Casa Damasco fue abierta en el año 2000 Arzobispo Aguiar Retes desmantela comunidad terapéutica sacerdotal

¿Qué hacía la Iglesia católica de la Arquidiócesis de México para atender a sacerdotes en estado crítico? La respuesta fue el programa de comunidades terapéuticas hoy desmanteladas.

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 Vivir las exigencias del ministerio sacerdotal puede ser la mejor forma de realizar las aspiraciones de una persona en ese misterio llamado vocación para servir y, desde luego, amar al prójimo a la manera del Buen pastor que da la vida por todos; sin embargo, todas las personalidades son diferentes, no hay el mismo temple, espíritu y la psiqué que pueden fracturarse, romper el equilibrio para poner a cualquiera al borde de una verdadera crisis que pone en peligro la integridad de un ser humano a quien se le ha exigido ser puente y canal de gracia.

Humanos, muy humanos, los sacerdotes viven también la fragilidad de la naturaleza que les conduce al callejón de las preguntas sobre la existencia y sobre si lo que realizan realmente vale la pena. Juan Pablo II lo señaló en un documento que es necesario desempolvar en medio de esta crisis: La Exhortación Pastores Dabo Vobis de 1992. Los sacerdotes se desgastan, pueden experimentar debilidad, cansancio moral.

¿Qué hace la Iglesia para ayudar a un sacerdote en estado crítico? Esa misma Exhortación exige la ayuda a través de la formación permanente que los estimule a seguir y amar el ministerio al que han entregado la vida. La ley canónica exige concretamente que el obispo se interese por la salud integral de los sacerdotes y haya lo necesario para dotar de buena y decente seguridad social.

Desde el 2000, la experiencia de “comunidad terapéutica” como forma de tratamiento residencial para atender estas urgencias se asentó en un lugar polémico, tal vez incomprendido y asediado; por muchos clérigos desconocido y denigrado precisamente por no haberse conocido sus propósitos: Casa Damasco.

Concebida en la arquidiócesis de México, Casa Damasco inició discretamente para atender la salud de los sacerdotes, de personas en crisis y urgidas de apoyo para recuperar el sentido de su ministerio. El arzobispo Norberto Rivera Carrera ordenó su apertura en el 2000 y Mons. Marcelino Hernández, obispo auxiliar y a la fecha obispo de Colima, tuvo la encomienda de conformar un programa de atención para sacerdotes con necesidades de auxilio espiritual, físico, psicológico, psiquiátrico y de desarrollo personal y humano.  Mons. Hernández, perito en psicología, tenía la experiencia previa de Casa Alberione de Guadalajara que implantó Proyecto Génesis.

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Esto fue trasplantado en la arquidiócesis de México con la idea de que Damasco fuera Casa abierta de apoyo profesional integral reuniendo a un equipo interdisciplinario de sacerdotes, religiosas, psicólogos, médicos internistas, psiquiatras y educadores físicos con cartas profesionales intachables.

Sus inicios aun no dimensionaban el tamaño de la necesidad en la atención sacerdotal. Tres años después de su apertura, habían llegado 150 sacerdotes para ser acompañados hasta su alta después de cuatro meses de estancia y un seguimiento posterior que podía ir hasta los dos años. Conforme el tiempo pasaba, la comunidad terapéutica se convertiría en modelo que implantó un programa exitoso de rehabilitación el cual motivó el interés de otras diócesis nacionales y del extranjero. Desde los Estados Unidos, por ejemplo, algunos obispos visitaron la sede para aprender de la experiencia y reproducirla.

La intención era que Casa Damasco fuera un lugar dispuesto para los obispos de México no como lugar de castigo, anexo, granja o centro de reclusión; sin embargo,  una visión equivocada y hasta malintencionada propició la leyenda negra.

En la realidad fue un centro de ayuda integral a través de una labor colaborativa para la persona con dificultades; su apoyo provenía de una institución con personal especializado y que, dada la situación canónica o de escasez de recursos entre los clérigos particularmente de comunidades y diócesis pobres, no podían cubrir en instituciones externas. La apuesta era por consolidar una verdadera comunidad terapéutica…

Un día en Casa Damasco transcurría entre la atención espiritual, la convivencia, las diferentes terapias individuales y colectivas, ocupacionales y de dirección espiritual. Cada caso llevaría un tratamiento específico; sin embargo, la explosión de los casos de abusos sexuales crearía una fachada de mentiras que puso a Damasco en el ojo del huracán cuando la Red de SNAP realizó una presión y circo mediáticos  con plantones y manifestaciones. La Red de Apoyo a Sobrevivientes de Abusos tenía una noción negativa de la Casa y construyó una campaña que vulneró el sigilo, la identidad y seguridad del personal y pacientes en rehabilitación al calumniarla como refugio de delincuentes protegidos y encubiertos.

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Joaquín Aguilar y cardenal Aguiar. 

