Los que cuidan a los enfermos
Enfermos y Debilidad
| José María Lorenzo Amelibia
Los que cuidan a los enfermos

Que los cuidadores de enfermos no se encuentreb aislado
Un amigo misionero me lo contaba: “Varios compañeros salimos las tardes de los domingos con un grupo de minusválidos en sillas de ruedas. Para nosotros es una felicidad y un orgullo y lo pasamos muy bien”. El propósito de estos sacerdotes era ayudar a las familias para que al menos una tarde por semana pudieran descansar. “Lo nuestro - me decía - no tiene importancia. Lo de verdad costoso es atender día a día a unas personas que nada pueden por sí mismas”. Esta es la realidad.
Conozco a unos hermanos, cuyos padres se encuentran necesitados de todo: vivienda, dinero y el auxilio diario a su invalidez. En diálogo armonioso han decidido que se hospeden en la casa más apropiada, y todos colaboran para turnarse los días de fiesta, y que pueda disfrutar de vacaciones quien durante todo el año convive con sus progenitores.
El verano pasado saltaba a un periódico esta noticia: “Más de doscientos ancianos acuden los últimos meses a las residencias; un treinta por ciento por encima de la campaña anterior”. Se trataba de una iniciativa que iba tomando auge desde el año 85: residencia de ancianos para estancias cortas con el fin de que los familiares tomasen unos días de descanso o pudieran atender a necesidades urgentes. La duración de la permanencia no podía exceder al mes. Se trata de facilitar al cuidador habitual algo tan elemental como poder hacer unos arreglos en la casa, permanecer una temporada en el hospital algún otro miembro de la familia o cualquier otra eventualidad que pueda surgir, incluidas las vacaciones. Es la oportunidad de liberarse un poco del estrés acumulado al encargarse de una persona discapacitada. Los meses de verano suele ser cuando más solicitudes se reciben en los distintos departamentos de “Asuntos Sociales”. La única exigencia a los solicitantes es que lleven empadronados en el municipio al menos tres años.
Vamos tomando conciencia de la necesidad de ayudar a los que ayudan, de echar una mano por parte de la familia y de los políticos a los “buenos samaritanos” que están dando lo mejor de sus vidas para sus ancianos padres, tíos o abuelos por agradecimiento y verdadera piedad. Sabemos que algunos hijos escurren el bulto y abandonan su responsabilidad en manos del primero que comenzó a atender. Pero quien es de verdad persona y cristiano lleva grabada en el alma la frase de San Pablo: “Que cada uno lleve la carga de los otros y así cumpliremos la ley de Cristo”.
José María Lorenzo Amelibia
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