Denunciar sin dejar de anunciar

En ese mensaje, además, Benedicto XVI confirmaba su intención de ir a Valencia el próximo mes de julio y animaba a todos a hacer lo mismo.
Dejar al Papa solo o casi solo en Valencia, a los primeros que perjudicará será a los españoles, pues Su Santidad viene a darnos el apoyo que necesitamos en la lucha que se está librando actualmente en nuestro país contra la familia tradicional. La mayor parte de los medios de comunicación se han fijado en el rechazo del Sumo Pontífice a la equiparación de las uniones homosexuales con la familia.
No cabe duda no sólo de que eso lo dijo el Papa sino que, además, era importante destacarlo. Pero, por desgracia, se omitió otra parte del mensaje que iba más allá de la denuncia de lo que no funciona para aportar pistas para solucionar lo que se denuncia.
Porque, en realidad, lo peor que le está sucediendo a la familia no es lo de los matrimonios gay, sino el elevadísimo y creciente número de divorcios. Para contribuir a frenar este deterioro, el Papa propone «a los cónyuges superar las dificultades y mantenerse fieles a su vocación, recurriendo al apoyo de Dios con la oración y participando asiduamente en los sacramentos, en particular, la Eucaristía».
Por supuesto que estas palabras del Papa no son nuevas, pero creo que marcan un nuevo estilo, una nueva orientación, en continuidad con la línea expresada en su encíclica sobre el amor de Dios.
La Iglesia tiene que seguir denunciando con valentía los peligros que amenazan la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural, las asechanzas contra la familia, los atentados contra la paz, las injusticias sociales, los abusos que sufre la naturaleza y así hasta casi el infinito.
Pero entre tanta denuncia se corre el riesgo de perder el anuncio que, al fin y al cabo, es lo que atrae, lo que mueve a la gente a hacer el bien y a dejar de hacer el mal. La familia -y la paz, y la justicia, y la vida del no nacido- se salva ante el Sagrario y en el confesionario. Sin Cristo no sólo no podemos hacer nada o no queremos hacerlo, sino que normalmente ni siquiera sabemos qué hay que hacer.
Santiago Martin (La Razón)