Abundaban en el siglo XVI las vocaciones, pero veamos la crítica que de ellas hace Blasco Ibáñez con su gran espíritu crítico en su novela “La Catedral”. Sirva esta crítica para ver que también entonces existían las miras demasiado humanas. Y hoy siguen estos criterios tan pobres. Necesitamos santos de gran talla para que purificar la Iglesia. Entonces ciertamente los hubo, pero no llegó a todos de la misma manera la contrarreforma.
“El reclutamiento eclesiástico no cesa jamás. Siempre hay ilusos para llenar sus filas. Los que sienten la fe son los menos; los más entran en el mundo eclesiástico porque ven la Iglesia todavía triunfante y dominadora en apariencia y creen que dentro de ella los
aguarda una carrera prodigiosa... ¡Infelices!
— La hora de las grandes fortunas dentro de la Iglesia pasó ya. Los pobres muchachos que ahora visten la sotana soñando con la mitra me causan el efecto de esos emigrantes que marchan a países lejanos, famosos por largos siglos de explotación, y los encuentran más esquilmados aún que su propio país.
Quieren demostrar que en la Iglesia se vive en el mejor de los mundos, y sólo la falta de razón puede rebelarse contra su régimen.
—Ríase usted también de la pobreza actual de la Iglesia en España. Le ocurre lo que a los grandes señores arruinados que aún tienen para vivir con holgura y se consideran miserables recordando su pasada opulencia. La Iglesia tiene la nostalgia de aquellos siglos en que poseía la mitad de la riqueza española.
La Bula de la Santa Cruzada produce más de dos millones y medio de pesetas todos los años; además, hay que tener en cuenta lo que las parroquias sacan de sus fieles y las utilidades anuales de las Ordenes religiosas por su ministerio y oficios En fin: que la Iglesia, hablando a todas horas de su pobreza, saca del Estado y del país más de trescientos millones de pesetas todos los años: casi el doble de lo que cuesta el ejército, y eso que en las sacristías se quejan de los tiempos modernos.
Ninguna sotana cae en medio de la calle desfallecida da necesidad; pero son muchos los clérigos que pasan la existencia engañando al estómago, figurándose que se nutren, hasta que llega una dolencia cualquiera que los saca del mundo... ¿Adonde va, pues, todo ese dinero? A la aristocracia de la Iglesia, a la verdadera casta sacerdotal, pues nosotros, dentro de la religión, somos gente de escaleras abajo.
Renuncian al amor y a la familia, huyen de los placeres profanos, del teatro, los conciertos y el café; son mirados por los hombres, aun por los que se las echan de religiosos, como unos seres extraños, una especie intermedia entre la hembra y el macho; arrastrar faldas, ir vestido en todo tiempo como un mamarracho lúgubre, y, a cambio de tantos sacrificios, ganan menos que los que pican piedra en las carreteras.
Vivimos descansados; ciertamente que no nos caeremos de un andamio, pero nuestra
miseria es mayor que la de muchos obreros, y no podemos confesarla ni ponernos a implorar limosna por el prestigio del hábito”. De Blasco Ibáñez, La Catedral.
José María Lorenzo Amelibia
Si quieres escribirme hazlo a: jmla@jet.es
Puedes solicitar mi amistad en Facebook pidiendo mi nombre Josemari Lorenzo Amelibia
Ver página web: http://web.jet.es/mistica