EL SÍNDROME DE DOWN SE LLENA DE ESPERANZA

Pude ver en televisión a dos jóvenes que padecían el síndrome de Down, ambos desempeñaban cargos de funcionario público. Su trabajo era sencillo: colocar libros en su sitio, pegar sobres, hacer pequeños recados; algo así como un ordenanza. Pero trabajaban con gusto, se sentían útiles y ganaban su pan. Hace pocas décadas nos hubiera parecido algo imposible. La gente los consideraba como infradotados, un poco tontos.


Pero la sorpresa es mayúscula cuando nos dicen que estas personas, bien orientadas, hasta pueden estudiar una carrera. La Junta de Andalucía ha apostado por ellos desde hace diez años; y allí se ha creado el "Proyecto Roma": cuarenta y cuatro jóvenes españoles formar parte de este plan educativo, que facilita el desarrollo intelectual y cultural de estos muchachos. Uno de ellos, Pablo Pineda, acabó el magisterio a los veintitrés años; ahora amplía estudios y camina hacia una licenciatura en Psicopedagogía, y trabaja en el área de bienestar social en el Ayuntamiento de Málaga.

Este chico dice: "Todavía me consideran el listo de un grupo de tontos, pero soy tan síndrome down como los otros". Todo ello gracias al Proyecto Roma. Dentro de no muchos años tropezaremos con profesionales muy competentes que adolezcan de esta, llamémosla, enfermedad o limitación. Hemos de estar abiertos, ser acogedores, romper esquemas preconcebidos. A fin de cuentas son seres humanos como los demás, y el tiempo demostrará la eficacia de estos tratamientos.

Miguel López Melero, profesor universitario, ha apostado muy en serio por esta iniciativa. Se puede consultar para ampliar datos la página web: www.melero@uma.es

Se trata de una gran esperanza para todas las familias que tienen un hijo con esta disfunción; en España pasan de treinta mil. La preocupación de los padres para el futuro de estos niños cuando ellos desaparezcan, puede encontrar solución en un futuro próximo.

El temperamento de estos jóvenes suele ser muy agradable, de buena convivencia, son agradecidos, cariñosos, reservados y tranquilos. En el aspecto religioso, una maravilla. Es preciso, por supuesto, que sus educadores fomenten su dimensión de fe. Entre ellos podemos encontrar grandes orantes y contemplativos. Dios no funciona con criterios mezquinos para derramar su gracia en las criaturas. El temperamento profundamente afectivo y agradecido en estas personas, les incita a corresponder con generosidad a la gracia de Dios. Y el Espíritu Santo habitará en estas almas más a gusto que en muchos a quienes denominamos personas normales, porque ve en ellos una acogida del todo cordial y llena de fe.

Es de esperar que en este siglo XXI aparezcan en nuestros conventos y seminarios más de un caso de síndrome down. Muchos podrán beneficiarse de su ejemplo, bondad y testimonio.

José María Lorenzo Amelibia
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