Novela PHD 3º Decisión arriesgada de un radicalizado
En la Universidad, Alberto se manifiesta como gran pintor, católico practicante y extraordinario como alumno. Pero una arriesgada decisión desafía su coherencia: cura o casado, laico o sacerdote. Elige la vocación sacerdotal, renuncia a su novia y entra al seminario con su amigo Luis. Entre los alumnos, destacan dos personalidades complementarias: el “quijote” Alberto y el “sancho panza” Luis. Los educadores corrigen al que es líder pero radicalizado, Alberto, que necesita los valores del sensato Luis. El seminarista filósofo, el pintor Navarro, comienza a preguntarse sobre la vida oculta de Jesús y María. Y después de tres años, se abre un futuro misionero para tía Aurelia y un destino en Salamanca para estos amigos con personalidades tan opuestas.
3º
DECISIÓN ARRIESGADA DE UN RADICALIZADO
1946-1948
Alberto salió transformado de los Ejercicios. Superó el trauma por la muerte de sus padres; encontró un sentido para la vida y se entusiasmó por Cristo, por su persona y mensaje en quien se apoyó para su futuro. En cuanto a la posible vocación sacerdotal, no quería precipitarse. No deseaba que el ingreso en el seminario resultara efecto de una emoción pasajera. Tiempo al tiempo, se dijo. Procuraré intensificar mi vida cristiana. ¿Laico o sacerdote? Por ahora me falta madurar para dar un paso tan importante. Cuanto antes ingresaré en la Acción católica para desarrollar mi compromiso cristiano. Además tengo que ampliar mis estudios sobre pintura. Y sobre todo, se impone elegir entre mi novia María Luisa y la vocación sacerdotal.
Primeros pasos
Lo más urgente en la vida del estudiante Alberto: terminar el séptimo año de bachillerato y aprobar el Examen de estado. Y por cierto, las calificaciones fueron tan brillantes que le concedieron la beca que solicitó para estudiar Bellas artes en Madrid. Con su tía Aurelia concretó su plan de vivienda. Permanecería en Madrid de lunes a viernes tarde y el fin de semana en Toledo. Realizaría las tareas apostólicas en unión con Luis que ya estaba comprometido en la Hermandad obrera de acción católica (HOAC) y que le había comunicado su intención de ingresar en el Seminario.
-Vamos a ver quien entra primero, comentó Alberto en plan de broma. Como sabes tengo la inquietud sacerdotal desde los Ejercicios. Pero está María Luisa por medio.
Un joven universitario muy “católico”
Instalado en Madrid comenzó los estudios de Bellas artes en una facultad de letras. Y cultivó intensamente la praxis de la pintura. La exposición de sus cuadros dentro de la Universidad obtuvo mucho éxito. Con 19 años, Alberto se manifestaba como pintor extraordinario.
Con Luis, en Madrid y en Toledo, asistió a los eventos religiosos “católicos”. Por ejemplo, escucharon las charlas que el padre LLanos dirigía a los estudiantes universitarios, la conferencia del dirigente de AC Blas Piñar sobre el compromiso político del católico, en Toledo, los sermones del padre Rodríguez acerca de una vida cristiana radicalizada. También encontraban tiempo para escuchar al padre Venancio Marcos por la radio, meditar sobre la vida de Antonio Rivera, el ángel del Alcázar, y seguir los acontecimientos de la España católica en la revista Ecclesia. Alberto no permitía que nadie en su presencia atacara lo más mínimo los valores religiosos o a la madre Iglesia. Mal lo pasó un compañero de las milicias universitarias en el verano de 1947 cuando se le escapó una blasfemia. Aunque no pensaba denunciarle, sí le corrigió con toda dureza.
La personalidad de Alberto
En este ambiente católico, la personalidad de Alberto dio un estirón. Qué diferencia entre el adolescente traumatizado y el joven universitario muy seguro de sí mismo, simpático, inteligente, responsable, disciplinado, lanzado en todos los ambientes, con madera de líder.
Pero en Alberto continuaban muchos defectos. Todavía seguía la influencia de su padre: rígida y tajante, más que la de su madre, bondadosa y paciente. En el líder universitario destacaba, especialmente su mentalidad exaltada, conservadora cercana en ocasiones al fanatismo. Seguía su temperamento fuerte, con reacciones primarias de soberbia, pronto a la ira, con el tono autoritario de quien se cree en posesión de toda la verdad.