La periodista Sanjuana Martínez, hoy directora de Notimex y el director de SNAP, Joaquín Aguilar, y hoy integrante del equipo antipederastia de Aguiar Retes, hicieron plantones para generar información retorcida que dañó la discreción del programa. Todo esto era falso. El objetivo era tener información de los expedientes clínicos, sin embargo, por sigilo ético y profesional, no había posibilidad alguna de entregar el expediente clínico bajo riesgo de incurrir en delitos por la vulneración de datos sensibles y personales.  Las presiones de ese frente eran denigrar la labor de la Casa, echar lodo al cardenal y tener ganancias que al final se erosionaron por no conseguir sus propósitos.

Desde su fundación, Casa Damasco no tuvo posibilidad alguna para albergar personas con antecedentes de abusos ni a ministros que hubieran generado descendencia. Esas fueron las órdenes precisas. Los primeros no tienen tratamiento para garantizar una cura real y los segundos deberían cumplir con los compromisos de la ley natural. Así se quiso el respeto de la ley civil y si había acusaciones, se ordenó proceder en consecuencia.

Después de estos problemas el programa avanzó y era considerable el número de sacerdotes enviados por obispos del país para ser tratados en la comunidad terapéutica. Su trabajo no tenía fines de lucro, pero al aumentar el número de pacientes, se incrementaban los gastos. Damasco ofrecía todo lo necesario al paciente: Menaje, alimentos, atención personal y el desarrollo del programa. Cada terapia individual costaba 375 pesos -unos 17 euros- y las baterías de pruebas, por ejemplo, oscilaban en 3500 pesos -160 euros- El problema era que los sacerdotes provenían de lugares pobres, con muchas necesidades, y en ocasiones Damasco operó en números rojos.

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Carta testimonio dirigida a quienes ingresaban al programa de Damasco: "Doy gracias a Dios de revalorarme"

No obstante, el Programa fue reconocido y gozó de prestigio. Incluso, la Conferencia del Episcopado Mexicano pidió la asesoría de sus directivos. Los obispos de México tuvieron el testimonio directo de sacerdotes rehabilitados. Ellos, sin vacilar, reconocieron ante los prelados que, “de no haber llegado a Damasco, sencillamente estaría muertos”.

La comunidad pretendía un fortalecimiento de sus programas al final del gobierno pastoral de Norberto Rivera Carrera. Su labor sería extendida a los Seminarios arquidiocesanos para crear una red de programas preventivos y de acompañamiento a candidatos al sacerdocio. Más de una década de experiencia hacía viable un acompañamiento humano e integral para los futuros sacerdotes bajo la consigna de la confidencialidad y el respeto a los derechos médicos de las personas.

En marzo de 2016, tres candidatos al sacerdocio eran acompañados por el personal de Damasco y 20 estaban en lista de espera para ser atendidos. La novedad en esta etapa del Programa era la forma de acompañamiento en fases: De Prevención, de Intervención Primaria, de Motivación y de Acompañamiento.

Aun con dificultades, el programa estaba sólido y era de los mejores a nivel nacional para que el actual arzobispo Carlos Aguiar tuviera el respaldo de esta experiencia para cumplir cabalmente con los mandatos de la Iglesia en cuanto al cuidado sacerdotal conforme a lo indicado en el Código de derecho canónico.

No obstante, la parquedad de miras, la escasa visión, las ambiciones financieras, la ignorancia y el desinterés de este gobierno episcopal llevó el desmantelamiento de Damasco bajo el pretexto de no ser sostenible. Incluso Aguiar Retes, se afirma, fue incapaz de poner un pie en la sede para comprobar la experiencia de primera mano que le permitiera una evaluación objetiva.

Como va siendo el estilo de su gobierno -impersonal, lejano y realizado por encomenderos- ordenó la supuesta fusión de Casa Damasco para ser administrada por la asociación civil Fratesa que tiene fines muy distintos: gastos médicos mayores y pensiones. Nada de esto es compatible con los objetivos de la desmantelada Casa Damasco.

 Como en otros casos, quizá este sea el más paradigmático por lo que representa: la atención de seres humanos. Aunque se quiera afirmar que Carlos Aguiar tiene “interés” por su clero, la realidad es otra. Se está apostando a la inexperiencia e improvisación que detona las estructuras pastorales de la Arquidiócesis de México mientras que el gran perdedor es el presbiterio que ahora queda sin una posibilidad de ayuda para reencontrar el sentido de su vocación. En tan solo un año, el programa que debió fortalecerse, ajustarse e impulsarse con la experiencia probada de quienes estuvieron atrás se echa por la borda y nadie de la curia arquidiocesana ha sido capaz de dar argumentos sólidos, creíbles, plausibles y justificables, tampoco de dar razones de cuáles serán las medidas efectivas que se estén componiendo para suplir el programa con otro de la misma envergadura.

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 Por lo pronto, la sede de la calle de Carteros 55 se convierte en oficinas y toda la documentación relativa de los pacientes, y que sólo pertenece a ellos de acuerdo a la ley, podría ser vulnerada por manos inexpertas, morbo curioso o voluntades bien dirigidas que busquen chivos expiatorios. El desmantelamiento de la Comunidad Terapéutica acabó con una historia que salvó a más de 500 sacerdotes de diversas diócesis mexicanas y del mundo al devolverles la capacidad para reasumir el sentido de su ministerio. Este simple hecho debería llamar la atención de la Conferencia del Episcopado Mexicano.

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