No perder el rumbo y volver al camino

En Argentina, cuando un niño se pierde en la playa en el verano, hay un ritual que es eficaz para ayudar a que sus padres o mayores lo encuentren: Una persona que detecta que un menor está perdido, lo sube a los hombros y comienza a aplaudir. Cuando esto ocurre la gente se va uniendo a este que lleva al menor en hombros, y así se forma una especia de comitiva en que todos van dando palmadas para llamar la atención.

Esta procesión con un niño/a a los hombros recorre las playas e intenta reconstruir el trayecto del niño extraviado para dar con los suyos.

En mi infancia, y con seis hermanos más, yo era una auténtica campeona perdiéndome. Alguna vez escuché a un hermano mayor que yo dos años quejarse diciendo: “- Siempre que salimos con Lucía, perdemos la mitad del tiempo buscándola.” ¡Cuántas veces en los parques de diversiones anunciaban mi nombre y describían mi aspecto para ver si mis padres me localizaban!

Bien, cuando tenía cuatro o cinco años, creyendo que seguía a un primo, me perdí en una playa de Mar del Plata. Recuerdo que caminé durante toda una mañana, hasta que alguien advirtió que estaba perdida. Al verme, me cargaron sobre los hombros de un joven que era alto y muy guapo, y la gente comenzó a seguirnos dando palmas. Yo pensé que me llevaban en andas y me aplaudían, y desde lo alto saludaba a todos: me sentía feliz y no sabía qué pasaba, mejor, de la emoción, hasta me había olvidado que estaba pedida.

El recorrido fue muy largo, hasta que divisé a mi madre a lo lejos llorando de rodillas en la arena, y mi padre, hermanos y amigos “quemados por el sol” de tanto patearse las playas en mi búsqueda.

Al bajarme de los hombros todos me besaban y abrazaban, y yo seguía sin entender: Me había perdido, me habían llevado en andas, me habían aplaudido y encima ¡qué recibimiento!, casi ya planeaba cómo perderme otro día…

Con los años comprendí la angustia de mis padres y todo lo que pasó por sus mentes en aquellas horas.

Muchas veces pienso que somos fáciles a despistarnos y vamos por caminos equivocados. Parece que la vida nos sonríe, y fácilmente nos acomodamos a los aplausos, a estar por encima de los otros, al reconocimiento, a andar errados y a creer que es una aventura ¡Estamos perdidos y pensamos que nos aplauden! y saludamos ufanos de nuestros logros.

Me apasiona esta hora en la que tenemos elementos suficientes para reconstruir nuestra historia, para saber de qué leño fuimos tallados, de dónde venimos y a dónde vamos; esta hora en la que podemos reconstruir el camino recorrido para no volver a perder el rumbo.

La imagen de mi madre orando de rodillas en la arena, me anima a bajarme de los hombros, y a recorrer con sencillez el camino de la vida, apoyada en la fe vivida que mis padres me transmitieron y que hoy me ayuda a mantenerme en el camino y a reconocer cuándo “estoy perdida” para volver a él.

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