Mientras muchos trabajan, descansan o se distraen, nosotros, ya jubilados de antiguas obligaciones, dedicamos horas a la adoración, agradecidos a Jesús que se ha quedado por siempre en todos los Sagrarios del mundo. Asumimos esta responsabilidad.
Siempre ha habido adoradores en el mundo; ahora son menos. Y esta función desinteresada y humanitaria, el Señor la convierte en bendición para el mejor desarrollo del Reino de Dios.
¡Venid, adoremos al Señor!
Algunos hermanos son adoradores nocturnos y convierten las tinieblas de la noche en luz eucarística para bien de la Iglesia. Existen también adoradores diurnos en el silencio contemplativo, y allí se agranda su capacidad de amar al Señor y a sus hermanos. Los inmensos frutos de este apostolado se reflejan en el quehacer de la Iglesia. Por eso, cuando decae el fervor o el número necesario de almas contemplativas, se resiente toda labor evangelizadora, porque "si el Señor no edifica la casa, en vano laboran los albañiles".
Toda nuestra labor de adoración y alabanza va encaminada de forma directa a la entrega y al servicio a nuestros prójimos. Somos conscientes de que sin este amor a nuestros semejantes, serían vanos los sacrificios e incluso farisaica nuestra adoración a Jesús.
Venid, adoremos al Señor, aclamemos a Jesucristo en el Sacramento, porque suya es la gloria por todos los siglos
José María Lorenzo Amelibia
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