Carta abierta a los obispos de México



Carta abierta a los obispos reunidos en la 96 Asamblea Plenaria de la Conferencia del Episcopado Mexicano

A Su Excelencia, el señor Nuncio Apostólico,
A Sus Eminencias, señores Cardenales,
A Sus Excelencias, señores Arzobispos, Obispos y Patriarcas,

En otra época hubiera sido impensable e insolente que un simple laico quisiera llamar la atención de los obispos reunidos en Asamblea a través de una carta; pero otros tiempos hacen posible que ya no se viva en una separación cuasidivina de príncipes y vasallos, de sumos sacerdotes y laicos abnegados; la Iglesia es una gran comunidad sobrenatural peregrina hacia un destino superior, pueblo en marcha donde los pastores han sido llamados para guiar, amar y consolar a un rebaño que no puede entenderse ni sobrevivir lejos de quienes lo procuran y atienden, puestos por Dios para ser hombres diligentes y sabios capaces de consolar y sentir con toda la Iglesia sus alegrías y sus penas, sus gozos y esperanzas.

No es desconocido para los obispos la dramática situación de México y de sus habitantes. Durante esta Asamblea, su pensamiento y ánimo estarán dirigidos a los millones de mexicanos que hoy no han podido conseguir lo mínimo indispensable para sobrevivir; su oración y el sacrificio de la misa estarán ofrecidos a Dios por el bien espiritual de todos los fieles quienes, día y día, luchan por un futuro nuevo basado en la fe y la esperanza cristianas; su análisis y diálogo se centrará en los desafíos de una nueva evangelización, en su ardor y métodos, para llevar con claridad y contundencia el mensaje del Resucitado, especialmente en estas horas donde la incertidumbre aparece, la desesperación abunda y la muerte es provocada; donde hoy, mientras la Iglesia reza por este día, muchos no tienen la certeza de volver a ver a sus seres queridos levantados y secuestrados, donde cada día ya no es signo de alegría sino sinónimo de angustia y de horror.

Tampoco ignoran sobre los nuevos rumbos por los cuales se pretende llevar al país. Reformas que se dicen «profundas y estructurales» dejan más enfrentamientos que cohesión y los responsables de los cambios parecen estar más alejados de sus representados traicionando el depósito del poder y de la soberanía. Su manipulaciõn y manejo de la ley, en ocasiones, parece beneficiar a las cúpulas a costa de una gran población que trabaja más y gana menos o de una juventud que no logra la mínima oportunidad de desarrollo, no obstante las promesas de reformas laborales incluyentes, sumiéndolos en la tristeza que los hace optar por el camino destructivo del crimen.

No es tampoco ajeno el lamentable estado de nuestras instituciones democráticas renovadas, alguna vez, en los ánimos constructores de instancias ciudadanas y apartidistas, hoy secuestradas por el régimen de la partidocracia que vulnera, sin la mínima sanción o control, la misma ley que juraron guardar y hacer guardar.

En ustedes está presente la dolorosa y grave situacion de nuestra niñez, de su educación y de las carencias graves al no ser formados en valores universales y sí bajo criterios relativistas que pretenden hacer de la vida y de la dignidad humanas cosas sujetas a la opinión y a la decision por consensos llevando a cabo, también, la exfoliación jurídica de instituciones fundamentales que, por el plumazo legislativo, son calificadas de esclerotizadas, decimonónicas y fuera de la realidad sujeta al resultado de las mayorias parlamentarias.

En su ánimo tampoco son ajenos los millones de pobres, los que sobreviven con cien pesos semanales para mantener a sus familias, los que no saben de lujos en una mesa cuando los corruptos llevan a la suya los manjares y banquetes cuyo precio es una fortuna que un pobre no podría juntar jamás a lo largo de su existencia.

Un su corazón también persiste el gravísimo drama, la pasión de miles de migrantes. De los hijos e hijas que han salido de sus países para encontrar su tumba en el nuestro o que son usados y esclavizados, víctimas de la trata o de los trabajos denigrantes y abusivos, castigados con tormentos y sobajados en su dignidad siendo presas del crimen y de quienes se supone deberían garantizar su vida y el goce de sus libertades y derechos.