Cierto que los Ejercicios le ayudaron mucho pero mutiló un tanto la figura de Jesús, pues polarizó su atención en la radicalidad y rebeldía de Cristo contra las normativas injustas y no tanto en su doctrina sobre el amor universal y el testimonio de bondad y mansedumbre. Interiorizó parcialmente a Jesús aunque su ejemplo le impulsó a perdonar, a olvidar y orientar la vida con los valores del Evangelio. Sí, Alberto quería ser como Jesús pero según su personalidad “a su imagen y semejanza” más que la del Cristo total del Evangelio.
Su temperamento fuerte y su exaltada mentalidad serían la batalla permanente.
¿María Luisa o la vocación sacerdotal?
Durante el año posterior a los Ejercicios siguió su relación de noviazgo con María Luisa. Pero crecía el deseo de ser sacerdote. Y el Alberto sincero y coherente tomó la decisión de romper. Alberto reconocía que la amaba pero estaba más ilusionado con el sacerdocio y menos enamorado como para dar el paso hacia el matrimonio.
Alberto sufrió mucho antes de comunicar su decisión a su novia. Le dijo: María Luisa, tú me conoces bien, mi pasado, presente y mis deseos de ser sacerdote. Según pasa el tiempo crece mi pasión por la pintura y, sobre todo mi ilusión por entregarme totalmente a Cristo en el sacerdocio. Discúlpame si mi relación contigo te hizo perder el tiempo, yo he optado por ingresar en el curso de 1948-1949 en el Seminario de Toledo.
María Luisa guardó silencio. Ella con la intuición femenina esperaba el golpe aunque abrigaba una leve esperanza. La novia enamorada pero profundamente cristiana comprendió y aceptó la razón para la ruptura. Como le amaba, respetaba su decisión y su futuro.
Con tono sereno, sin lágrimas, María Luisa le dijo: Alberto, nos hemos querido como amigos y como novios. Ya sabes que el hombre de mi vida siempre serás tú. Pero si el Señor te llama, si tu vocación es el sacerdocio, sigue la llamada. Jesús me ha ganado. Mi amor no es egoísta, quiero tu bien antes que el mío. Desde ahora, los dos quedamos libres y amigos.
Y sin más, se despidieron días antes de la entrevista que mantuvo con los superiores del Seminario. Como Alberto era muy conocido en Toledo como joven cristiano comprometido apostólicamente, no existió ningún inconveniente para recibirle. Mucho prometía aquel joven de Acción católica que a los 20 años, en 1948, ingresó en el Seminario mayor de San Ildefonso, en Toledo.
La primera visita fue para don Felipe. “Recuerde mi despedida en los Ejercicios del 46. Después de dos años aquí me tiene”.
-Enhorabuena, para ti y para tu amigo Luis que “te ha ganado”, pues hace una semana fue admitido en el Seminario.
Alberto, seminarista, “primero casi en todo”
Desde la otra orilla del Tajo dos grandes edificios se pueden contemplar: la Academia militar y el Seminario conciliar de san Ildefonso donde ingresó Alberto como vocación “tardía”. Llamaba la atención entre sus compañeros por su edad, estatura y gran personalidad. Medía 1,90 de estatura, bien parecido, con un cuerpo atlético y con los rasgos psicológicos de líder que ejerció en la Universidad y ahora sobre los seminaristas. Su temperamento seguía siendo el mismo: muy emotivo y entusiasta, un tanto primario, idealista y con gran actividad.
Por su inteligencia, Alberto sobresalía como el indiscutible “primero de clase” en los temas de filosofía. Le acompañaba una dialéctica contundente y los compañeros le “guardaban el aire”. No se atrevían a discutir con el seminarista pintor, que pronto comenzó a manifestar sus defectos. Continuaba el Alberto exaltado a la hora de defender sus ideales heredados de su padre: Dios, Patria y Tradición. Sus formadores le llamaron la atención por la dureza de sus juicios, la poca amabilidad en el trato, por su incomprensión e intolerancia que le llevaban a unas actitudes de radicalidad y a veces de fanatismo. Se notaba la impronta de su padre guardia civil y la rígida educación recibida desde niño.
Siguen los defectos del joven exaltado
Aunque el ambiente del seminario era conservador, sorprendía como Alberto defendía la tradición, los valores de siempre, el deseo de mantener todo el pasado religioso como solución para el presente. Su idealismo exaltado, los del joven de acción católica, desembocaba muchas veces en respuestas tan integristas que parecían las de un fanático religioso. Y es que Alberto pertenecía a las personas del “todo o nada” con una identidad religiosa «pura», sin componendas ni sincretismos.
