Lucifer, el primer megalómano

«¡Cómo has caído de los cielos , Lucero, hijo de la Aurora!... Tú que decías en tu corazón: ‘... seré semejante al Altísimo'!» (Is 14, 12-14)
El Observador de la Actualidad / 21 de mayo.- En las Sagradas Escrituras, capítulo 14 del libro del profeta Isaías (vv. 3-21), se lee un texto que satiriza la muerte de un tirano, el rey de Babilonia: «...Dirás: ¡Cómo ha acabado el tirano, cómo ha cesado su arrogancia! ... ¡Cómo has caído de los cielos, Lucero, hijo de la Aurora! ¡Has sido abatido a tierra, dominador de las naciones! Tú que habías dicho en tu corazón: ‘Al cielo voy a subir, por encima de las estrellas de Dios alzaré mi trono... Subiré a la cima de las nubes, seré semejante al Altísimo'. ¡Ya! ¡Al šeol has sido precipitado, a las profundidades de la Fosa! Los que te ven, fijan en ti la mirada y meditan tu suerte: ‘¿Ése es aquél que hacía estremecer la Tierra, el que hacía temblar a los reinos?'...».
Si bien este pasaje se refiere, pues, a un acontecimiento histórico concreto, también es, como infinidad de textos de la Biblia, figura de otros acontecimientos mucho más serios y profundos en el orden de la historia de la salvación. Por eso desde los primitivos tiempos del cristianismo, al haber sido entregada ya la totalidad de la Revelación de Dios, los Padres de la Iglesia se dieron cuenta de que las palabras del profeta Isaías sobre el príncipe babilónico explicaban perfectamente la caída desde los Cielos, a causa de su orgullo, del príncipe de los demonios, el Lucero Matutino, Lucero de la Aurora , o Lucifer, como traduce la Vulgata.
Tres nombres, un personaje
Lucifer, Diablo y Satanás son usados como sinónimos, tal como ya acostumbraba Orígenes en el siglo III. Pero la experiencia de algunos experimentados exorcistas actuales, como el padre Gabriele Amorth, les lleva a sospechar que Lucifer quizá es un demonio distinto de Satanás, y que ocuparía el segundo lugar en dignidad y poderío dentro del numeroso grupo de los ángeles caídos; sin embargo, otros demonólogos y exorcistas opinan que no se trata de dos personas demoniacas realmente distintas.
Como quiera que sea, aplicando la cita bíblica del profeta Isaías al Diablo, efectivamente resulta que fue precipitado a la Tierra: «Entonces se libró una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron contra el Dragón, y este contraatacó con sus ángeles, pero fueron vencidos y expulsados del Cielo. Y así fue precipitado el enorme Dragón, la antigua Serpiente, llamada Diablo o Satanás, y el seductor del mundo entero fue arrojado sobre la Tierra con todos sus ángeles» (Ap 12, 7-9). Igualmente es cierto que tiene poder sobre los reinos de la Tierra: «Le dijo [Satanás a Jesús]: ‘Te daré todo este poder y esplendor de estos reinos, porque me han sido entregados, y yo los doy a quien quiero. Si tú te postras delante de mí, todo eso te pertenecerá'» (Lc 4, 6-7); por algo es llamado «el príncipe de este mundo» (Jn 12, 31; 14, 30; 16, 11), y son impresionantes las palabras de san Juan, que dice: «El mundo entero está bajo el poder del Maligno» (1 Jn 5,19). La buena noticia es que hay Alguien muy por encima de él: Dios, que es el Rey del Universo.
La rebelión de la soberbia
En cuanto a la caída de los ángeles rebeldes, en el Catecismo de la Iglesia Católica se lee que «‘el diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos' (Concilio de Letrán IV)» (n. 391), y que «la Escritura habla de un pecado de estos ángeles (cfr. II Pe 2,4). Esta ‘caída' consiste en la elección libre de estos espíritus creados que rechazaron radical e irrevocablemente a Dios y su Reino. Encontramos un reflejo de esta rebelión en las palabras del tentador a nuestros primeros padres: ‘Seréis como dioses' (Gen 3,5)» (n. 392).
Así, el de Satanás o Lucifer constituye el primer caso de megalomanía, de un amor desordenado hacia sí mismo que lleva a aspirar a colocarse siempre por encima de los demás. Mas, junto con Satanás, los demás ángeles caídos también incurrieron en el mismo pecado de autoidolatría; ellos, como explicara el beato Juan Pablo II el 23 de julio de 1986, «en lugar de una aceptación de Dios, plena de amor, le han opuesto un rechazo inspirado por un falso sentido de autosuficiencia, de aversión y hasta de odio, que se ha convertido en rebelión».
Así lo contó la beata Ana Catalina Emmerick, según las visiones que se le concedieron: «Al principio estos coros de espíritus se movían como impulsados por la fuerza del amor... De pronto he visto una parte de todos estos coros permanecer inmóviles, mirándose a sí mismos, contemplando su propia belleza. Concibieron contento propio; miraron toda belleza en sí mismos; se contemplaron a sí mismos; estaban en sí mismos... He visto a toda esta parte de los espíritus luminosos precipitarse y oscurecerse, y a los demás coros de ángeles arremeter contra ellos y llenar sus claros... Todo esto sucedió en un breve momento».
Pero la soberbia de Lucifer fue mayor que la de los otros ángeles caídos; la religiosa española sor María de Jesús de Ágreda escribe la revelación que le fue concedida en el siglo XVII:
«Lucifer incurrió en desordenadísimo amor de sí mismo; y le nació de verse con mayores dones y hermosura de naturaleza y gracias que los otros ángeles inferiores. En este conocimiento se detuvo demasiado; y el agrado que de sí mismo tuvo le retardó y entibió en el agradecimiento que debía a Dios, como a causa única de todo lo que había recibido. Y volviéndose a remirar, agradóse de nuevo de su hermosura y gracias y adjudicóselas y amólas como suyas; y este desordenado afecto propio no sólo le hizo levantarse con lo que había recibido de otra superior virtud, pero también le obligó a envidiar y codiciar otros dones y excelencias ajenas que no tenía. Y, porque no las pudo conseguir, concibió mortal odio e indignación contra Dios, que de la nada le había criado, y contra todas sus criaturas. De aquí se originaron la desobediencia, presunción, injusticia, infidelidad, blasfemia y aun casi alguna especie de idolatría, porque deseó para sí la adoración y reverencia debida a Dios».
Aunque todo ello ocurrió fuera del tiempo, aun así Lucifer fue el primero en pecar: «El primer ángel que pecó fue Lucifer, como consta del capítulo 14 de Isaías, y éste indujo a otros a que le siguiesen; y así se llama ‘príncipe de los demonios', no por naturaleza, que por ella no pudo tener este título, sino por la culpa». D. R. G. B.