La esclerosis múltiple y otras enfermedades degenerativas

 Enfermos y Debilidad

La esclerosis múltiple y otras enfermedades degenerativas

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Paz en nuestra enfermedad

Junto a mí, muchas mañanas, se monta en la bicicleta estática en la sala de rehabilitación de minusválidos temporales, un señor joven afectado de esclerosis múltiple. Es el veterano de cuantos allí estamos y lleva casi cuatro años. Mientras pedaleamos solemos contarnos algunas confidencias. Él practica también otros movimientos gimnásticos. Sabe que su enfermedad no tiene curación, pero la única manera de que no vaya avanzando el mal es practicar las distintas tablas, guiado por un fisioterapeuta. Sus paseos por la calle los hace apoyado en una muleta. A simple vista parece que sufre un simple esguince de tobillo.

 “Al principio –me dice – sentía como un hormigueo en las manos y en los pies y mucha fatiga; después una especie de calambre en la columna vertebral. Me parecía que sufría un ligero cansancio de viernes. Pero semanas más tarde visité al traumatólogo y poco después hube de utilizar una silla de ruedas. Me daban muchas medicinas y me decían que sufría una enfermedad degenerativa todavía poco conocida: la esclerosis múltiple. Entonces me asusté y me costó mucho reaccionar. Primero, bajas laborales; después, la jubilación por enfermedad”.

 Nuestro compañero recibió la ayuda de un psicólogo. Le animó mucho llegar al convencimiento de que en su propia voluntad estaba el poder disfrutar de una vida útil y alegre. “He de asumir mis limitaciones. Y estoy seguro de que la silla de ruedas será una referencia, pero nunca mi trono permanente. He de seguir caminando por mi pie ayudado de una muleta”.

             También cuenta con la ayuda de un sacerdote amigo. “Me hace mucho bien – me asegura –.  Además de haber comenzado a vivir más a fondo mi fe, colaboro en la parroquia dando catequesis. Me doy cuenta de que mi testimonio impresiona a los adolescentes de Confirmación”.

Cuando llegan problemas de esta clase, no basta con afrontarlos estoicamente. Nuestra fe cristiana exige elevarnos a la trascendencia. Cuánta luz da en este sentido la frase de San Pablo: “Muy gustosamente continuaré gloriándome en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por lo cual me complazco en las enfermedades, en las persecuciones, en los oprobios, en los aprietos por Cristo”.

 José María Lorenzo Amelibia 

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