Menos mal que la piedad y la dirección espiritual frenaban el orgullo de quien, convencido, brillaba por su espíritu de servicio, por la responsabilidad y coherencia ante el deber. También suavizaba su fuerte carácter, la afición por la pintura que, en el ingreso en el Seminario, le acarreó el primer conflicto. El formador de filósofos no le permitió que entrara los utensilios para pintar porque:
-“no es compatible el sacerdocio y la pintura. Tienes que elegir: o Dios o la pintura. Recuerda que no se puede servir a dos señores.”.
-El impetuoso seminarista, reprimiéndose, suavizó la respuesta: “yo busco a Dios en la belleza para servir a los hermanos en el ministerio sacerdotal y en la pintura.
-Pues olvida la pintura mientras estés en el seminario.
Calló Alberto ante el formador pero recurrió al Rector, más benévolo que el joven superior. Le permitió que en el tiempo libre cultivara los dones que el Señor le había concedido. Pero que tuviera presente: lo primero, su formación en todas las áreas humana, cristiana y sacerdotal. Y después, la afición por la pintura con la que podía dar gloria a Dios. Alberto obedeció al Rector y siguió la vida del seminario como uno más. Todo normal hasta que llegaron los ejercicios espirituales en el mes de noviembre.
Surgió el pintor con muchas preguntas
El director de los Ejercicios venía precedido de mucha fama. Un sacerdote muy parecido a don Felipe, espiritual, entusiasta, sólido en teología y con amplia cultura pues antes había sido profesor en una Universidad. Dejó boquiabiertos a los más de 50 seminaristas filósofos y teólogos. Alberto le tomaba nota de cuanto decía recordando, cómo no, los ejercicios del 46.
Don Enrique, que así se llamaba el director, centró sus reflexiones sobre la espiritualidad sacerdotal. A muchos desagradó el enfoque porque esperaban las clásicas meditaciones ignacianas. No así al universitario Alberto a quien le pareció una novedad lo de la espiritualidad sacerdotal. Y reflexionaba así: en los ejercicios del 46 descubrí a Cristo, y en los meses posteriores he vivido la vida apostólica propia de un seglar comprometido. Ahora analizaré cómo seguir a Cristo según los criterios de la espiritualidad sacerdotal. Yo deseo ser sacerdote. ¡Qué bien, ahora al principio, profundizar en los criterios específicos que regirán mi vida futura! En el futuro, Cristo como sacerdote, yo identificado con Él por el sacramento del Orden, el pecado como la negación de toda vocación, las virtudes como exigencias del ministerio sacerdotal, etc. Retocaré mi plan de vida desde la perspectiva de mi identificación con Cristo como sacerdote.
Aunque al ingresar en el seminario le pusieron límites a su afición por la pintura, sin embargo Alberto continuó pintando cuadros. Temas no le faltaban. Ése era el pensamiento del seminarista filósofo, pero con la imaginación del pintor universitario. Alberto Navarro se disparaba en otra dirección. Reconocía que nunca había pintado a Jesús o a la Virgen María. Pero al escuchar sobre los momentos de soledad y silencio del sacerdote, sin actividad pastoral alguna tal y como fue la vida del sacerdote Jesús durante toda su vida en Nazaret, Alberto se vio asediado por primera vez en su vida por muchas preguntas:
-¿cómo es posible que Jesús pasara la mayor parte de su vida “encerrado” en las cuatro paredes del taller de Nazaret con la relación casi exclusiva con José y María? Además, muerto san José, viviendo Jesús solamente con su madre, ¿cómo sería la comunicación entre ellos dos? ¿de qué hablarían? ¿Aprovecharía Jesús los ratos de charla con su madre para comunicarle su proyecto del reino de Dios? Y como devoto de la Reina de la Sabiduría, también me pregunto ¿y qué papel tendría la madre en la vida y en la doctrina de Jesús?
A estas preguntas surgió un propósito “pictórico” para después de ejercicios: comenzar a pintar a Jesús y María conversando en Nazaret. Abandonó los temas de paisajes y se centró en lo que en adelante sería su tema favorito: captar los diversos aspectos del sacerdote Jesús y de María, la madre de los sacerdotes, en Nazaret y en los años de la vida oculta.
Alberto terminó los ejercicios con su espiritualidad enriquecida por la temática sacerdotal y con la inquietud artística volcada en “el sacerdote” Jesús oculto hasta el comienzo de su vida pública. Ni en los ejercicios del 46 ni después en los años siguientes apostólicos se le había ocurrido pensar qué haría Jesús durante tanto tiempo. Alberto estaba equivocado al identificar sacerdocio y vida apostólica pública. En adelante tendría que reflexionar en la vida de oración en el sacerdote, pero no ahora en los años de Filosofía. Esperaba estudiar la Teología para profundizar en la respuesta a su gran interrogante: por qué tantos años de vida “oculta” como un carpintero “más”, y tan poco tiempo evangelizando sobre el Reino de Dios.
En la espiritualidad de Alberto se hizo presente una oración casi obsesiva y siempre la misma petición: “Señor Jesús, dime ¿qué hacías en Nazaret tantos años y porque no te lanzabas a la vida pública? Virgen, madre mía, ¿de qué dialogabas con tu hijo durante la vida en Nazaret? Señor Jesús, respóndeme; comunícame algo, Madre mía”. Sus preguntas no tenían respuestas.
-Ya que no tengo respuestas, lo que sí puedo hacer es pintar el rostro Jesús y María en diversas situaciones y, sobre todo en el momento del diálogo de madre-hijo. Alberto logró varias pinturas pero quedaba insatisfecho. Las guardó. Quizás en el futuro, con más tiempo e información, podría realizar su deseo. Ahora, esperar e investigar. Ya en filosofía pensaba en su tesis doctoral sobre la vida oculta de Jesús en los Santos Padres.
Así lo comunicaba a su amigo Luis, también vocación “tardía” y del mismo curso pero que tenía otras inquietudes. Él centraba su atención en Jesús obrero siempre solidario con los trabajadores, tanto con los de la vida pública como con la mayoría que llevan una vida callada entre su trabajo y su casa.Eran dos perspectivas opuestas pero complementarias.
Dos amigos: don “quijote”-Alberto- y “sancho panza”-Luis-
En el seminario, Alberto pronto congenió con Luis. Ambos entraron juntos a los estudios de filosofía; habían compartido tareas apostólicas: Alberto en la Acción católica y Luis en la HOAC. Y los dos eran los mayores en edad en su curso.
Sin embargo la psicología era bien diferente. Si el pintor Navarro era un tipo alto que sobrepasaba a los compañeros, Domínguez era más bien de mediana estatura y sobrado de peso. Cuando paseaban juntos no faltó el seminarista socarrón que comentaba: ¡por ahí van don “quijote” y “sancho panza”! Ciertamente que la psicología respaldaba el comentario, porque Luis era el individuo práctico, algo vividor, simpático, extrovertido, alegre y muy sociable. Los dos muy activos, pero la inteligencia, la emotividad y sensibilidad de Alberto eran muy superiores. Y si Luis poseía una conducta reflexiva, prudente, en Alberto eran frecuentes sus prontos, sus cambios de humor. Total, uno primario y el otro secundario. Luis tenía lo que le faltaba al pintor Alberto: el sentido práctico, la aguda observación de las personas, el talante de diplomático y de buen comerciante, la paciencia y la prudencia.
Respecto de la fe y la piedad también se distanciaban. En Luis resaltaba el amor o caridad de afecto, la bondad, el trato fraternal y amable, la actitud de mansedumbre, comprensión y tolerancia, prudencia, naturalidad en la virtud, paz-tranquilidad, alegría, humildad, obediencia completa y justicia sentida. Alberto, emotivo internamente y con “espíritu de dictador” se manifestaba frío y distante en el trato pero responsable, fiel y muy coherente. Los dos, como militantes de movimientos eclesiales, tenían gran celo y dinamismo apostólico.
Dada la distinta psicología de ambos, se comprende que las mentalidades chocaran por la radicalidad y exaltación casi fanática por el “ayer cultural” en Alberto. Luis era más bien una persona moderada, diríamos que de centro, con simpatía por la izquierda debido a su formación en la HOAC pero no bajo el sello del extremismo al que llegaba el idealista Alberto. A Luis, más conciliador, le interesaban las cuestiones prácticas, “el actuar”. Era un tipo pragmático, concreto” y muy preocupado por ayudar al prójimo. Psicología y mentalidad diferentes, pero la Providencia les unió tres años en el seminario de Toledo, desde 1951 en Salamanca. Y mucho más como sacerdotes.
