Los santos canonizados y los otros

Es emocionante, vistoso, sugerente de eternidad, el rito de la canonización. No lo describo; es de sobra conocido. Tampoco voy a dar detalles del proceso, que suele ser muy costoso en tiempo y en dinero. Me fijo en esto último.“Por dinero baila el perro” dice el refrán. Y sin dinero es imposible hoy que una persona llegue a los altares. Alguien tiene que pagar los gastos. Hace más de veinte años, para comenzar una canonización, era necesaria una cuenta de veinte millones de pesetas. Eso para empezar. Después casi seguro que habrá que multiplicarlo. Y yo no me escandalizo de ello, porque en lo humano todo se mueve por el dinero, el “cumquibus” popular.



Y gracias a la fe de los pueblos, a la generosidad de las congregaciones religiosas, a la propaganda que con ese dinero se efectúa vemos inscritos en el catálogo de los santos a miles de personas. Cuanto más poder económico tiene una congregación religiosa, con mayor facilidad puede obtener el gozo de un santoral nutrido.

A pesar de todo, en nuestro calendario aparecen algunos santos mendigos, como San Benito José Lavre o el Pelé que fue gitano. Ignoro de dónde han sacado fondos para ello.

Pero la santidad no es asunto de dinero: es cuestión de amor a Dios y al prójimo; es ejemplaridad de vida; es deshacerse por propagar la fe o dar la vida como mártir. Gracias a los santos nos animamos a seguir adelante a pesar de las dificultades, porque ha habido santos como nosotros: con los mismos problemas, con las mismas características. Podemos mirarnos en ellos como si fueran un espejo, reflejo del amor de Dios a la humanidad. Los hay de todos los colores y profesiones: médicos, papas, mendigos, criadas, monjes, ingenieros, misioneros, sacerdotes, viudos, ricos, músicos… y siempre, por supuesto, del género femenino y masculino, con excepción de los sacerdotes.

Menos mal que el día 1 de noviembre celebramos las fiesta de los santos sin canonizar, de aquellos q – con frecuencia muy superiores en virtud a bastantes de los canonizados – fueron Buenos y gozan por siempre de Dios.

No se me ocurre el modo cómo se podría llegar a la canonización oficial sin necesidad de dinero. Pero hay algunos casos en que todos estamos convencidos de que algún conocido nuestro ha sido de una categoría enorme de santidad. Me viene ahora a la mente el ejemplo de Vicente Ferrer, el jesuita secularizado, que vivió para los pobres, para redimirlos de la miseria y darles una dignidad y bienestar; el caso de Oscar Romero, el de mi vecino José Miguel Pérez de Onraita, el de los sacerdotes Miguel Ángel Pérez de Zabalza o Miguel Sola, el de tantos y tantos….

Yo no soy quién para canonizar a nadie. El Papa es infalible para hacerlo. Pero la ejemplaridad de vida la contemplamos, y ellos nos alientan a vivir con el deseo de amar a Dios y consumir nuestra vida a favor de nuestros hermanos.


José María Lorenzo Amelibia
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