Amar a una mujer no me ha convertido en un mal sacerdote

¿Qué pasa en el ánimo y corazón de un hombre-sacerdote cuando se inclina por amar a una mujer? ¿Cómo está preparado? ¿La larga formación de los seminarios le da las herramientas afectivas necesarias para afrontar el cariño y amor que pueda sentir por una mujer? En esta ocasión, Marcela García Llorente comparte para este blog un testimonio que moverá a muchos a la reflexión: el de un hombre cuya lucha le permitió comprender que amar a una mujer lo hizo mejor sacerdote.
Con el fin de preservar la buena fama a la que tiene derecho toda persona, se han reservado los nombres.
Soy sacerdote con 18 años de ministerio. Nunca había pensado que esto me podía pasar a mí pero un día, a pesar de todos los reclamos internos y racionales, tuve que aceptar que me había enamorado y que además era correspondido.
Hice todo lo posible por alejarme de ella y reprimir mis sentimientos, callar lo que mi corazón quería expresar a gritos creyendo, inmaduramente, que algo así se podía borrar tan fácilmente. Fue una dura y cruel lucha interna y externa entre lo que sentía, lo que debía y lo que había aprendido. Llegué a tener conductas infantiles, maltratándola con la esperanza de desengañarla y que me olvidara, a verla como la incitadora al pecado y culpándola por ello.
Fueron todas formas de autoengaño por mi imposibilidad para asumir lo que mi corazón me dictaba. Ni la distancia, ni todas estas conductas hicieron que nuestro amor muriera. Vivía en una constante contrariedad. Alejarla me hacía daño y cuando la tenía cerca me sentía el hombre más feliz de la tierra pero, al mismo tiempo, no podía evitar la gran culpa por haber roto aquel voto que había hecho muchos años atrás tan convencido fervientemente, sin imaginarme jamás que llegaría un día a toparme con el amor de tal manera que me hiciera quebrantarlo.
Es verdad que todos los sacerdotes sentimos la soledad y que en algún momento, aunque nos cueste aceptarlo, añoramos muy interiormente el calor humano de una pareja. Y no me refiero a un intercambio de intimidades sino también de interioridades. En primera instancia somos seres humanos y luego sacerdotes. Ninguno está exento de enamorarse. Tuve un largo período de luchas internas, inclusive pozos anímicos lindantes con la depresión hasta que pude aceptarme a mi mismo como persona y no como la imagen sacra y angelical, casi deshumanizada, que muchas veces se crea de nosotros, algo que al parecer hasta yo mismo me había creído.
Cuando pude conciliar todo esto, pude vivir mi amor con muchísimo más alivio. Sufro por no poder tener una familia tradicional porque eso me significaría dejar el ministerio por el cual siento una gran vocación. Amar a una mujer no me ha convertido en un mal sacerdote; pienso que, por el contrario, me ha ayudado a comprender aún más la complejidad del ser humano. Al mismo tiempo sé que estoy privando a la mujer que amo de tener un pareja "digna socialmente". Ambos comprendemos nuestra situación y nos apoyamos mutuamente. Hoy puedo decir, sin dudarlo, que sacerdocio y amor no son incompatibles ya que, en mi caso, amarla me ha hecho mejor sacerdote sin que ello significara descuidar mi ministerio.
Sólo Dios conoce mi corazón, cuánto amor y dedicación le profeso a mi gente. Que Él me juzgue…