El futuro misionero de Aurelia y el académico de los dos amigos
Después de la muerte de sus padres, Alberto vivió con su tía Aurelia, su segunda madre. Pero al ingresar en el seminario, ella le manifestó su deseo de consagrarse a Dios como religiosa en una institución misionera. De hecho, a sus 34 años, Aurelia marchó para Segovia y Alberto y Luis a Salamanca para estudiar teología en la Universidad Pontificia. Alberto como sacerdote y Aurelia como religiosa misionera se comunicaron frecuentemente por carta. Cuando Alberto estaba en Colombia recibió la noticia del fallecimiento de su familiar más cercano, víctima de la malaria. El recuerdo de los tres, de Juan, Dolores y Aurelia, estuvo permanentemente en sus oraciones.
3º
DECISIÓN ARRIESGADA DE UN RADICALIZADO
1946-1948
Alberto salió transformado de los Ejercicios. Superó el trauma por la muerte de sus padres; encontró un sentido para la vida y se entusiasmó por Cristo, por su persona y mensaje en quien se apoyó para su futuro. En cuanto a la posible vocación sacerdotal, no quería precipitarse. No deseaba que el ingreso en el seminario resultara efecto de una emoción pasajera. Tiempo al tiempo, se dijo. Procuraré intensificar mi vida cristiana. ¿Laico o sacerdote? Por ahora me falta madurar para dar un paso tan importante. Cuanto antes ingresaré en la Acción católica para desarrollar mi compromiso cristiano. Además tengo que ampliar mis estudios sobre pintura. Y sobre todo, se impone elegir entre mi novia María Luisa y la vocación sacerdotal.
Primeros pasos
Lo más urgente en la vida del estudiante Alberto: terminar el séptimo año de bachillerato y aprobar el Examen de estado. Y por cierto, las calificaciones fueron tan brillantes que le concedieron la beca que solicitó para estudiar Bellas artes en Madrid. Con su tía Aurelia concretó su plan de vivienda. Permanecería en Madrid de lunes a viernes tarde y el fin de semana en Toledo. Realizaría las tareas apostólicas en unión con Luis que ya estaba comprometido en la Hermandad obrera de acción católica (HOAC) y que le había comunicado su intención de ingresar en el Seminario.
-Vamos a ver quien entra primero, comentó Alberto en plan de broma. Como sabes tengo la inquietud sacerdotal desde los Ejercicios. Pero está María Luisa por medio.
Un joven universitario muy “católico”
Instalado en Madrid comenzó los estudios de Bellas artes en una facultad de letras. Y cultivó intensamente la praxis de la pintura. La exposición de sus cuadros dentro de la Universidad obtuvo mucho éxito. Con 19 años, Alberto se manifestaba como pintor extraordinario.
Con Luis, en Madrid y en Toledo, asistió a los eventos religiosos “católicos”. Por ejemplo, escucharon las charlas que el padre LLanos dirigía a los estudiantes universitarios, la conferencia del dirigente de AC Blas Piñar sobre el compromiso político del católico, en Toledo, los sermones del padre Rodríguez acerca de una vida cristiana radicalizada. También encontraban tiempo para escuchar al padre Venancio Marcos por la radio, meditar sobre la vida de Antonio Rivera, el ángel del Alcázar, y seguir los acontecimientos de la España católica en la revista Ecclesia. Alberto no permitía que nadie en su presencia atacara lo más mínimo los valores religiosos o a la madre Iglesia. Mal lo pasó un compañero de las milicias universitarias en el verano de 1947 cuando se le escapó una blasfemia. Aunque no pensaba denunciarle, sí le corrigió con toda dureza.
La personalidad de Alberto
En este ambiente católico, la personalidad de Alberto dio un estirón. Qué diferencia entre el adolescente traumatizado y el joven universitario muy seguro de sí mismo, simpático, inteligente, responsable, disciplinado, lanzado en todos los ambientes, con madera de líder.
Pero en Alberto continuaban muchos defectos. Todavía seguía la influencia de su padre: rígida y tajante, más que la de su madre, bondadosa y paciente. En el líder universitario destacaba, especialmente su mentalidad exaltada, conservadora cercana en ocasiones al fanatismo. Seguía su temperamento fuerte, con reacciones primarias de soberbia, pronto a la ira, con el tono autoritario de quien se cree en posesión de toda la verdad.
Cierto que los Ejercicios le ayudaron mucho pero mutiló un tanto la figura de Jesús, pues polarizó su atención en la radicalidad y rebeldía de Cristo contra las normativas injustas y no tanto en su doctrina sobre el amor universal y el testimonio de bondad y mansedumbre. Interiorizó parcialmente a Jesús aunque su ejemplo le impulsó a perdonar, a olvidar y orientar la vida con los valores del Evangelio. Sí, Alberto quería ser como Jesús pero según su personalidad “a su imagen y semejanza” más que la del Cristo total del Evangelio.
