La Iglesia mexicana en el Concilio

Guillermo Gazanini Espinoza / Secretario del Consejo de Analistas Católicos de México. 11 de octubre.- La eucaristía solemne por la apertura del Año de la Fe será presidida por el cardenal Norberto Rivera Carrera, el 12 de octubre, en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, Reina de México y Emperatriz de las Américas. No es extraño pensar en esta fecha puesto que en el santuario de Guadalupe, uno de los más visitados en América, se resumen acontecimientos importantísimos en la vida de la Iglesia, además del resguardo de la imagen de Nuestra Señora, entregada a su vidente, el beato Juan Diego, el 12 de diciembre de 1531, en este año, celebrándose 481 años de las apariciones en el Tepeyac.
Coincide en el tiempo la llegada de Cristóbal Colón a la antesala del continente, el 12 de octubre de 1492, 520 años atrás, hecho histórico que representaría el inicio de la evangelización en la fe católica y el día de la unión de los pueblos de Iberoamérica; pero también en la historia de Guadalupe se cumplen 117 años de la solemne coronación de la imagen de la Virgen por concesión del Papa León XIII. Más de cien años atrás, la Iglesia de México preparó eventos solemnes de fe y peregrinaciones en honor de la guadalupana cuya imagen fue trasladada de Capuchinas hasta el templo de la antigua Basílica. Así, desde el tres y hasta el once de octubre de 1895, se celebró el novenario y los sermones predicados por los obispos y canónigos de las diócesis visitantes al santuario del Tepeyac.
Y 117 años después, el arzobispo primado de México unirá estos eventos con la apertura del Año de la Fe, acontecimiento donde tendremos la oportunidad de revitalizar nuestra conciencia cristiana y renovar la evangelización en el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, en una Iglesia mexicana con notables contrastes y que, en 1962, asimilaba la etapa de la persecución y la reorganización del episcopado mexicano. En 1958, los años previos del Concilio, el Papa Juan XXIII nombró al arzobispo de Guadalajara, José Garibi Rivera, cardenal de la Iglesia, siendo el primer prelado en tener este título. En ese mismo año, el cardenal Garibi asumió la presidencia de la Conferencia del Episcopado Mexicano; en 1963, el cargo fue ocupado por el arzobispo de Puebla, monseñor Octaviano Márquez hasta 1967.
El anuncio del Concilio Vaticano II, el 25 de enero de 1959, sorprendió a la Iglesia católica mundial y fue recibido con recelos y dudas; pensar en una reunión de obispos y especialistas para estudiar la situación de la Iglesia parecía fuera de lugar, sobre todo por un Concilio Vaticano I que había definido la infalibilidad pontificia. La puesta al día de la Iglesia habría de dotarle de aire fresco para observar sus errores y entrar en diálogo con el mundo y el episcopado mexicano fue invitado para proponer los temas que podrían ser discutidos en las sesiones conciliares. Entre los que preocupaban a la iglesia mexicana estaban los de la maternidad espiritual de la virgen sobre la humanidad, las relaciones del clero regular con los obispos, los ritos y devociones, algunas cuestiones morales y de disciplina eclesiástica y otros, en menor número, como los errores ideológicos del liberalismo, el modernismo y el comunismo y la preocupación por los indígenas.
El cardenal Garibi, hacia agosto de 1962, comenzó la organización de los materiales y temas para que la delegación mexicana introdujera en el Concilio. Algunos historiadores coinciden en que los mexicanos tuvieron una participación discreta en las primeras etapas, 1962 y 1963; sin embargo, destacó la actividad del arzobispo de México, Miguel Darío Miranda y del obispo de Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo.
El 11 de octubre de 1962, Roma fue invadida por periodistas, peregrinos y turistas ante la llegada de los padres conciliares, obispos, secretarios, asesores y expertos. 2856 invitaciones fueron enviadas: 85 cardenales, 8 patriarcas, 2131 obispos, 533 arzobispos, 26 abades y 68 superiores de órdenes y congregaciones religiosas. De estos invitados, 38% procedía de Europa; 31% de América; 20% de Asia y Oceanía y 10% de África.
