La Ascensión del Señor. Mc 16, 15-20

Semanario Koinonía. Arquidiócesis de Puebla / Fr. Antonino Peinador O.P
Antiguas formas litúrgicas en este día
Preguntas sobre el misterio
Anteriores formas de celebrar la Ascensión: ¿Serán recuerdos nostálgicos? Antes de la reforma de la liturgia, consecuencia de la reflexión de los Padres en el Concilio Vaticano II, había diferencias entre la forma de celebrar antes y ahora la Ascensión del Señor.
Antes se celebraba a los cuarenta días después de la Resurrección; es decir, el jueves siguiente al domingo 6º de Pascua. El pueblo expresaba su alegría cantando:
“Hay tres jueves que brillan
más que el sol: Jueves Santo,
Corpus Christi y la Ascensión”.
Los cuarenta días se tomaban de las palabras: “Jesús se les apareció a los discípulos durante cuarenta días” (Hch. 1, 3). En el presente se celebra el domingo séptimo de Pascua.
Entonces el “Cirio Pascual”, precioso símbolo del resucitado, se apagaba en el día de la Ascensión. Se quería significar la nostalgia de los Apóstoles al ver que Jesús se apartaba de ellos; y presentía la soledad. Adivinaban que las dificultades antes solucionadas por el Maestro, ahora las tienen que afrontar solos, hasta no recibir la fuerza del Espíritu Santo. Jesús satisfacía la falta de alimento multiplicando los panes (Jn. 6). En el peligro del mar alborotado, calmaba la tormenta (Mc. 4, 38); cuando trabajaban en la pesca sin éxito, él multiplicaba la captura. Hoy queda hasta el día de Pentecostés.
También se significaba una cierta situación paradójica: Si Jesús se va, nos invade una triste nostalgia; por otra parte “nos conviene que se vaya” -son sus palabras-. “Si no se va no nos enviará al Abogado...” (Jn. 16,7). Nos invade la tristeza, pues toda separación se hace con dolor, pero nos alegramos porque Jesús es plenamente glorificado.
En el modo anterior de la liturgia se solía tener, pasado el mediodía, hora que se supone fue la Ascensión, actos especiales de piedad y devoción que permitía imaginar la situación vivida por los Apóstoles según se nos narra: “Fue elevándose... y una nube le ocultó a sus ojos”. Cuando la nube privilegiada, lo eleva hasta lo más alto, debemos dar respuesta: “¿Qué hacemos mirando al cielo? ¿No debemos ir a nuestro medio de vida y ser testigos de este milagro?
¿Dónde estaba la Virgen cuando su Hijo sube al Cielo?
“¿Quien dudará que se hallase presente en esta fiesta la Virgen nuestra Señora? No era razón que partiese el Salvador para un tan largo viaje sin despedirse de su Madre. ¿Habíale de ver subir en la Cruz y no le había de ver subir a los cielos? ¿Habría de ser excluída de esta fiesta? No es esta condición de nuestro Salvador. Si somos compañeros de sus dolores, también lo seremos de sus alegrías” (Fr. L. de Granada).
Preguntas ante el misterio de la Ascensión
Para facilitar la meditación y la reflexión inquiramos lo que pasó y cómo fue. Hoy imaginemos que estamos con los demás discípulos rodeando al Maestro; y nos disponemos a verlo subir al cielo. Lo más elemental es que nos preguntemos: ¿Quién asciende? ¿A dónde asciende? ¿Dónde está ahora? También las respuestas son elementales y simples. Y por lo mismo exigen profundizar la fe.
Sí, es el Señor quien sube. ¿Qué sentirían los testigos de la Ascensión? ¿Qué sentiría su Madre? Con entereza de mujer fuerte, sus anhelos se iban con su Hijo al cielo. Y con buena madera para el oficio de Madre que queda a cuidar “la pequeña grey” de Jesús.
Cristo sube a lo más alto de los cielos; y ahora está sentado a la derecha del Padre. Con esta frase se nos quiere hacer entender que se le da todo poder en el cielo y la tierra. Y que vendrá a juzgar este mundo. Y pues es tan grande el misterio, la certeza de nuestra esperanza debe ser más crecida pensando llegar donde Jesús está. Más necesitamos de fe cuanto mayor es el misterio.
De todas estas enseñanzas brota la base de toda esperanza en la vida eterna. Sin ser arrancados de este mundo ansiamos la otra vida sin término.
Aplicación a la vida
Entre las muchas aplicaciones posibles, quiero detenerme en dos, que se inspiran en el interrogante a los discípulos que miraban a la nube que ocultaba a Jesús en su Ascensión: “¿Qué hacemos aquí mirando al cielo?”
• Cristo ha subido al cielo. Es su glorificación definitiva: Resucitó para nunca más morir, subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre donde hay muchas moradas. Ha ido al cielo a prepararnos un lugar en la casa del Padre para llevarnos con Él (Jn. 14,2-3).
• Vista la maravillosa glorificación del Maestro, permanecemos mirando al cielo. Y de lo alto nos viene la invitación a mirar a la tierra donde está el camino hacia el cielo. Estemos seguros que en nuestro caminar en la honradez, trabajo, justicia y caridad... nos acercamos adonde nos espera Jesús.
• También muchas personas y muchas situaciones nos gritan hasta con mala intención: ¿Por qué estás mirando al cielo? El cielo no existe, es inútil alcanzarlo. Mira a la tierra, soluciona los problemas de aquí abajo. Estos reclamos son de muchas voces, de muchos egoísmos, de mucha soberbia.
Las voces siguen repitiendo cantos de engañosas sirenas: Si alguno desea el cielo, constrúyalo aquí mismo. Todos los medios son buenos para gozar el cielo de aquí en la tierra.
• La voz de la fe nos llama con la voz del Evangelio y de la Iglesia:
-“No se turbe vuestro corazón. Creed en Dios y creed en mí... Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estoy estéis también vosotros” (Jn. 14, 1-2). Esta es la voz de Jesús.
-“La fe cristiana ¿Es para nosotros una esperanza que transforma y sostiene nuestra vida? Con el Bautismo, -que es cuando nos convertimos en cristianos-, los padres esperan algo más que una socialización dentro de la comunidad de los creyentes. Los padres esperan la fe, y con ella la vida eterna. Y la fe es la substancia de la esperanza” (Benedicto XVI, Spe Salvi). Esta es la voz de la Iglesia.