Romaxes, diamante de la Iglesia gallega

Los inquisidores y "enquisidorciños" piden la urgente intervención de la jerarquía gallega contra los Romaxes. Pero ni Don Julián Barrio ni ningún otro obispo gallego (ni siquiera monseñor Carrasco Rouco, sobrino del cardenal de Madrid)van a prohibirlos ni a desacreditarlos. Y no, porque no se atraven, sino porque son Iglesia. Tan Iglesia (o más, todo depende de la perspectiva) que la romería del Corpiño, la de los Milagros o la de la Virgen de agosto.
Lo máximo que van a hacer los obispos (en eso parece estar pensando el obispo de Lugo, dado que este año se celebra el Romaxe en Monterroso, término de su diócesis) es pedir respeto a las rúbricas. Para no escandalizar en demasía a los que ponen la fe en las formas externas y olvidan el corazón.
Porque los Romaxes son Iglesia, auténtica Iglesia, aunque sea crítica con alguna práctica de la Iglesia oficial o de las otras sensibilidades eclesiales. Porque, como solía preguntar el Papa Ratzinger, cuando era profesor en Alemania, "¿Qqién ama más a la Iglesia: el que la critica o el que se aprovecha de ella adulándola?". La respuesta es obvia. Incluso para los más papistas que el Papa.
O como dice San Juan Crisóstomo en su homilía 50: “No pensemos que basta para nuestra salvación presentar al altar un cáliz de oro y pedrería… No era de plata en la cena última la mesa aquella ni el cáliz en que el Señor dio a sus discípulos su propia sangre… ¿Queréis honrar el cuerpo de Cristo? No consintáis que esté desnudo. No lo honréis aquí con vestidos de seda y fuera le dejéis perecer de frío. El Sacramento no necesita preciosos manteles, sino un alma pura. Los pobres, empero, requieren mucho cuidado. Aprendamos, pues, a pensar discretamente y a honrar a Cristo como El quiere ser honrado”.
Los Romaxes se celebran el segundo sábado del mes de septiembre. El primero de ellos, y origen del fenómeno, tuvo lugar en Irimia en 1978. De la mano de Chao Rego. Y se consolidó en la asociación del mismo nombre, que mantiene viva la antorcha.
Hace tiempo que no puedo ir a los Romaxes. El primero al que asistí fue el de Los Peares, en 1980, rcién ordenado sacerdote. Y quedé impactado por la profundidad evangelizadora del evento. Desde entonces y, mientras estuve en Galicia, no me perdí ni uno solo de los Romaxes. Y siempre volvía con nuevo aliento para transmitir la fe a la gente de mis 5 parroquias de la alta montaña ourensana.
En torno a los Romaxes surgió una mística. Una forma encarnada de ser creyente en Galicia. Ahora, unos cuantos inquisidores quieren acabar con los Romaxes. Pero no lo conseguirán. Porque los obispos saben bien que, junto a la sacramentalización y a la pastoral del mantenimiento, hacen falta movimientos serios, vivos, profundos y evangélicos como el de los Romaxes. Para los creyentes con inquietudes y con deseos de plasmar en sus vidas el evangelio de Jesús.
Sería suicida, antipastoral y antievangélico que los obispos quisiesen podar o arrancar de raíz una relidad pastoral viva y pujante desde hace tantos años, signo de su consistencia evangélica. No lo hará, Don Julián, que es sabio y prudente. Ni Quinteiro (que conoce bien el fenómeno por ser de la tierra) ni Sanchez Monje, que ya lleva en Galicia el tiempo suficiente para calibrar su enjundia. Ni siquiera Carrasco Rouco que, por muy conservador que sea, sabe bien que el pastor tiene que acoger a todas las sensibilidades eclesiales. Aunque unas le gusten más que otras.
¡Que vivan los Romaxes, honra y gloria de la Iglesia gallega!
José Manuel Vidal