Un niño probablemente no leerá estas líneas; pero sí podrán hacerlo muchos padres, y ellos mismos ayudarán mejor a sus hijos, si llega el momento de la enfermedad. A lo largo de estos años no nos hemos ocupado demasiado de los niños enfermos; tal vez porque a ellos difícilmente pueden llegar nuestras líneas. Y sin embargo, pocas personas habrá tan desvalidas como los pequeños, tan incapaces de solucionar por sí mismos el problema de la enfermedad.
Solía decir Maríe Curie: "Lo único que cura al hombre es un gesto de ternura". Si esto es verdad aplicado a cualquier ser humano, ¿qué diremos con relación a los niños? Necesitan toneladas de cariño, comprensión, caricias...
Ángel Ludeña es un chaval despierto y dotado de una sensibilidad altruista por encima de lo normal. A los siete años le diagnosticaron una enfermedad severa, leucemia. La familia era muy consciente, cuando lo llevaron a la clínica donde pasaría largos meses, de que todo sería necesario para conseguir la recuperación total de aquel hijo. Se armaron de entereza; en ningún momento Ángel vio tristes ni preocupados a sus padres. Ellos tuvieron una buena preparación psicológica y técnica, de manera que fueron auténticos coterapeutas en la curación del niño.
Tuve la suerte de escuchar a esta familia en el programa "Informe Semanal". Nos hablaban de la importancia de la risa y el humor para la curación de los pequeños. ¡Cuánto bien le hicieron a Ángel los payasos de la Asociación Pupaclown! Ahora nuestro niño ha colaborado en la publicación del libro "Cómo vencer la leucemia". Y ayuda de distintas maneras a otros chavales que sufren su propia enfermedad.
El niño enfermo necesita sobremanera sentirse en su ambiente mientas le duran sus dolencias. Hoy es normal que en tiempo de curso escolar los alumnos tengan a su disposición en las clínicas uno o más profesores para ayudarles en las distintas áreas de aprendizaje. Hemos visto salas de recreo en clínicas, donde los pequeños juegan y se divierten a su modo; reciben visitas de amigos de la calle, cuando se encuentran libres de contagiar su enfermedad.
Es muy importante también que los padres y educadores se preocupen en esos días de hablarles de Dios Padre, de Jesús que sanó a los enfermos, para que ellos pongan en todo momento su confianza en el Señor. Enseñarles también que ofreciendo a Dios con fe la propia enfermedad, no solo conseguimos méritos para la vida eterna, sino también podemos influir en la salvación del mundo. La vida del niño ha de estar siempre, y por supuesto en tiempo de enfermedad, envuelta en espíritu de piedad y a la vez, en un clima sereno, tierno y alegre.
José María Lorenzo Amelibia
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