La corrección fraterna

¿Cómo corregir a un hermano, si yo quizá tengo otras deficiencias más graves, o yo mismo no admito que me corrijan? ¿Cómo corregir y también evitar actitudes que humillan al prójimo que voy a corregir? ¿Cómo corregir sin herir susceptibilidades? ¿Cómo corregir, si quizá no comprendo ni entiendo las implicaciones, las causas ocultas, el trasfondo de lo que a mí me parece una falta en el hermano? ¿Cómo actuar para que la corrección del hermano se muestre como Jesús la quería, como un acto sublime de amor al prójimo?
Desde las primeras páginas de la Biblia Dios requiere del hombre la preocupación por la salud y la salvación de su prójimo. Después de que Caín mató a Abel, Dios salió al encuentro de Caín y le preguntó por Abel, ¿Dónde está tu hermano? La respuesta de Caín, ¿soy yo acaso el guardián de mi hermano? resuena a lo largo del tiempo como una pregunta equivocada, una pregunta errónea. "Sí, Caín, sí eras el guardián de tu hermano, no su asesino para causarle la muerte".
La pregunta de Caín es el trasfondo de la propuesta de Jesús: debes preocuparte por tu hermano, para que no vaya a la muerte a causa de sus malas acciones, a causa de su falta de fe, a causa de sus errores. Si no corriges a tu hermano, eres cómplice de su muerte. Por eso Dios advierte severamente a Ezequiel con las palabras que hemos escuchado en la primera lectura: si yo pronuncio sentencia de muerte contra un hombre porque es malvado, y tú no lo amonestas para que se aparte del mal camino, el malvado morirá por su culpa, pero yo te pediré a ti cuentas de su vida. Debes acompañarlo, aconsejarlo, corregirlo, sostenerlo, animarlo, motivarlo. Y de igual manera debes aceptar que otro hermano te acompañe, te aconseje, de sostenga, te anime, te motive en el camino de la vida.
Jesús piensa que cada persona es responsable de sus actos o de sus omisiones, de sus errores y de sus aciertos. Pero la responsabilidad personal no nos convierte en individuos aislados, encerrados cada uno en sí mismo, de modo que nadie puede juzgarnos o corregirnos, ni debemos preocuparnos por la salud y la salvación de los demás. Somos miembros de una comunidad en la que nos ayudamos y auxiliamos unos a otros para alcanzar cada uno su destino, su vocación, su plenitud. Tenemos responsabilidades mutuas de unos para con los otros. Estas responsabilidades son tanto más fuertes cuanto mayores sean los vínculos de afecto, de parentesco, de amistad, de vecindad que tengamos entre nosotros.
En la enseñanza de hoy, Jesús va más allá de la corrección personal. Las faltas y pecados de una persona tienen repercusiones en la comunidad de la Iglesia. Por eso la corrección se amplía para incluir un proceso que la defienda de la corrupción y la desintegración a causa de uno de sus miembros. El proceso tiene cuatro pasos. El primer paso es privado, es un asunto personal entre un hombre y su prójimo. Se trata de una iniciativa personal. El segundo paso es ya es público. Si el hermano no se enmienda por la corrección personal, entonces se debe convocar a otro o incluso a un tercero que actúen como testigos, no solo de que la corrección se ha hecho, sino de que la falta o el delito que se quiere corregir es cierto y conocido. El que ha cometido la falta no se puede escudar diciendo "yo no lo hice". Hay dos o tres testigos del error que se va a corregir. El tercer paso es ya una deliberación comunitaria. El que ha cometido la falta o el delito debe comparecer ante la comunidad para que la corrección sea pública, siempre buscando la enmienda y no la condena. Pero llega el cuarto paso en el caso de un recalcitrante y empedernido que ni siquiera a la comunidad hace caso. Entonces se le debe aislar. En este pasaje Jesús no habla de expulsión de la comunidad, pero sí de una especie de aislamiento: apártate de él como de un pagano o de un publicano.
Ya desde el evangelio y desde la misma boca de Jesús se crearon procesos para procurar la conversión y la salvación de los que cometen delitos y pecados y defender la integridad de la comunidad del daño que le pueden causar quienes actúan mal. Los elaborados procesos penales contemplados en el derecho de la Iglesia han evolucionado a partir de esta normativa de Jesús. Estas decisiones y procedimientos no son de alcance puramente humano. Tienen un alcance divino. Dios los asume en su autoridad. Todo lo que aten en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desaten en la tierra quedará desatado en el cielo. Hasta tal punto son importantes para Dios la integridad de las personas y de la comunidad de fe.
Esta es una forma muy peculiar, muy difícil de ejercer el amor al prójimo. Pero es una forma necesaria. También aquí se aplica la recomendación que san Pablo nos hace en la segunda lectura: no tengan con nadie otra deuda que la del amor mutuo, porque el que ama al prójimo ha cumplido ya toda la ley. La primera expresión del amor al prójimo es cumplir los mandamientos. Pero la otra expresión del amor es amonestar y corregir a quien no los cumple para que se salve.
Mario Alberto Molina, O.A.R.
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán