¿Responsabilidad de los líderes religiosos en la crisis global?



Se ha convocado en Roma un coloquio católico-musulmán que analizará la responsabilidad de los líderes religiosos en la actual crisis global. Los agoreros economicistas han vaticinando que el 2009 va a ser un año difícil, calculando 20 millones de desocupados a nivel mundial y una recesión económica que afectará a todos los países de la OCDE.

Las sesiones del encuentro interreligioso estarán dedicadas a la profundización de tres temas de reflexión: "Responsabilidad religiosa", "Responsabilidad cultural y social" y "Tiempos de crisis en el camino del diálogo interreligioso". Es interesante destacar que en esta semana la Conferencia del Episcopado Mexicano publicó la reflexión del arzobispo de Oaxaca, Mons. Chávez Botello, sobre la restauración de la sociedad mexicana, la cual comienza con la conversión personal y la procuración del bien común. Esto es propicio para analizar el papel de los pastores y de las comunidades católicas para conocer qué están haciendo con el fin de contribuir al bien común y paliar los efectos de la crisis global y mexicana.

El prelado de la arquidiócesis de Antequera-Oaxaca afirma que “la situación que afrontamos nos exige hacer una reflexión profunda y tomar una decisión valiente comenzando con nosotros mismos, convencidos de que “si yo mejoro un poco cada día, este mundo será mejor”. No es fácil decidirse a mejorar personalmente cuando no vemos que otros lo hagan, cuando al hacerlo nos sentimos solos y remando contra corriente; decidirse exige retomar el camino de la verdad, de la reconciliación y del amor con perseverancia No es fácil, pero tampoco es imposible”. El punto de partida es la convicción por mejorar personalmente y esa sería una buena conclusión del coloquio católico-musulmán.

Sin duda, la parroquia es el principal centro donde el creyente puede iniciar este camino de conversión. La cuestión es que la comunidad debería estar llena de testigos convencidos de esta transformación que ha generado una vida nueva. El testimonio del pastor, por lo tanto, es imprescindible para que el creyente conozca la Verdad que se ha anunciado y ha transformado la existencia propia. Si queremos el bien común, como afirma Mons. Chávez Botello, sería necesario hacer de las parroquias centros que irradien la conversión y el testimonio por haber creído en la Buena Nueva del Evangelio.

Y lo primero es que la cabeza se interese por los que nada tienen. La parroquia no tiene soluciones mágicas para lograr que cada fiel en necesidad tenga un peculio para su subsistencia; sin embargo, sí debería ser el lugar de acompañamiento, de escucha y de celebración de la fe donde se ofrece esperanza y se muestran las herramientas para el beneficio personal y colectivo.

No es extraño conocer ejemplos extraordinarios de parroquias que han sabido afrontar la crisis y sacar adelante la penuria de los feligreses, lugares excepcionales que han otorgado ministerios a los interesados y han atraído a los alejados de la Iglesia. El binomio pastor-fiel se ha proyectado en la dimensión verdadera donde los laicos no son mano de obra barata para hacer el trabajo sucio de los clérigos. Pastores y fieles han hecho de esas parroquias lugares notables y excepcionales de la creatividad personal y comunitaria donde se atiende a los que han abandonado la Iglesia para recibirlos de nuevo a través de la liturgia, se hace uso de los dones de cada persona para integrar ministerios eficientes y efectivos; el párroco sabe dirigir y facilitar y se convierte en agente que propicia el diálogo y la unidad, en vez de ser un personaje despótico, anquilosado y destructor, para que la comunidad se convierta en signo de esperanza que atienda a los que menos tienen desarrollando pastorales de atención de los enfermos, de los pobres y discapacitados; de escucha y acompañamiento a los que sufren olvido, de quienes necesitan trabajo y de atención y apoyo a las madres solteras o las mujeres que están considerando el aborto como opción.

La última Asamblea Plenaria del Episcopado Mexicano resaltaba que los fieles de Cristo están llamados, en esta hora decisiva de la historia, a afrontar la crisis a través de nuevos y más eficientes métodos y formas de presencia cristiana en el mundo; no hay motor más efectivo que la parroquia que impulsa el desarrollo de estrategias, venciendo la apatía y dejando a un lado la figura desafortunada de la comunidad católica ritualista. No es ocioso repetir que el pastor tiene un papel preponderante y fundamental: Quien hace cabeza en las comunidades sabe que no debe ostentar lujos y comodidades que muchos no pueden tener en la vida ordinaria; el testimonio de sobriedad es ahora un reclamo que implica el ejercicio efectivo de la pobreza que no se traduce en el descuido o el pretexto de que el párroco no tiene los recursos económicos para echar andar la creatividad ministerial; por el contrario, la pobreza implica compartir los bienes, aprovecharlos y usarlos de forma mesurada para que los demás perciban, efectivamente, la capacidad de solidaridad que cada comunidad parroquial debe desarrollar.

Ahora bien, no se trata del activismo infértil ni de la reunión de clubes de optimismo o de empleo. La diferencia, y esto es bien sabido, es que la parroquia tiene su fuente inagotable de fe y gracia en el misterio pascual de Cristo; desde ahí debe manar cualquier método para que comience a dar resultados todo proceso de conversión y de solidaridad. Al comprender esto, la parroquia dejaría de ser el centro del burocratismo sacramental para ser lugar verdadero de fe, el “cuartel general” donde se desarrollan las estrategias y dinámicas efectivas a favor de la comunidad que despierten la conciencia por el bien común. El arzobispo de Oaxaca tiene razón al afirmar que a través del amor se lograría el cambio necesario para modificar las estructuras sociales; ahora, es necesario encontrar ese lugar donde se propicie el amor cristiano, tal como se manifestó en las primeras comunidades que describe el Libro de los Hechos de los Apóstoles.

La responsabilidad de los líderes religiosos está en hacer crecer comunidades de fe y esperanza que anuncien al mundo que, a pesar de las crisis personales y colectivas, existen lugares donde se reúnen los creyentes para lograr la transformación de las estructuras sociales a través de la lucha ordinaria en medio del mundo…
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