Horas tranquilas

Me gusta pasear por el bosque. Resulta maravilloso, tomando las debidas precauciones, deambular por parajes solitarios, acompañado tan sólo por el propio pensamiento, y bajo la presencia amorosa de Dios. Miro a veces los árboles y escucho la melodía de los pájaros. Pasan las horas tranquilas. Momentos de fecundidad espiritual. Son ratos de mucha riqueza para enfrentarnos con la propia existencia. ¡Cuánto debiéramos potenciar de una u otra manera estas mañanas de soledad! En el campo o en el bosque nos damos cuenta a fondo del tema trascendente, existencial.
Dios es bueno con nosotros cuando nos encontramos en paz de alma. También en el sufrimiento. Siempre nos quiere. Siempre desea el Señor que elevemos nuestro corazón a El que nos espera en el cielo. En la soledad del campo o de las montañas, en el templo sereno, al atardecer, junto al sagrario, brotan los deseos santos: que nuestra vida sea una llama de fe, que vaya transformando en amor los dolores propios. De allí, de la soledad, en la gran compañía del Señor sacaremos fuerza para vivir una entrega más generosa en la propia profesión, en la familia o en el retiro forzoso de nuestra enfermedad. ¡Eucaristía del Sagrario, Eucaristía de la Naturaleza!
No supone la Naturaleza menoscabo para la participación en la Cena del Señor; al contrario, si contemplamos la Inmensidad de Dios en la creación, llegamos a adorar después con mayor fervor a Jesucristo Grande en la levedad de la Sagrada Hostia.
El hombre por sí mismo es débil. Y no me refiero tan sólo a los momentos de enfermedad, achaques de vejez o tristeza. En toda época y situación, nos sentimos indigentes. Nuestra fuerza está en el Señor, en el Sacramento del Perdón y de la Eucaristía, y en la preparación de éstos con la oración solitaria o en comunidad.
Para muchos resulta más cómodo inhibirse de todo que huela a trascendencia. Trabajar en el propio tajo, distraerse con la televisión, el deporte, el sexo o contemplando cómo suben las ganancias materiales. Pero ahí no está nuestra verdadera energía. Atendamos la voz del Apóstol: "Vosotros confortaos en el Señor y en la fuerza de su poder; vestíos de toda armadura de Dios, para que podáis resistir a las insidias del diablo; que no es nuestra lucha contra la carne y la sangre, sino contra los principados y potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos..." (Ef 6, 10-12)
Puedes mirar mi página web http://personales.jet.es/mistica
Más de mil artículos míos sobre la debilidad, enfermedad, etc. en
http://www.opina2000.com
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