Los árboles sin raíz de la Iglesia española

El problema, claro, viene cuando comienza la temporada de los vendavales, que se llevan por delante varios árboles e incluso provocan accidentes y alguna que otra muerte.
La moraleja es clara: lo que no tiene raíz, antes o después, se viene abajo. Jesucristo ya puso un ejemplo parecido hace dos mil años con la casa construida sobre arena. Y esto, que vale para la vida de cada uno, me temo que también es válido para explicar lo que ha ocurrido en España en las décadas intermedias del siglo XX.
Como el ambiente estuvo habitualmente empapado de religiosidad, se crearon grandes obras que, al primer vendaval, se han derrumbado estrepitosamente. Nos acomodamos y nos acostumbramos a tener todas las facilidades en bandeja de plata: había curas de sobra y hasta nos permitimos el lujo de «exportarlos» a países de misión; prácticamente todos los niños españoles estudiaban en colegios católicos; desde el Gobierno se favorecía la religión y casi todo el mundo vivía, al menos aparentemente, en clave católica. No entro en si esto fue bueno o malo, pero sí que ha sido, desde luego, un estupendo somnífero. Luego llegó el vendaval sobre la Iglesia española, y ahora nos vemos con pocos curas y unos laicos que aún no se enteran bien, por lo general, de lo que está pasando.
Pero no todo es, por supuesto, negativo. Si así fuera, Dios habría dejado de ser Dios hace tiempo. Junto a los árboles derrumbados han brotado otros que arraigan con fuerza. Ojalá que sus raíces profundicen en la tierra fértil de la Iglesia para volverle a dar grandes obras.
Alex Navajas (La Razón)