La parroquia, centro de la vida cristiana

Una vez cesadas las persecuciones que sufrieron en los primeros siglos, la vida asociativa pudo manifestarse con la construcción de templos y se fundaron las parroquias. Éstas, extendidas por todo el mundo, tienen al frente a un párroco que tiene la encomienda del obispo de cuidar de una comunidad de fieles.
Aunque cada persona puede y debe mantener una relación personal con Dios, a través de su vivencia de la fe y la oración, la celebración comunitaria de la Eucaristía hace de la parroquia el centro de la vida cristiana. En ella celebra el sacerdote el mandato que Cristo nos dejó en herencia: “Haced esto en memoria mía”, renovando sacramentalmente el sacrificio de la cruz. En ella se proclama la palabra de Dios y se comenta; en ella se celebran los principales hitos en la vida cristiana de las personas, como el bautismo, la confirmación, la eucaristía, la penitencia, el matrimonio, la unción de los enfermos, y el último adiós a los cristianos con la celebración de sus exequias. Su proyección se extiende fuera de las paredes del templo, en el servicio abnegado del sacerdote, que también es consejero y muchas veces mediador; y, entre otras, en la pastoral de la salud y en la de la caridad con los necesitados.
A veces no se valora de modo suficiente la labor parroquial y la misma importancia de reunirse en las iglesias para la celebración eucarística. Las asambleas no deben ser nunca una yuxtaposición de devociones individuales, sino una verdadera comunidad presidida por Cristo en la que reina la fraternidad entre todos. El gesto de dar la paz, sabemos que no es un simple saludo protocolario, sino expresión de esta unidad y fraternidad, que debe manifestarse también con el sacerdote. Una unidad que liga también a la comunidad y su presbítero con su obispo y a éste con el Papa según el orden jerárquico, en el bien entendido de que, en la Iglesia, gobernar es servir.
Estas son las ideas esenciales que guían la vida y organización de la Iglesia. Puede ser que el sacerdote tenga un carácter más o menos expansivo, que predique mejor o peor, que ponga el acento en un aspecto o en otro de la liturgia, en el marco de lo prescrito. Lo importante es que actúa en la persona de Cristo. Merece no sólo el respeto, sino el cariño de sus fieles, a cuyo servicio ha entregado su vida, hace quizá muchos años. Cualquier ayuda que se le pueda prestar es bien recibida. No vamos a la parroquia como si fuera un dispensario de palabras y de sacramentos. Debe ser, de algún modo, la casa de la comunidad cristiana, en la que los cristianos se reconocen no ya como vecinos, sino también como hermanos.
† Jaume Pujol Balcells
Arzobispo metropolitano de Tarragona y Primado