Su temperamento fuerte y su exaltada mentalidad serían la batalla permanente.
¿María Luisa o la vocación sacerdotal?
Durante el año posterior a los Ejercicios siguió su relación de noviazgo con María Luisa. Pero crecía el deseo de ser sacerdote. Y el Alberto sincero y coherente tomó la decisión de romper. Alberto reconocía que la amaba pero estaba más ilusionado con el sacerdocio y menos enamorado como para dar el paso hacia el matrimonio.
Alberto sufrió mucho antes de comunicar su decisión a su novia. Le dijo: María Luisa, tú me conoces bien, mi pasado, presente y mis deseos de ser sacerdote. Según pasa el tiempo crece mi pasión por la pintura y, sobre todo mi ilusión por entregarme totalmente a Cristo en el sacerdocio. Discúlpame si mi relación contigo te hizo perder el tiempo, yo he optado por ingresar en el curso de 1948-1949 en el Seminario de Toledo.
María Luisa guardó silencio. Ella con la intuición femenina esperaba el golpe aunque abrigaba una leve esperanza. La novia enamorada pero profundamente cristiana comprendió y aceptó la razón para la ruptura. Como le amaba, respetaba su decisión y su futuro.
Con tono sereno, sin lágrimas, María Luisa le dijo: Alberto, nos hemos querido como amigos y como novios. Ya sabes que el hombre de mi vida siempre serás tú. Pero si el Señor te llama, si tu vocación es el sacerdocio, sigue la llamada. Jesús me ha ganado. Mi amor no es egoísta, quiero tu bien antes que el mío. Desde ahora, los dos quedamos libres y amigos.
Y sin más, se despidieron días antes de la entrevista que mantuvo con los superiores del Seminario. Como Alberto era muy conocido en Toledo como joven cristiano comprometido apostólicamente, no existió ningún inconveniente para recibirle. Mucho prometía aquel joven de Acción católica que a los 20 años, en 1948, ingresó en el Seminario mayor de San Ildefonso, en Toledo.
La primera visita fue para don Felipe. “Recuerde mi despedida en los Ejercicios del 46. Después de dos años aquí me tiene”.
-Enhorabuena, para ti y para tu amigo Luis que “te ha ganado”, pues hace una semana fue admitido en el Seminario.
Alberto, seminarista, “primero casi en todo”
Desde la otra orilla del Tajo dos grandes edificios se pueden contemplar: la Academia militar y el Seminario conciliar de san Ildefonso donde ingresó Alberto como vocación “tardía”. Llamaba la atención entre sus compañeros por su edad, estatura y gran personalidad. Medía 1,90 de estatura, bien parecido, con un cuerpo atlético y con los rasgos psicológicos de líder que ejerció en la Universidad y ahora sobre los seminaristas. Su temperamento seguía siendo el mismo: muy emotivo y entusiasta, un tanto primario, idealista y con gran actividad.
Por su inteligencia, Alberto sobresalía como el indiscutible “primero de clase” en los temas de filosofía. Le acompañaba una dialéctica contundente y los compañeros le “guardaban el aire”. No se atrevían a discutir con el seminarista pintor, que pronto comenzó a manifestar sus defectos. Continuaba el Alberto exaltado a la hora de defender sus ideales heredados de su padre: Dios, Patria y Tradición. Sus formadores le llamaron la atención por la dureza de sus juicios, la poca amabilidad en el trato, por su incomprensión e intolerancia que le llevaban a unas actitudes de radicalidad y a veces de fanatismo. Se notaba la impronta de su padre guardia civil y la rígida educación recibida desde niño.
Siguen los defectos del joven exaltado
Aunque el ambiente del seminario era conservador, sorprendía como Alberto defendía la tradición, los valores de siempre, el deseo de mantener todo el pasado religioso como solución para el presente. Su idealismo exaltado, los del joven de acción católica, desembocaba muchas veces en respuestas tan integristas que parecían las de un fanático religioso. Y es que Alberto pertenecía a las personas del “todo o nada” con una identidad religiosa «pura», sin componendas ni sincretismos.
Menos mal que la piedad y la dirección espiritual frenaban el orgullo de quien, convencido, brillaba por su espíritu de servicio, por la responsabilidad y coherencia ante el deber. También suavizaba su fuerte carácter, la afición por la pintura que, en el ingreso en el Seminario, le acarreó el primer conflicto. El formador de filósofos no le permitió que entrara los utensilios para pintar porque:
-“no es compatible el sacerdocio y la pintura. Tienes que elegir: o Dios o la pintura. Recuerda que no se puede servir a dos señores.”.
