El Santo Grial

La versión cinematográfica del best seller El Código Da Vinci puede suscitar diversidad de opiniones, pero al menos una de ellas debería ser unánime: se trata de un producto del cine norteamericano con grandes dosis de imaginación, entretenimiento y de intriga y acción.

En mi modesta opinión, cualquier persona con una cultura discreta se da cuenta de que todo lo que relata el libro y muestra la película está dentro de la imaginación humana y para nada dentro del rigor científico e histórico. La ficción ha estado presente continuamente en el camino humano.

Soy católico desde mi nacimiento, por mi familia, y sigo siéndolo por convicción propia. Si alguien demuestra que Jesús se casó con la Magdalena y tuvo descendencia, lo aceptaría sin problemas y seguiría siendo católico. La sexualidad no es en si misma ni mala ni pecaminosa.

Pienso que algunas cuestiones quedan para la fe. Como, por ejemplo, la filiación divina y un largo etcétera. Aspectos que no se pueden demostrar, para probarlos o negarlos. Algo evidente. Si hubiera una demostración todos seríamos cristianos o lo contrario, dependiendo del signo de lo que se demuestre.

Mientras alguien no me demuestre lo contrario de lo que enseña la Iglesia, prefiero confiar en ella antes que en cualquier otra persona o institución. La disyuntiva entre la Iglesia y Dan Brown es inconcebible.

Hasta aquí no encuentro dificultades. Pero a partir de aquí un montón de ellas.

La primera es mi sorpresa ante el cúmulo de declaraciones hechas por personas importantes de la Iglesia, con motivo de El Código Da Vinci. O ante las consignas lanzadas por algunos miembros del Opus Dei de que a la misma hora del estreno de la película se fuera en masa a ver otras películas, para hacer bajar las estadísticas favorables de El Código Da Vinci.

Dan la impresión de que tienen miedo. ¿Cómo puede un producto de entretenimiento, como hay millones, producir este miedo en personas e instituciones tan importantes de la Iglesia? Éste es, para mí, un enigma superior a cualquiera de los que presenta la novela. Un enigma y un escándalo. No lo comprendo.

La segunda dificultad va asociada a la primera. Preocuparse porque millones de personas crean como probadas las teorías fantásticas de la novela. Increíble que después de dos milenios de cristianismo la gente sea tan vulnerable por su ignorancia. Y más increíble todavía que ciertas autoridades de la Iglesia se prodiguen en señalarlo. Vaya fracaso.

La presentación que hace la novela y su película del Opus Dei no se la pueden creer ni los peores enemigos de la Prelatura. Es tan fantasiosa… Quizás el Opus Dei, como los Legionarios de Cristo, guarde secretos peores y más graves, relacionados con la indigencia humana. Pero presentar a un cardenal de la Obra con tan sorprendente y despreciable talante y jugando con el secreto de confesión, es sencillamente equiparable a que Harry Potter infle con su varita mágica a la señora incómoda que hablaba mal de sus padres.

El monje Silas, salvando las distancias, parece más bien el Golum –creo que así se llamaba- del Señor de los Anillos. O el Anakim Skywalker transformándose en malo mientras se pasa al lado oscuro, en la Guerra de las Galaxias. Un trío bien logrado de feos envilecidos del cine. Qué divertido…Silas, Colum. Anakim…Silicios, anillos, galaxias… AMERICA AMERICA HOLLYWOOD HOLLYWOOD…

La tercera dificultad, saltándonos el papel del emperador Constantino en el origen de la Iglesia, sigue a las anteriores. El Santo Grial como el útero de la Magdalena. Y la pervivencia de la Iglesia auténtica basada en la descendencia del matrimonio de Jesús con María Magdalena. ¿Quién decía que la imaginación era la loca de la casa?

La dificultad no está en que la novela presente esta desvariada teoría, sino en que haya autoridades importantes de la Iglesia preocupadas porque muchas personas se lo crean.

Nunca he dudado que existe el Santo Grial como asociado a los orígenes y a la pervivencia del cristianismo, pero lo veo como dos presencias que van de la mano. Una es el Espíritu Santo, sin el cual nada de lo que conocemos en el cristianismo existiría. Y otra es la formidable estructura que la Iglesia se ha dado a si misma y que ha luchado por mantener durante los siglos que lleva en la historia.

El tema del Espíritu Santo es de la fe y de los teólogos y de la doctrina segura de la Iglesia. Para encontrar la fuente de la fuerza del cristianismo no hay que ir a las Cruzadas ni hay que embarcarse en trasnochadas y encantadas aventuras y teorías medievales. Basta con llamarlo y viene: Ven Espíritu Santo. Así de simple.

