Los mártires de la guerra civil

He tenido que adecuar mi criterio del concepto “mártir”. Yo siempre entendía con esta palabra a la persona que había dado su vida por Jesucristo, por su fe, por defender su alma de un pecado mortal, pero siempre con la opción contraria: es decir pecar, renegar su fe, injuriar a Dios. Si pecaba renegando de su fe, era un apóstata o pecador público. Si aceptaba la muerte, un mártir, un santo.
Con ocasión de las beatificaciones y canonizaciones magnas de cientos de personas de los últimos años, nos han dado otro concepto del mártir: “Aquel que es asesinado por odio a la fe”. En este sentido son muchos millares los mártires de la última guerra civil en España, y varios cientos de miles en Europa y en el mundo en el siglo XX.


Hubo problemas para estas masivas beatificaciones españolas en tiempos de Paulo VI. El pontífice se negó en rotundo a realizarlas a pesar de las presiones que sufrió, porque consideraba que iban a ser interpretadas con beneficio a favor de la derecha política. Fue Juan Pablo II quien - ¿tal vez por su lucha anticomunista? – inició un colocar en los altares a cientos y cientos de sacerdotes, obispos, religiosos y seglares. Hace pocas semanas hemos asistido en Tarragona la gran ceremonia de 522 beatificaciones de mártires de la guerra civil. Ha habido protestas por la interpretación política, pero la jerarquía ha insistido de una manera unánime que solamente se ha pretendido poner a estos hombres y mujeres como ejemplo de haber ofrecido su vida por el hecho de ser cristianos, por vivir en la fe o vida religiosa o sacerdotal.

Me parece óptimo el nuevo concepto de mártir. En este sentido lo son las personas que dentro de un templo o al salir del mismo han sido asesinadas por haber acudido a la misa dominical. Existen casos en nuestros días.

Y ahora formulo mis interrogaciones que en mi mente constituyen verdadero criterio. ¿Hay necesidad de que estas beatificaciones requieran tanto papeleo previo? ¿Por qué incluir a unos sí y a otros no habiendo dado todos la vida por seguir la fe? ¿No se podía canonizar de un plumazo, con una gran festividad única en la Plaza de San Pedro a todos los muertos por odio a la fe en la guerra civil? A estas cuestiones me atrevo a responder de la forma como la entienden una gran mayoría de los cristianos de a pie. Porque si han muerto por odio a la fe ya son mártires. Y no hace falta estudiar a fondo sus vidas, ni incluirlos con nombres y apellidos en un catálogo.

Tal vez algunos de ellos se distinguieron también por una virtud fuera de serie. Pero en nuestro caso es suficiente reconocer que por el hecho de ser frailes o monjas o curas y obispos o seglares que iban a Misa o destacaban en algún aspecto como cristianos, fueron asesinados. Lo mismo me da que el santo sea el gitano Pelé que el obispo Polanco. Todos son santos, mártires, testigos. Pero vamos a dejarnos de tanto papeleo, tanta demostración. Que todo sea sin burocracia, como resultó en el caso de los Innumerables mártires de Zaragoza.

Nos ahorraríamos tiempo, dinero, papel y sospechas de tipo político.


José María Lorenzo Amelibia
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