-El impetuoso seminarista, reprimiéndose, suavizó la respuesta: “yo busco a Dios en la belleza para servir a los hermanos en el ministerio sacerdotal y en la pintura.
-Pues olvida la pintura mientras estés en el seminario.
Calló Alberto ante el formador pero recurrió al Rector, más benévolo que el joven superior. Le permitió que en el tiempo libre cultivara los dones que el Señor le había concedido. Pero que tuviera presente: lo primero, su formación en todas las áreas humana, cristiana y sacerdotal. Y después, la afición por la pintura con la que podía dar gloria a Dios. Alberto obedeció al Rector y siguió la vida del seminario como uno más. Todo normal hasta que llegaron los ejercicios espirituales en el mes de noviembre.
Surgió el pintor con muchas preguntas
El director de los Ejercicios venía precedido de mucha fama. Un sacerdote muy parecido a don Felipe, espiritual, entusiasta, sólido en teología y con amplia cultura pues antes había sido profesor en una Universidad. Dejó boquiabiertos a los más de 50 seminaristas filósofos y teólogos. Alberto le tomaba nota de cuanto decía recordando, cómo no, los ejercicios del 46.
Don Enrique, que así se llamaba el director, centró sus reflexiones sobre la espiritualidad sacerdotal. A muchos desagradó el enfoque porque esperaban las clásicas meditaciones ignacianas. No así al universitario Alberto a quien le pareció una novedad lo de la espiritualidad sacerdotal. Y reflexionaba así: en los ejercicios del 46 descubrí a Cristo, y en los meses posteriores he vivido la vida apostólica propia de un seglar comprometido. Ahora analizaré cómo seguir a Cristo según los criterios de la espiritualidad sacerdotal. Yo deseo ser sacerdote. ¡Qué bien, ahora al principio, profundizar en los criterios específicos que regirán mi vida futura! En el futuro, Cristo como sacerdote, yo identificado con Él por el sacramento del Orden, el pecado como la negación de toda vocación, las virtudes como exigencias del ministerio sacerdotal, etc. Retocaré mi plan de vida desde la perspectiva de mi identificación con Cristo como sacerdote.
Aunque al ingresar en el seminario le pusieron límites a su afición por la pintura, sin embargo Alberto continuó pintando cuadros. Temas no le faltaban. Ése era el pensamiento del seminarista filósofo, pero con la imaginación del pintor universitario. Alberto Navarro se disparaba en otra dirección. Reconocía que nunca había pintado a Jesús o a la Virgen María. Pero al escuchar sobre los momentos de soledad y silencio del sacerdote, sin actividad pastoral alguna tal y como fue la vida del sacerdote Jesús durante toda su vida en Nazaret, Alberto se vio asediado por primera vez en su vida por muchas preguntas:
-¿cómo es posible que Jesús pasara la mayor parte de su vida “encerrado” en las cuatro paredes del taller de Nazaret con la relación casi exclusiva con José y María? Además, muerto san José, viviendo Jesús solamente con su madre, ¿cómo sería la comunicación entre ellos dos? ¿de qué hablarían? ¿Aprovecharía Jesús los ratos de charla con su madre para comunicarle su proyecto del reino de Dios? Y como devoto de la Reina de la Sabiduría, también me pregunto ¿y qué papel tendría la madre en la vida y en la doctrina de Jesús?
A estas preguntas surgió un propósito “pictórico” para después de ejercicios: comenzar a pintar a Jesús y María conversando en Nazaret. Abandonó los temas de paisajes y se centró en lo que en adelante sería su tema favorito: captar los diversos aspectos del sacerdote Jesús y de María, la madre de los sacerdotes, en Nazaret y en los años de la vida oculta.
Alberto terminó los ejercicios con su espiritualidad enriquecida por la temática sacerdotal y con la inquietud artística volcada en “el sacerdote” Jesús oculto hasta el comienzo de su vida pública. Ni en los ejercicios del 46 ni después en los años siguientes apostólicos se le había ocurrido pensar qué haría Jesús durante tanto tiempo. Alberto estaba equivocado al identificar sacerdocio y vida apostólica pública. En adelante tendría que reflexionar en la vida de oración en el sacerdote, pero no ahora en los años de Filosofía. Esperaba estudiar la Teología para profundizar en la respuesta a su gran interrogante: por qué tantos años de vida “oculta” como un carpintero “más”, y tan poco tiempo evangelizando sobre el Reino de Dios.
