta con su misión evangelizadora.

A partir de Pentecostés, ciertamente, podemos hablar del tiempo del Espíritu. Es con su acción como los creyentes se lanzan a la aventura de la evangelización. Es con su fuerza y sabiduría como los cristianos siguen en el camino de la novedad de vida. Es con su consolación como los creyentes y la misma humanidad puede ir superando las dificultades y dejando a un lado el pecado. Es con su presencia amorosa como los creyentes pueden ir creciendo en santidad.

El Espíritu Santo vino sobre los apóstoles y primeros discípulos y los llenó del entusiasmo necesario para anunciar el Evangelio y edificar el Reino. Para ello, les confirmó y selló en todo lo que habían recibido de Jesús. Los mismos Apóstoles hicieron que los nuevos creyentes, luego de bautizarse, obtuvieran esa fuerza selladora y renovadora del Espíritu.

A partir de entonces, con el bautismo y la confirmación, los cristianos reciben la plenitud del Espíritu con sus siete sagrados dones, precisamente para ser capaces de evangelizar, santificarse y hacer presente a Dios en el mundo. Para eso, los convierte en testigos convincentes del Evangelio.

A todos los bautizados y confirmados, ese Espíritu nos da el entusiasmo (nunca espíritu de timidez). Con eso, podemos vencer dificultades y miedos para estar presentes en medio de la sociedad y del mundo, cumpliendo con la tarea recibida del Divino Maestro.

Es con la acción del Espíritu, como todos podemos reconocer a Jesús como Dios y Señor y a la vez reconocer a Dios como Padre. El habita en cada uno de los creyentes, convertidos en templos de su gloria.

El Espíritu Santo le da a los creyentes diferentes dones (algunos son comunes, como los siete dones), para así poder realizar diversas acciones y servicios. Entonces, de manera personal y eclesial, el Espíritu se va manifestando. Es Él quien nos permite crecer, caminar y actuar en comunión con la Trinidad Santa y con toda la Iglesia.

Uno de los desafíos propios del cristiano es reconocer que ese Espíritu es quien nos alienta y consuela (es decir, nos da fuerzas). A veces se acude a Él por un mero trámite. Sin embargo, nuestra oración y la acción evangelizadora que realizamos debe estar dirigida por sus luces. Esto implica acudir de manera constante y persistente a Él. No hay que buscarlo muy lejos, pues está dentro de la persona de cada creyente, convertida, como dijimos, en su templo.

Muchas personas, incluso cristianas, tienen una gran ignorancia acerca del Espíritu Santo. Por eso, además de la catequesis y la predicación de la Iglesia, hay que descubrirlo en la Palabra de Dios y en las enseñanzas de la Iglesia.

Conocerlo es entrar en comunión con Él, y así poder dejarse uno guiar por su acción inspiradora. Siempre ha estado presente en medio de la humanidad, pero desde Pentecostés acompaña de manera muy particular a la Iglesia. En vez de buscar apoyo en otras cosas o recursos humanos, es urgente buscar en su luz maravillosa la seguridad de su protección, sostenimiento en la fe y la decisión de la caridad.

¡Qué bien poder contar con el Espíritu Santo! ¡Qué bien saber que vivimos en el Tiempo del Espíritu!

+Mario Moronta R., Obispo de San Cristóbal
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