AMISTAD, LA MEJOR AYUDA A ENFERMOS Y SOLITARIOS

Me llamó la atención algo que por casualidad vi en el canal tres de televisión: un señor había quedado minusválido y obligado a permanecer el resto de sus días en una silla de ruedas. Su jubilación fue forzosa, porque no podría en adelante desempeñar su trabajo. Además se sentía muy solo y desamparado; el año anterior su esposa había fallecido. Surgió entonces de una manera espontánea el amigo bueno. Un compañero de trabajo le ofreció su amistad y estaba al quite para escucharle, llevarle a cualquier lugar y emplear la mayor parte de los días un rato con él. Fue emocionante el encuentro de ambos en el plató de televisión.


"Con compañía y cariño me han hecho otra persona" - decía Margarita Pérez una viuda que había superado la depresión de su nueva vida con la fuerza de la amistad. Gracias a la reunión semanal con un grupo, ha consolidado relaciones muy humanas, se ha acostumbrado a dar y a recibir, y vive con la felicidad relativa a que todos aspiramos. Y afirma: "Antes era toda para mis hijos y nietos, ahora también pienso en mí y en mis nuevas amistades. Esto funciona, pero no dejo ni mucho menos mis obligaciones familiares."

Es bueno, en el trato con personas que sufren la soledad, disponer de algunos criterios de tipo psicológico. Tener en cuenta que la "superioridad" provoca rechazo, lo mismo que el mirar al reloj mientras escuchamos, o no dejar terminar las frases de nuestro interlocutor. Tampoco conviene quitar importancia a preocupaciones o valoraciones de nuestro potencial amigo, ni adoptar una falsa familiaridad. Son unas cuantas "normas" de tipo negativo que siempre hemos de tener en cuenta. Acercarnos a quien sufre con naturalidad y sinceridad y contar con las limitaciones físicas o psicológicas de aquel a quien pretendemos ayudar.

Es muy importante mostrar atención e interés por todo cuanto nos exponen; unas preguntas atinadas hacia algún aspecto de cuanto nos narran produce este saludable efecto. Y viene bien añadir a nuestra conversación situaciones personales análogas y exponer cuál ha sido el resultado final de nuestra experiencia. Escuchar a ratos en silencio. Estrechar la mano en señal de empatía.

¡Qué misterio la soledad! Unas veces es voluntaria y serena: nos aleja del mundanal ruido y nos ayuda a unirnos con Dios en paz o a pensar serenos en temas de gran importancia. Otras es incordiante, involuntaria, difícil de asumir en su mejor dimensión. Puede degenerar entonces en ruina psicológica, enfermedad mental. La amistad en estos casos consigue transformarla en una soledad rica y serena, la nueva dimensión hasta entonces desconocida. De eso se trata.

José María Lorenzo Amelibia

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