La relevancia de Judas

Al apóstol traidor y a la mujer más relevante de los Evangelios -junto a la Virgen María- no les faltan méritos. No obstante, es bien diferente el alcance de uno y otro personaje. Mientras que Judas y su supuesto evangelio, junto a su halo literario, poco aportarán a las creencias católicas, la Magdalena, despojada de todas las leyendas revividas por el «Código Da Vinci», sigue siendo el gran desafío para la comprensión de la mujer en la Iglesia católica.
El Evangelio de Judas consiste en un texto griego de probable origen cainita, esto es, elaborado por los Cainitas, o ala del gnosticismo persuadida de que el mal fue tan obra de Dios como el bien. Según esto, Judas fue colaborador indispensable de la muerte de Jesucristo y, por tanto, de la salvación del mundo
Judas, que no es el autor del texto, es presentado, además, como el discípulo favorito de Jesús, quien le comenta al Iscariote: «Aléjate de los otros (apóstoles) y te enseñaré los misterios del reino», o «todo te ha sido revelado, levanta tus ojos y observa la tiniebla y la luz, y las estrellas que las rodean».
Esta última frase y otras semejantes referidas al firmamento, o a los doce apóstoles como doce luminarias del cielo, han servido para que algunos intérpretes hayan visto en Jesucristo a un escrutador del simbolismo zodiacal. Más aún: en el Evangelio de Judas, el maestro habla a sus discípulos de una «generación superior», nacida en un reino inmortal y eterno.
Ni que decir tiene que la fijación de canon bíblico católico, o separación de los textos canónicos de los considerados apócrifos, manejó durante siglos criterios como la coherencia de doctrina. Evidentemente, las alusiones zodiacales o las referencias védicas a la suprageneración colocaron inmediatamente al Evangelio de Judas en la puerta de salida del canon.
A mayores, San Ireneo, obispo de Lyon, escribe en torno al año 180 la obra «Contra las herejías», y en ella encuadra el texto atribuido al Iscariote. El manuscrito que en la actualidad manejan la Fundación Mecenas y «National Geographic» es un texto sin autentificar del siglo IV o V, copia del original griego y redactado en copto. El trajín de este papiro hecho de pellejo ha sido incesante en las últimas décadas.
Para empezar, hay noticia de cincuenta evangelios escritos en los primeros siglos del cristianismo. De ellos, veinte están documentados o han sido hallados total o parcialmente, pero sólo cuatro son considerados canónicos por la Iglesia.
Dado ese número de evangelios supuestos, periódicamente se arma un gran revuelo bajo la noticia de que uno de ellos, o una simple página, ha sido descubierto en alguna tienda de antigüedades de El Cairo. Si ahora mismo cualquiera de ustedes pudiera contactar con algún anticuario del mercado negro de Egipto o de Italia, se encontraría con que le ofrecen fragmentos de dos o tres evangelios, media docena de cartas apócrifas y algún otro texto, más o menos completo, de los siglos I y II.
Concretamente, el Evangelio de Judas ahora difundido es un papiro que originariamente contó con 62 páginas, de las que se conservan tres cuartas partes, y el resto aparece o desaparece ocasionalmente en el mercado negro.
El manuscrito afloró al «mercado gris» de antigüedades en 1983, cuando le fue ofrecido a un profesor de una universidad metodista estadounidense. El lugar de la cita entre vendedor y examinador fue una oscura habitación de un hotel de Ginebra y el material formaba parte de un legajo de manuscritos en griego y copto.
Se ha conjeturado que un buscador de antigüedades halló estos documentos cerca de El Minya, Egipto, en la villa de Beni Masar, y lo vendió a un anticuario de El Cairo conocido sólo por el apodo de «Hannah». Hacia 1970, un comerciante griego llamado Nikolas Koutoulakis robó casi todo el material del anticuario egipcio y se lo llevó a Ginebra, pero Hannah logró recuperarlo después, aunque tardó décadas en encontrar comprador para el manuscrito de Judas, tasado en tres millones de dólares. Finalmente, tras propalarse durante lustros por todo el mundo que estaba en venta un evangelio de un discípulo de Jesucristo, lo adquirió la Fundación Mecenas, asentada en Basilea y creada por el abogado Mario Jean Roberty.
Como se ve, el interés científico por el manuscrito del Iscariote fue bien escaso durante todo este tiempo. Ni una sola universidad, ni un solo gran museo, ni un solo centro de lenguas muertas se dignó a pujar por él, aunque sí lo examinaron y tradujeron su texto en varias ocasiones desde los años ochenta. Algunos libros lo han recogido sin mayor sorpresa y por internet circulan varias traducciones en las principales lenguas.
¿Por qué esta irrelevancia hasta el presente, o sea, hasta que lo saca a la luz una revista como «National Geographic», tan experimentada en hacer extraordinario lo anodino, es decir, elevar, por ejemplo, el coito de las salamandras a la categoría de milagro de la naturaleza?
Tal vez porque la historia de un Judas Iscariote de comportamiento heróico, y no traicionero, estaba ya demasiado trillado por la literatura y las artes. Recuérdese el relevante papel del Judas negro en la ópera rock «Jesucristo Superstar» (1973), o piénsese en cómo Nikos Kazantzakis trató al personaje en su novela «La última tentación de Cristo» (1951), que después llevó Martin Scorsese al cine, en 1988.
En ambos relatos, Judas es el reactivador de la conciencia mesiánica de Cristo, a quien llega a llamar traidor por bajarse de la cruz. Curioso cruce de sentidos entre el traidor del Evangelio y aquel que fue traicionado. Tan curioso e irritante para algunos, que la madre Angélica, fundadora de la cadena de televisión Eternal Word Television Network, o EWTN, predijo que California se hundiría en el océano si la película era estrenada. Desde entonces se espera el terremoto «big one» de un momento a otro.
Pero mucho antes de que Kazantzakis hiciera lo propio con Judas, o de que Taylor Caldwell publicara «Yo, Judas», en 1977, el nacionalista italiano Ferdinado Petruccelli della Gattina publicaba a mediados del siglo XIX su libro «Memorias de Judas». Venía a ser la traslación literaria de «La esencia del cristianismo» (1841) de Ludwig Feuerbach, donde se postula que la idea de Dios es creación de la imperfección del hombre. Petruccelli viene a narrar que Judas es el verdadero motor de una revolución nacionalista en Palestina y modela la figura de Jesucristo para dar consistencia mesiánica a su objetivo. Judas crea el Cristo, por tanto.
La relevancia dada al Iscariote parece, de este modo, una constante de la creación literaria. El Evangelio de Judas alimentará esta visión, pero poco más aportará a la catolicidad. Mucha más enjundia tiene la Magdalena, pero la dejamos para otro día. Buena Pascua.
Javier Morán (La Nueva España).