La Iglesia es joven (I)

Este fin de semana ocurrió en Madrid y fuimos muchos los que pudimos vivirlo, verlo y oírlo. El Espíritu de Jesús está vivo y vivifica a su Iglesia con una cantidad increíble de carismas y dones, que hace que la Verdad de Jesús, y sobre todo su amor a fondo perdido por la humanidad, sea palpable y que la esperanza sea un motor para avanzar.

Fuimos religiosos, laicos y sacerdotes, obispos y agentes de pastoral, jóvenes y adultos que trabajan con ellos. Una buena muestra de rostro joven de nuestra Iglesia de Jesús que peregrina en España.

Vale la pena resaltar que los organizadores saben trabajar y que lo hicieron de maravilla. No faltó detalle, y se veló para que se oyeran diferentes voces, y lo más importante es que en general, fuimos capaces de escucharnos mutuamente y sin barreras ni discordias. Se respiraba un ambiente de fraternidad evangélica, y sobre todo mucha alegría. El público era muy agradecido y se evidenciaba la sintonía cordial y el respeto de unos por otros en una diversidad sana y saludable: muy rica.

Surgió con diferentes tonos, sonidos y cadencias la palabra comunión, como un anhelo, una meta y un tesoro a la vez. Y pudimos enriquecernos de todo –o de mucho- lo que esta palabra, y sobre todo esta realidad encierra de: servicio, entrega, confianza, acogida, anuncio de la Buena Nueva, fraternidad, caridad, etc.

Marché con el corazón agradecido y con una bendición. Aquella que se cuidó en cada cuadro de los jóvenes que tomaban la palabra, y aquella con la que nos envió Monseñor Munilla al finalizar el encuentro.

Que todos seamos bendición para el mundo, para nuestra Iglesia de colegios, parroquias, diócesis y movimientos; para los que están alejados y para aquellos que buscan un sentido a sus vidas; que seamos una bendición para nuestros hermanos en la fe, para los que piensan como nosotros, y para los que piensan diferente.

Y sobre todo, que nunca veamos en los que piensan o viven de forma diferente una amenaza, sino una oportunidad para enriquecernos, para manifestar juntos la belleza, la grandeza y la universalidad de la vocación cristiana; los colores de la gracia y el sabor de la Buena Noticia que todos, como mejor lo sabemos y entendemos, tenemos que anunciar y vivir, porque así nos lo encomendó Jesús.

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