No temer la jubilación, es vida

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No temer la jubilación, es vida

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La jubilación da paz

            No he sido de los que sueñan con su jubilación. Tampoco me aferraba a mi puesto de trabajo como la hiedra al muro. Hoy, después de once años, me parecen los tiempos laborales muy remotos; me da la impresión de que nunca he trabajado por cuenta ajena. Sin embargo he pasado más de veinte años preparándome para desarrollar mi vocación: doce de ellos en el Seminario. Otros doce en lo que se denomina “ejercicio ministerial” y veintiocho en la enseñanza. Aunque a primera vista parezca mi caso de “abandono vocacional”, en la realidad no ha sido así. Siempre me he considerado sacerdote, aunque el modo de realizarlo ha sido de tres formas muy distintas. El “ministerio” y la enseñanza. De una manera más formal. Y en el periodo de pensionista, más por libre.

Aun sin añorarla, llegó la dulce jubilación. Me parecía que sería imposible llenar mi tiempo. Unos meses antes hacía planes para aprender a encuadernar libros, perfeccionarme en gramática, entrar en algún grupo de apostolado. Siempre con miedo a aburrirme. Un amigo me decía: “Conozco tu temperamento. Verás cómo no te va a llegar el tiempo para todo; nunca te entrará tedio, al contrario.” Y acertó. Pero me doy cuenta de que nos preparamos en la vida para el trabajo, pero nada para la última etapa, la de vacaciones perpetuas.

Nadie me echó de menos cuando tomé mi descanso definitivo. Una sola vez marché a visitar a mis compañeros, pero me di cuenta de que allí no cuajaba ya mi presencia. Así es la vida. Lo asumí sereno y sin ninguna pena. En un principio me hubiera gustado dar charlas en un sitio y en otro, pero mi voz se había quebrado del todo después de cuarenta años de forzarla. En cambio se me abrieron dos puertas. La primera fue la de escritor: Varios amigos me ofrecieron la oportunidad en sus revistas y en una emisora. Alrededor de dos mil artículos han visto la luz en estos medios. La segunda entrada ha sido el Internet. A través de mi página web me relaciono con varios centenares de personas; nos animamos mutuamente a seguir los caminos del Evangelio. Otra manera de ejercer mi vocación sacerdotal. Luego vinieron los nietos; los primeros meses me parecía algo extraño. ¡Yo, abuelo! Después me sentí útil para colaborar en la educación; ser coeducadores mi esposa y yo con los padres. En lugar de sentirme viejo, me he rejuvenecido junto a estos retoños.

Es verdad que conozco a bastantes pensionistas un tanto aburridos; no saben cómo matar el tiempo; pero la mayoría se siente feliz y muy útil. Muchos entregan parte de sus horas libres a alguna ONG; otros, cultivan la pintura, los viajes culturales, mil cosas en las que habían soñado en su juventud y no lo habían conseguido nunca. ¡Con cuánta alegría me decía un amigo!: “Estoy estudiando la carrera de Derecho; una ilusión que nunca había podido realizar.

Y con serenidad preparar la partida de este mundo. El Señor nos espera. Mucho tiempo empleamos en médicos, vigilando nuestra salud, pero sabemos que esta vida no es la definitiva. Por eso el jubilado se ha de sentir, con gozo, más cerca de Dios.

José María Lorenzo Amelibia

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