Te encuentras feliz en tu conversación amorosa con Dios. Amas la soledad. El Señor pasa su mano suave y acaricia tu alma con un gozo inefable, muy por encima de todos los placeres terrenos. Parece que caminas entre nubes de incienso, y tu corazón se eleva a las alturas, como el humo del "sacrificio vespertino". "¡Qué bien se está aquí", - exclamas con los del Tabor.
Y sales a tu trabajo. Y tus catequesis o reuniones toman nuevo empuje. Ves cómo va calando la Palabra hasta el tuétano de tus hijos, discípulos, enfermos o compañeros de trabajo. El grupo de amistad apostólica vibra en ansia de amor a Dios y entrega al prójimo.
Todo marcha con aire favorable. Has exclamado en ocasiones como San Francisco Javier: "Basta, Señor, basta". Y asoma a tu rostro la vergüenza al verte miserable, pero regalado de Dios. - "¿Cómo a mí, tu siervo inútil, elevas sin ningún merecimiento?"
Llega de nuevo la sequedad con vestido de dolor o de tristeza, o de calumnia e incomprensión. La oración es entonces un desierto de aridez y tedio. Ni con apoyo de libros o métodos para estas circunstancias, logras concentrar de nuevo tu mente en el Señor.
Pero no lo eches todo a rodar.
Hasta tu actividad apostólica parece perder su eficacia anterior. Todo como un invierno desolado.
Tu alma en medio del erial no debe desfallecer. Ha de brotar entonces del fondo de ti mismo esta oración: "Infunde en mí tus dones de piedad y fortaleza. No me importa sentir desolación interior. Pero, Señor, que logre siempre comunicar tu Mensaje a quienes Tú me has encomendado."
José María Lorenzo Amelibia
Si quieres escribirme hazlo a: josemarilorenzo092@gmail.com
Mi blog: http://blogs.periodistadigital.com/secularizados.php
Puedes solicitar mi amistad en Facebook pidiendo mi nombre Josemari Lorenzo Amelibia
Mi cuenta en Twitter: @JosemariLorenz2