Se me había ocurrido alguna vez escribir una carta a Dios; aunque me parecía un poco extraño. Cuando leí la biografía de Carlos Foucauld me di cuenta de que no se trataba de ninguna rareza. Nuestro hombre santo pasó largas temporadas en una sequedad profunda en su relación con Dios. Durante aquellos años practicaba su oración por escrito. Dicho de otra manera, escribía cartas a Dios.
El que se encuentra de baja laboral dispone de mucho tiempo libre. ¡Qué bueno sería dedicar alguna hora al día a escribir a Dios. Cosas que nunca dirías a ninguna persona, a Él puedes contárselo con total confianza de secreto y de ser comprendido. Puedes quejarte de tus dolencia al estilo de Job; o pedirle el don de fortaleza con la seguridad total de que te lo concederá.
Con este tipo de oración escrita nos libraremos de sentimientos hostiles aún mejor que con el diario íntimo. No es conveniente soterrar las emociones dañinas causadas por mal trato del prójimo; podrían arruinar una relación si se llegan a expresar al compañero beligerante. Con Dios no pasa lo mismo.
Otro tipo de oración escrita podía ser el diálogo imaginario; algo parecido al libro de Kempis, "Imitación de Cristo", un coloquio entre Jesucristo y el alma. Tú hablas e imaginas lo que Él te contesta. Esta experiencia provoca la creatividad, agudiza la imaginación, aumenta la fe y da serenidad al espíritu. Decirle al Señor de esta manera tus sentimientos dulces o tediosos, además del valor moral en sí mismo de este tipo de oración, goza esta técnica de gran poder psicológico relajante y curativo.
La práctica constante e ilusionada de estos diálogos escritos con Dios durante la enfermedad, puede causar la curación con mayor rapidez. Una de las tácticas más fáciles para la perseverancia es elegir un tema cada día, una situación o una pregunta que se te ocurre o que alguien te ha sugerido. Entonces la escritura te saldrá a borbotones, y pasarás ratos de verdadero recreo, además de ser una ocupación útil y provechosa en todos los aspectos.
José María Lorenzo Amelibia
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