En su celo como pastores está el deseo de la conversión de los que se empeñan en hacer el mal, de los que viven como si Dios no existiera, de los responsables de los pueblos que viven para sí y despojan a todos encareciendo la vida, cancelando un mejor porvenir y usando al ser humano, escatimando las ganancias y salarios, haciendo indigno el trabajo y secuestrando los derechos laborales, cosas que claman venganza a los ojos de Dios.

Son los aspectos urgentes de una Nueva Evangelización para renovar e instaurar todas las cosas en Cristo. En el pasado, la turbulenta historia de nuestro país llevó a la unidad de los obispos de México para denunciar, consolar y apacentar. En otros tiempos, cuando el Episcopado Mexicano no era numeroso y estructurado, sus antecesores consolaron al pueblo de Dios a través de Cartas Pastorales colectivas como aquéllas de 1920-1921 cuando se deseó la aplicación de los principios de la Doctrina Social del Papa León XIII, o bien en 2006 cuando, en memoria de la Consagración al Sagrado Corazón de Jesús de 1924, el Episcopado aprobó la renovación de la misma para invocar su protección sobre las familias, la sociedad y el pueblo de México.

Y en tiempos recientes, la Carta Pastoral “Del Encuentro con Cristo para la Solidaridad con todos”, del 25 de marzo de 2000, y más reciente, la Carta de septiembre de 2010 “Conmemorar nuestra Historia desde la fe para comprometernos hoy con nuestra Patria” han sido documentos esperanzadores que nos sitúan en nuestra historia y presentan a la Iglesia de México como la institución dispuesta a la reflexión y diálogo para encontrar caminos nuevos y crecer en un clima de reconciliación, de justicia y de paz.

Sin embargo, es patente la descomposición a la que hemos llegado. Hoy, como en otros tiempos, la Iglesia se asoma como la institución mejor posicionada y en la cual, creyentes o no, pueden encontrar un recinto de unidad y de paz porque Ella, a través de la acción de los clérigos y laicos, sabe cuál es la realidad de muchos que ahora necesitan de consuelo y esperanza.

La Iglesia vuelve a ver este tiempo como una nueva hora de gracia. Tiempo en el cual, todos los que creemos en la misericordia y en la acción de Dios, esperamos posicionamientos claros y contundentes de los pastores, anunciando y denunciando; acompañando y apacentando para dar motivos del porqué seguir en esta peregrinación y transformar nuestros corazones.

Quizá los obispos deben alzar su voz como lo hicieron a través de esas Cartas Pastorales y exponer lo que hemos dejado de hacer, lo que ha sido pecado de omisión, en un documento con ánimos y esperanzas ciertas afianzadas en la promesa de Nuestro Señor Jesucristo quien jamás abandonará a su Iglesia.

Una nueva Carta Pastoral surgida de esta Asamblea para animar nuestro futuro a través de la Nueva Evangelización y que sea proclamada como fruto de la Buena Noticia en cualquier rincón de nuestra patria, en cada capilla y ermita; en cada parroquia y diócesis y cada corazón de los hombres y mujeres de buena voluntad que anhelamos paz, seguridad, justicia y solidaridad proyectadas a un desarrollo humano y auténtico para nuestro país.

En septiembre de 2005, el Papa Benedicto XVI llamó la atención del Episcopado Mexicano sobre la necesidad de transformar nuestras estructuras sociales para hacerlas más acordes con la dignidad de la persona y sus derechos fundamentales. La Iglesia no está llamada a gestionar los asuntos que son propios de este mundo, pero sí a descubrir que nuestra fe debe iluminar esta realidad. Esta Asamblea de Obispos representa, en medio de tanta confusión, un signo de esperanza para denunciar la corrupción, la impunidad, el narcotráfico, la indiferencia y todos los pecados sociales. Nadie puede decirse inmune y exento ante esta pavorosa realidad urgida de una Evangelización cierta en Jesucristo e ir más allá de una iluminación coyuntural para comprender e iluminar los problemas y desafíos más profundos e importantes a nivel eclesial y nacional de forma definitiva y permanente.

Dios los guíe y les dé sabiduría para saber consolar a su Pueblo.

Guillermo Gazanini Espinoza
Secretario del Consejo de Analistas Católicos de Méxic
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