Nunca me acostumbro a sufrir ni a ver sufrir. El hecho de asumir el dolor no es analgésico, pero es preciso saber aceptar el propio. Así lo sugieren nuestra razón y nuestra fe. Y estar atentos al dolor ajeno para acompañar, remediar, ser solidarios con él.
Blanca López Ibor, especialista en cáncer infantil, nunca se acostumbraba al sufrimiento de los niños: “Me afecta muchísimo cuando un pequeño muere. Pero no siento amargura porque he hecho todo lo posible. Me considero un ser privilegiado y no cambiaría ni un solo minuto de mi jornada.”
Ante la adversidad de nuestros semejantes no hay que refugiarse en una compasión estéril por el dolor del compañero, sino ofrecerse, colaborar, echar una mano para ser útil. A todos nos ha de tocar visitar y tendremos la oportunidad de ayudar a los enfermos. Por ello no nos hemos de considerar héroes ni dignos de agradecimiento. La misma doctora López Ibor declara: “Después de años, muchos niños no me reconocen. Eso me parece maravilloso porque se han olvidado de todo y la enfermedad no se ha quedado en su memoria”.
De mis tiempos de tetrapléjico guardo en mi mente el recuerdo vivo de médicos y enfermeras que me han ayudado a superarme con celo y amor. Ana Casanova, mi fisioterapeuta, me guió día tras día con gran cariño. Me enseñó a mover dedos, brazos y piernas, a mantenerme en pie y a andar. Yo le digo que es como mi segunda madre, aunque mucho más joven que yo, y pudiera ser yo su padre. Ha realizado siempre como una misión su trabajo conmigo y con todos. Pone en la recuperación de sus pacientes alma y vida. Sufre con ellos y se alegra con los más pequeños adelantos. Siempre risueña y de buen humor. Jamás se la ve enfadada. En aquel “palacio de los deportes” de rehabilitación es grande encontrarse con profesionales de esta talla. Yo diría que estos lugares privilegiados son escuela de perfección.
Fernando López Díaz es fisioterapeuta del hospital de parapléjicos de Toledo. Su experiencia resulta satisfactoria: “Esta profesión me ha cambiado la vida – afirma –. Me ha enseñado a disfrutar de las cosas más sencillas. Es un trabajo gratificante. Cuando un enfermo sana y sale por su pie de aquí, no cabe en sí de gozo y muestra sin cesar su agradecimiento. Al menos la mitad de la recuperación de un paciente depende de la forma de tratarlo. Algunas veces logras quitar el dolor; otras lo causas, mas para su curación. Él siempre busca en ti lo humano además de lo profesional”.
Hemos de acompañar al que sufre no solo en la dimensión sanitaria, sino en la totalidad de la persona. Así saben obrar muchos de nuestros profesionales.
José María Lorenzo Amelibia
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