Aquél que murió en la cruz ha resucitado

También hay otra lectura: que la presencia del cristianismo no pasa desapercibida y que, después de dos mil años, Jesucristo sigue interesando a creyentes y no creyentes. Sus palabras se cumplen: «el que no está conmigo está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama» (Mt 12,30). Ante Él nadie es impávido. Su Pasión, Muerte y Resurrección sigue interrogando a los hombres y a la cultura de hoy.
Toda la historia de Jesús de Nazaret podría ser una tradición religiosa más de la humanidad. La diferencia es que Aquél que murió en la cruz ha resucitado. Ese acontecimiento histórico y trascendente es la verdad esencial del cristianismo y su novedad frente a las grandes religiones de la tierra. Esto llevará al cristianizado Saulo de Tarso a decir: «Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación, vana es también nuestra fe» (1Cor 15,14). Él se ha convertido en el principio de nuestra propia resurrección, ya desde ahora por la justificación de nuestra alma y más tarde por la vivificación de nuestro cuerpo mortal (cf. Col 1,18; Rm 6,4.8,11). De ahí, que creer, celebrar y vivir la fe en la Resurrección de Cristo colma el ansia de eternidad y el anhelo de vida, paz y libertad que hay en el corazón humano.
En el marco de los acontecimientos de la Pascua, el primer elemento es el sepulcro vacío y las vendas en el suelo, que significan que el cuerpo de Cristo ha escapado, por el poder de Dios, de las ataduras de la muerte y de la corrupción.»No está aquí ha resucitado» (Lc 24,5-6). El segundo elemento son los testigos de ese hecho. Curiosamente fueron María Magdalena y otras mujeres santas las primeras en hallar el sepulcro vacío. Son ellas, las mujeres, las que no contaban en aquella sociedad, las primeras en oír el mensaje: «no está aquí ha resucitado como lo había anunciado» (Mt 28,6).
Son las primeras en abrazarle los pies. Son igualmente las primeras en ser llamadas a anunciar esta verdad a los apóstoles. También Jesús se apareció en seguida a ellos, primero a Pedro, después a los Doce. Pedro, que será llamado a confirmar la fe de sus hermanos, ve por tanto al Resucitado antes que los demás y, a causa de su testimonio, la comunidad exclama: «¿Es verdad! ¿El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!» (Lc 24,34. cf. Hch 1,22; 1Cor 15,4-8).
La verdad de la divinidad de Jesús es confirmada por su Resurrección, la cual es un hecho trascendente que nos sobrepasa. En efecto, nadie fue testigo ocular del acontecimiento mismo y ningún evangelista lo describe. Nadie puede decir cómo sucedió físicamente. Menos aún fue perceptible a los sentidos su esencia más íntima, la entrada de la humanidad de Cristo en la gloria de Dios. Por eso la Iglesia canta: «¿Que noche tan dichosa! Sólo ella conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos» (Pregón Pascual).
Confesar que el Señor ha vencido a la muerte y es el Viviente es reconocer la intervención amorosa de Dios mismo en la creación y en la historia. ¿Quién descubre esta maravilla salvadora? ¿Los sencillos de corazón! Mientras tanto, el mundo seguirá buscando «entre los muertos al que vive» (Lc 24,5).
Juan Del Rio Martin, obispo de Jerez