En la época postconciliar, la primera reforma eclesial fue la liturgia. Al comienzo de los años 70 era un lío: no había libros, los altares estaban todos de espaldas al pueblo, las iglesias enteras estaban dispuestas en plan tridentino. Poco a poco fue introduciéndose el cambio. Después vinieron los abusos por una parte del clero que inventaba misas a su antojo.
Pronto comenzó el rito de la paz, que en España se generalizó con un apretón de manos con el vecino, cuando el preste exhortab a ello.
Nunca me ha convencido el modo de desearse la paz entre los fieles. Y no digamos nada cuando sale un espontáneo dentro del pueblo y recorre el templo desde el primero hasta el último banco apretando decenas de manos lleno de satisfacción. En alguna diócesis llegó el obispo a mandar a los sacerdotes un documento en el que exhortaba a los fieles que tan solo se diera la paz al de la derecha y al de la izquierda.
Pero me conmovió esta anécdota: en una ciudad se encontraban en el mismo banco dos personas que en el momento anterior a la comunión se habían dado la paz. Al salir del templo una de ellas intentó hablar con la otra, la cual rehuyó conversar y se alejó con cierta displicencia, tal vez creyendo que el interlocutor le iba a pedir alguna ayuda económica. ¡Antes, eso sí, le había dado la paz!
Desde entonces se me hace más enojoso el rito actual. Pienso que puede resultar farisaico; mero cumplimiento. Personas que ni se conocen, que incluso no están dispuestas a dialogar, que al salir de la iglesia cada una toma su camino sin mirar a la cara a quien estuvo junto a ella en el mismo banco…
Sé que los liturgistas se habrán planteado este problema, y no sabrán cómo solucionarlo: pero ahí está. Por otra parte no me parece muy higiénico el rito. Incluso en muchos lugares llegó a suprimirse durante el período de la gripe A.
En algunas parroquias tienen la costumbre de suprimirlo en tiempo de adviento y de cuaresma. Les exhortan en esas semanas a los fieles para que cuando vuelvan en Navidad o en Pascua al saludo de la paz, lo hagan con todas las consecuencias. Veo óptima esta iniciativa, aunque no sé si conseguirá algún fruto.
El saludo de apretón de manos es – me parece – algo muy íntimo que denota amistad ya comprobada; aunque también en otras ocasiones supone un mecanismo social rutinario y con poco sentido.
Tal vez sea difícil cambiar esta costumbre. Pero mejor me parecería hacerlo como en mis tiempos de niño en Estella: mirar al de la izquierda y al de la derecha y decirles en voz queda, en una leve inclinación de cabeza: ¡Buenos días! o ¡Buenas tardes! Suficiente, y se presta menos a la hipocresía. Dejar el abrazo o el apretón de manos para ocasiones de Misa con personas entre las que existe ya una intimidad.
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