¿Quiénes fueron algunos mexicanos llamados como padres conciliares? El obispo de Tampico, Ernesto Corripio Ahumada (1919-2008) quien sucedió a Miguel Darío Miranda como arzobispo primado de México; el primer obispo de San Cristóbal de Las Casas, Samuel Ruiz García (1924-2011); el arzobispo de Yucatán, Manuel Castro y Ruiz (1918-2008); el obispo de Saltillo, Luis Guízar Barragán (1895-1981); el administrador de la arquidiócesis de Chihuahua, Luis Mena Arroyo (1920-2009); el obispo de Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo (1907-1992); el arzobispo de México y segundo cardenal mexicano, Miguel Darío Miranda Gómez (1895-1986); el obispo de Zamora, José Salazar López (1910-1981); el obispo de Ciudad Victoria, José de Jesús Tirado y Pedraza (1908-1983) y el obispo de Autlán, Miguel González Ibarra (1918-1991).
Otros participantes mexicanos en el Concilio siguen vivos y ocuparon sedes episcopales. Benedicto XVI los ha invitado a concelebrar con él la apertura del Año de la Fe: Jesús García Ayala (1910), emérito de Campeche, es el obispo más longevo de México; Carlos Quintero Arce (1920), emérito de Hermosillo; José de Jesús Sahagún de la Parra (1922) emérito de Ciudad Lázaro Cárdenas y quien confirmó su presencia en la celebración con el Papa; José Guadalupe Padilla Lozano (1920), primer obispo de Veracruz; José Trinidad Sepúlveda Ruiz-Velasco (1921), emérito de San Juan de los Lagos y Anselmo Zarza Bernal (1916), emérito de León.
La recepción y aplicación del Concilio en México tuvo fuertes tensiones. Las relaciones de los laicos con el episcopado fueron uno de los temas más difíciles en ese tiempo de cambios para la Iglesia. Dos auditores participaron en el Concilio ampliando el papel de los seglares, Emilio Álvarez Icaza y Luz Longoria, padres del ahora secretario de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos, Emilio Álvarez Icaza-Longoria, quienes fueron invitados como representantes del Secretariado para América Latina del Movimiento Familiar Cristiano. Si bien la resistencia de algunos clérigos a dar preponderancia a los laicos en las tareas de la Iglesia dificultó la aceptación de la novedad del Concilio, en México las propuestas de esa reunión convocada por el Papa Juan XXIII propiciaron una conciencia para crear un compromiso nuevo con la sociedad. Fruto de ello fueron las reuniones de los obispos latinoamericanos, una de ellas celebrada en Puebla y que fue inaugurada por Juan Pablo II, asambleas continentales que ahora llaman a los laicos a reanimar los esfuerzos y revitalizar la evangelización del orbe entero.
El doce de octubre, el cardenal Norberto Rivera Carrera celebrará a los pies de la Guadalupana estos acontecimientos, poniendo en la mesa de la eucaristía la memoria de aquéllos mexicanos que vivieron esa revolución que dio un giro a la vida de la Iglesia y pondrá en las manos de Guadalupe a una sociedad, como lo expresó en su bienvenida a los Cursillistas en la XXII Ultreya Nacional, el pasado sábado 6 de octubre, “dañada por el pecado y sus consecuencias, (que) reclama cristianos que sean “sal de la tierra y luz del mundo”, que re-descubran el camino de la fe para iluminar de manera más clara el encuentro con Cristo, el Señor. Que sientan la alegría y el sano orgullo de ser hijos de Dios, llamados a transformar las realidades sociales con el espíritu del Evangelio.
Esto es lo que mueve al Santo Padre Benedicto XVI al convocar un Año de la Fe que iniciaremos el próximo 11 de octubre de 2012, en el cincuenta aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, y terminará en la solemnidad de Cristo Rey, el 24 de noviembre de 2013. Es urgente la renovación espiritual de toda la Iglesia, de todos los que somos Iglesia. Esta renovación debe iniciarse desde la raíz, desde nuestro compromiso bautismal. Esto nos pone ante la necesidad de conocer más y mejor nuestra fe, así como hacerla viva por medio de las obras. Cada uno en nuestra vocación, en nuestro ambiente, en nuestras responsabilidades de familia, trabajo y en nuestra participación social”.