La estructura de la Iglesia es algo evidente. Pase lo que pase fuera, no se puede fácilmente destruir la estructura eclesial. Las pruebas son cotidianas. Sólo recordar a aquel santo obispo vietnamita preso, que celebraba la misa en su propia mano, utilizándola como cáliz. En estos casos la imaginación no es ficción ni locura, sino supervivencia en la Fe.

Lo que sucede dentro de la iglesia es otro cantar. Aunque es verdad que siempre vienen otros a renovar a la Iglesia cuando los anteriores fallan y la afean, el verdadero peligro no está fuera, está dentro. Mucho más peligro para la Iglesia hubo cuando ciertos obispos abandonaron sus palacios episcopales para vivir en pisos. Lo malo no es la idea. Ojalá que un día se pusiera sensatamente en práctica. Lo malo es la ingenuidad y la imprudencia. Mucho más peligro hubo, también, cuando los seminaristas de ciertos lugares abandonaron sus seminarios para vivir en pisos y cuando algunas monjas de clausura se pasaban todo el día en la calle. Mucho más peligro que el que representa la novela y su película.

En cierto lugar, de cuyo nombre no quiero acordarme, conocí una comunidad de monjas de clausura que estaban muy disgustadas con su joven sacerdote, que era el párroco del pueblo. La pelea era bien sencilla. El cura no quería celebrarles la misa en el convento, porque las monjas estaban siempre en la calle. Con razón decía que, ya que estaban siempre en la calle, podían también ir a la misa de la parroquia. A esto le temo más que a muchos Códigos Da Vinci.

Y le temo más al hecho demasiado frecuente de ciertos sacerdotes abandonando los confesionarios.

Temo a las debilidades humanas escandalosas, aunque todos seamos débiles y pecadores. Los creyentes saben que si algo de malo hay en personas de la iglesia, mucho mayor es lo malo fuera de ella. Como las ratas, que si ves una, calcula que en el entorno hay miles o millones. Una rata en la Iglesia se traduce en miles fuera de ella. Pero la que está dentro escandaliza más, por supuesto.

Temo, igualmente, a las dualidades que se presentan entre la doctrina del Magisterio de la Iglesia y lo que algunos llaman la Caridad Pastoral. Si la doctrina dice algo tan claramente, por qué hay que disfrazarlo o atenuarlo. Es como jugar a defender la portería y a meter el gol al mismo tiempo. El gol lo marca el portero en su propia portería. Otra cosa son la misericordia y la paciencia pedagógica que hay que mantener con las personas.

El Tercer Milenio es todo un reto para los cristianos. Un reto que enfrentaremos positivamente cuando comprendamos y vivamos en la pura sencillez de la verdad evangélica, siendo mansos como palomas y astutos como serpientes. Vivir el Evangelio sin el obstáculo de los códigos y contaminaciones mundanas de nuestras maldades, nuestros intereses y nuestros pecados.

Para ayudarnos a caminar con pasos seguros hacia el futuro confío mucho en el papa Benedicto y en los futuros papas, guiados por el Espíritu Santo. Como confiaba y me sentía seguro durante el papado de Juan Pablo Segundo y de aquellos antecesores que mi edad me permite recordar. No creo que esta confianza consista en decir que sí a todo sin al menos cuestionar algunas cosas. No se trata de la seudo confianza del fanatismo. Confianza y Diálogo. Que aquél que manda tiene mucho que escuchar y aquél que obedece tiene mucho que decir. Y muy válido. Y viceversa.

Más vale que consigamos superar el reto, porque, dentro de poco y para siempre, los Códigos Da Vinci serán peores que éste que entretiene hoy a millones de personas en todo el planeta civilizado. Serán mucho más que diversión, entretenimiento o escape de las tensiones cotidianas a través de la ficción. Serán, sobre todo, los códigos fatídicos que tenemos dentro de nuestros débiles corazones, los que nos alejen cada vez más de la salvación.

El secreto del futuro de la Iglesia y del cristianismo está en el Santo Grial, es decir en el Espíritu Santo y en la Estructura de la Iglesia. Si, por supuesto, se entiende la estructura de la Iglesia como fundamentada en la fe de los Apóstoles, en el Evangelio puro, sin códigos ni contaminaciones. La Iglesia como Sacramento de Cristo y como Pueblo de Dios, tal y como la presenta el Concilio Vaticano Segundo.

Un simple cristiano
Volver arriba