Cuando me he enterado del tránsito al seno de Dios de Don Carmelo Velasco Moreno, me he dicho: mucho y muy bueno debiéramos escribir de él, pero redactar tan solo unas líneas casi me resulta enojoso. Mi deseo sería dedicarle un libro entero, investigar un poco en su vida que me parece apasionante tanto desde el punto de vista pastoral como psicológico y humano.
Don Carmelo ha sido un hombre profundo en su piedad y en su pensamiento, brillante en su inteligencia, de carácter ascético, temple de acero, amante de la soledad y del estudio, deseoso siempre de ayudar en cualquier campo católico. Y a la vez de rostro un tanto serio pero incapaz de traicionar a nadie; y en el fondo de su corazón era profundamente humano y sereno. Inspiraba confianza, a pesar de que hubo muchos que no supieron comprenderle y se quedaban un poco en su corteza externa, juzgándolo – a mi parecer sin razón – distante y huraño.
¡Nada de eso!
Nació don Carmelo en Peralta el 13 de julio de 1914; fue ordenado sacerdote en el año 1938, en plena guerra civil. De muy joven fue coadjutor de Villafranca; más tarde, párroco de Peralta. De allí ya pasó al Seminario de Pamplona hasta el año 1965; primero, director espiritual de teólogos, después rector. Dirigió la escuela de magisterio de la iglesia. En su ancianidad, capellán de las Hermanitas de los Pobres, donde residía. Este es su breve currículo, además de haber obtenido una canonjía en la catedral de Pamplona, donde se distinguió por su espíritu de piedad.
Lo conocí en la década de los cincuenta. Llegaba al Seminario de Pamplona en un momento delicado. Habían muerto dos grandes directores espirituales jesuitas con fama de santidad: los padres Cándido Arbeloa y Luis Latasa. Era difícil la papeleta que le aguardaba a nuestro Don Carmelo, al verse obligado a tomar el relevo de estos dos grandes hombres de Dios. Y supo hacerlo bien. Desde el primer momento puso las cosas claras en su misión: lo suyo era trabajar a tiempo y destiempo por la santidad de sus seminaristas. Nos dio ejemplo de austeridad y sobre todo de piedad sólida. Nos comentó a fondo, en un gran número de pláticas, todo el libro de "La Vida Interior" de José Tissot. Es un manual que parece árido, pero oído exponer por un hombre de la claridad de conceptos de Velasco, se nos hacía claro e incluso bello. ¡Cuántas veces lo voy leyendo en mi vida gracias a tan elocuente expositor! De este libro sacaba él mismo fuerza para seguir su vida ascética hasta las últimas consecuencias.
Don Carmelo supo formar a varios cientos de seminaristas en la fidelidad al dogma revelado y en el amor a la Iglesia. Parece que todavía le oigo hablar: "Seminaristas: primero hombres, después cristianos, y sobre esta base, sacerdotes". Tenía una maestría especial para ayudar a sus dirigidos a superar algo que abundaba en aquellos tiempos: los escrúpulos de conciencia. Y lo hacía de una manera científica, tan bien o mejor que cualquier psicólogo titulado. Se servía – según me contó – de un libro francés del padre Eymie titulado "La obsesión y el escrúpulo", pero era sobre todo la confianza y seguridad que ofrecía su persona lo que más ayudaba a curar esta enfermedad.
Formaba parte del cabildo de la Santa Iglesia Catedral de Pamplona, como canónigo. Sé que durante toda su vida ha atendido con gran corazón al Instituto Secular de la Alianza de Jesús por María. Mucho ha ayudado a los misioneros diocesanos que andan por el mundo. Él publicó la pequeña revista de información "Avanzada". Algo muy útil para los misioneros navarros, pues le informaba al detalle de todo cuanto sucedía en su diócesis. Con esta ayuda se sentían siempre vinculados al entorno de su formación. Y es que Velasco, además de todas sus cualidades mantuvo siempre un espíritu misionero. Fomentó en sus tiempos de seminario los grupos "Javier" para bien de la Iglesia de misión. Los siguió desde aquí con su mirada de entrega y con solicitud de padre y pastor. Hablar de misión diocesana y de don Carmelo era todo uno. Su ayuda, sí, era espiritual, y también económica y social.
Se sentía feliz al constatar cómo los enviados a la misión se encontraban arropados con toda la ayuda que les proporcionaba. Imbuía en todos cuanto estaban en su entorno el auténtico espíritu sacerdotal.
Estas líneas las escribo como a vuela pluma. Y que me perdone Don Carmelo, porque él se merece un libro. Yo hoy me encuentro con poca fuerza para escribirlo; por eso, que estas pobres palabras te sirvan, Don Carmelo, un poco de homenaje. Y es la primera vez que empleo el "tú", para dirigirme a este santo sacerdote. Me dijeron que era el único cura de la diócesis a quien el Arzobispo Cirarda le decía de usted. Porque Don Carmelo siempre ha infundido mucho respeto. ¡Del bueno, claro!
Don Carmelo ha sido modelo de entrega a la Iglesia de espíritu misionero, aun sin haber ido a misiones. Modelo de fidelidad a la verdad y de obediencia a los superiores a quienes respetó como verdaderos representantes del Señor. Por mi parte lo considero como el último de mis padres en la fe, en el sentido de que es quien durante más años me ha acompañado en este mundo, hasta 2007.
------ (Don Carmelo Velasco Moreno falleció en Pamplona el 9 de Junio del año 2007, a los casi 93 años.)
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