En la espiritualidad de Alberto se hizo presente una oración casi obsesiva y siempre la misma petición: “Señor Jesús, dime ¿qué hacías en Nazaret tantos años y porque no te lanzabas a la vida pública? Virgen, madre mía, ¿de qué dialogabas con tu hijo durante la vida en Nazaret? Señor Jesús, respóndeme; comunícame algo, Madre mía”. Sus preguntas no tenían respuestas.
-Ya que no tengo respuestas, lo que sí puedo hacer es pintar el rostro Jesús y María en diversas situaciones y, sobre todo en el momento del diálogo de madre-hijo. Alberto logró varias pinturas pero quedaba insatisfecho. Las guardó. Quizás en el futuro, con más tiempo e información, podría realizar su deseo. Ahora, esperar e investigar. Ya en filosofía pensaba en su tesis doctoral sobre la vida oculta de Jesús en los Santos Padres.
Así lo comunicaba a su amigo Luis, también vocación “tardía” y del mismo curso pero que tenía otras inquietudes. Él centraba su atención en Jesús obrero siempre solidario con los trabajadores, tanto con los de la vida pública como con la mayoría que llevan una vida callada entre su trabajo y su casa.Eran dos perspectivas opuestas pero complementarias.
Dos amigos: don “quijote”-Alberto- y “sancho panza”-Luis-
En el seminario, Alberto pronto congenió con Luis. Ambos entraron juntos a los estudios de filosofía; habían compartido tareas apostólicas: Alberto en la Acción católica y Luis en la HOAC. Y los dos eran los mayores en edad en su curso.
Sin embargo la psicología era bien diferente. Si el pintor Navarro era un tipo alto que sobrepasaba a los compañeros, Domínguez era más bien de mediana estatura y sobrado de peso. Cuando paseaban juntos no faltó el seminarista socarrón que comentaba: ¡por ahí van don “quijote” y “sancho panza”! Ciertamente que la psicología respaldaba el comentario, porque Luis era el individuo práctico, algo vividor, simpático, extrovertido, alegre y muy sociable. Los dos muy activos, pero la inteligencia, la emotividad y sensibilidad de Alberto eran muy superiores. Y si Luis poseía una conducta reflexiva, prudente, en Alberto eran frecuentes sus prontos, sus cambios de humor. Total, uno primario y el otro secundario. Luis tenía lo que le faltaba al pintor Alberto: el sentido práctico, la aguda observación de las personas, el talante de diplomático y de buen comerciante, la paciencia y la prudencia.
Respecto de la fe y la piedad también se distanciaban. En Luis resaltaba el amor o caridad de afecto, la bondad, el trato fraternal y amable, la actitud de mansedumbre, comprensión y tolerancia, prudencia, naturalidad en la virtud, paz-tranquilidad, alegría, humildad, obediencia completa y justicia sentida. Alberto, emotivo internamente y con “espíritu de dictador” se manifestaba frío y distante en el trato pero responsable, fiel y muy coherente. Los dos, como militantes de movimientos eclesiales, tenían gran celo y dinamismo apostólico.
Dada la distinta psicología de ambos, se comprende que las mentalidades chocaran por la radicalidad y exaltación casi fanática por el “ayer cultural” en Alberto. Luis era más bien una persona moderada, diríamos que de centro, con simpatía por la izquierda debido a su formación en la HOAC pero no bajo el sello del extremismo al que llegaba el idealista Alberto. A Luis, más conciliador, le interesaban las cuestiones prácticas, “el actuar”. Era un tipo pragmático, concreto” y muy preocupado por ayudar al prójimo. Psicología y mentalidad diferentes, pero la Providencia les unió tres años en el seminario de Toledo, desde 1951 en Salamanca. Y mucho más como sacerdotes.
El futuro misionero de Aurelia y el académico de los dos amigos
Después de la muerte de sus padres, Alberto vivió con su tía Aurelia, su segunda madre. Pero al ingresar en el seminario, ella le manifestó su deseo de consagrarse a Dios como religiosa en una institución misionera. De hecho, a sus 34 años, Aurelia marchó para Segovia y Alberto y Luis a Salamanca para estudiar teología en la Universidad Pontificia. Alberto como sacerdote y Aurelia como religiosa misionera se comunicaron frecuentemente por carta. Cuando Alberto estaba en Colombia recibió la noticia del fallecimiento de su familiar más cercano, víctima de la malaria. El recuerdo de los tres, de Juan, Dolores y Aurelia, estuvo permanentemente en sus oraciones.