Tarde o temprano florecerá...

Se ha celebrado en Roma la macro beatificación de los mártires del siglo XX. Se ha discutido sobre la oportunidad o no de la misma, y ha habido defensores y detractores a ultranza.

Me contaba un amigo cura que entrando en la Plaza de San Pedro una periodista española lo trató muy mal por ir a una beatificación de este tipo. Él intentó decirle que iba porque habían asesinado a una hermana suya dominica por el simple hecho de ser religiosa –contemplativa-, pero que no hubo manera de conseguir un poco de respeto. Otro tanto pasó a algunos obispos que se opusieron rabiosamente a lo de la memoria histórica, descalificando también, el recuerdo de los muertos de la otra parte. Monseñor Blázquez puso la nota cuerda al reconocer el derecho de unos y otros a honrar a sus muertos. Y es que, sea como sea, es bueno recordar para no cometer los mismos errores, para que nunca más haya guerras fraticidas, que significan la derrota de la dignidad del hombre, porque toda muerte provocada es un fracaso de la humanidad: el odio no puede triunfar nunca entre los humanos.

En este contexto de reconciliación y de tender puentes para el dialogo, como se hizo entre Iglesia y Estado español con motivo de la beatificación, quiero recordar a nuestra hermana, Sor Josefina Sauleda, dominica contemplativa, primera “monja” de la Orden española-catalana beatificada, precisamente en el años en el que celebramos los 800 años de nuestra fundación en Prulla. Sor Josefina dio un testimonio heroico al no querer denunciar a nadie y al negarse a claudicar de su fe.

Cuando el creciente laicismo que se extiende por Europa hace la que la fe se cotice muy bajo en los “mercados europeos”, me hace bien volver la vista a mi hermana dominica, Sor Josefina, porque ella con su ejemplo me dice que “nadie nos quita la vida” que la damos libremente porque creemos en los cielos nuevos y la tierra nueva en la que habitan la justicia; esos cielos nuevos y tierra prometida, que ya despuntan en tantos corazones.

“No tengáis miedo a los que matan el cuerpo”, no pueden matar el espíritu. Esto me reconforta sobre todo en un momento en el que precisamente por haber optado por la defensa y los derechos de una niña, y por la justicia y la paz ante unas situaciones de violencia y violación sistemática de los derechos humanos en la que desde Sos Tucumán me encontré vinculada, fui amenazada.

No tenemos nada que perder, “¡estamos en buenas manos!, y como decía Casaldáliga, “nuestras causas valen más que nuestra vida”, y vale la pena jugarnos del todo.

Que desde el respeto a la diversidad, sepamos trabajar por la reconciliación y la paz. Y si honramos a nuestros mártires, no podemos negar el derecho de aquellos que también quieren honrar a sus difuntos, muertos tambien, violentamente en la contienda: no hacerlo sería no haber entendido el mensaje de los mártires, y me atrevo a decir, sería ignorar el precio de su sangre: el perdón y la misericordia.

No lo olvidemos, “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”, y tarde o temprano florecerá, porque nuestro Dios es fiel.

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