El manuscrito del Santo Sepulcro Autor Jacques Neirynck

Crítica

           Me da la impresión de que en el año 2004 hubo la moda de escribir novelas con tema religioso. Y las que voy leyendo (por necesidad más que por afición) parece que se gozan en poner en tela de juicio nuestro dogma católico. El Manuscrito del Santo Sepulcro no es tan rabiosamente sectaria como “El Código Da Vinci”,  pero está un poco en su línea.

Manuscrito

          Como es natural habla mucho sobre la Sábana Santa de Turín. Niega que sea del siglo I, a pesar de las pruebas que ha habido favorables a esta tesis. Para un católico la Sagrada Síndone es digna de gran veneración, pero no una prueba de su  fe.

             Vierte el libro ideas del todo negativas sobre el dolor, sin una mirada de fe válida. Se advierte en ellas falta de trascendencia, falta de esperanza. Afronta el problema psicológico de los enfermos terminales con una pseudo confesión: se manifiestan públicamente, en grupo, los pecados cometidos junto con las preocupaciones que inquietan en esos momentos. No negamos el valor psicológico, pero carente del todo del valor santificador y de perdón del sacramento.

             Habla después sobre la aparición del mismo esqueleto de Jesucristo en una tumba excavada junto a la basílica del Santo Sepulcro. Parece que la novela se debatirá por estos derroteros planteando el problema de fe que en la década de los ochenta hizo furor en un sector de nuestros teólogos, pero solo insinúa la cuestión, y la deriva a la posible aparición de los restos de un Santiago que murió crucificado.  De aquí pasa a embarullarse con el tema de los “hermanos de Jesús”, sobre si eran hijos de un matrimonio anterior de san José o eran primos de Jesucristo, hijos de algún hermano de María.

            Se mete solapadamente con el problema del pecado: “Dios no nos reprocha nada. Nosotros somos quienes nos reprochamos”. La idea no es muy católica, por supuesto. La virginidad de María la califica de “leyenda apócrifa” en boca de uno de los protagonistas de la novela. La misma persona denomina nuestro dogma católico sobre la infalibilidad, definido en El Vaticano I, como  “el mito de infalibilidad”. Una por una atacar de una manera más o menos sibilina nuestra fe católica.

            Pero cuando rebasa todas las posibilidades es al final: Enmanuel, el tercero de los protagonistas, un monseñor anodino que se curó del Parkinson “milagrosamente” con células embrionarias, llega nada menos que a Papa con el nombre de Juan XXIV. Así lo define el autor: “Enmanuel Papa, del color de las murallas. No condena a los malos teólogos, pero los teólogos buenos se imponen”. Comienza este papa por aflojar en lo doctrinal y convocar un concilio ecuménico en que participarán ex equo todas las iglesias cristianas: protestantes, anglicanos, ortodoxos y católicos.

 Critica el mismo papa la institución monárquica de la Iglesia y lo mezcla todo afirmando que nuestra Iglesia ha copiado las estructuras del imperio romano. Critica la centralización del poder. Y afirma que no era intención de Jesús fundar la Iglesia. Y acaba el susodicho Juan XXIV por abandonar el Vaticano en un acto histriónico, junto a toda la curia romana. Él se marcha en busca de la oveja perdida a recorrer el mundo. Manda destruir el Vaticano y deja la Iglesia sin timón.  Abdica de todos sus poderes, menos  de ser el siervo de los siervos. Así termina la novela que empezó de forma inocente. Final catastrófico y demoledor. 

José María Lorenzo Amelibia Si quieres escribirme hazlo a: josemarilorenzo092@gmail.com Mi blog: https://www.religiondigital.org/secularizados-_mistica_y_obispos/

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