¿Qué hacemos en nombre de Cristo además de cerrar las puertas de las parroquias? Tempestad de la pandemia desenmascaró nuestra vulnerabilidad: Rector de la Universidad Pontificia de México

Tempestad de la pandemia desenmascaró nuestra vulnerabilidad: Rector de la Universidad Pontificia de México
Tempestad de la pandemia desenmascaró nuestra vulnerabilidad: Rector de la Universidad Pontificia de México

Padre Mario Ángel Flores Ramos a presbiterio de la arquidiócesis de México: “Dejemos la mundanidad espiritual que nos lleva a envolver la pastoral en un falso funcionalismo empresarial donde perdemos infinidad de tiempo”.

“Pensemos en un mundo totalmente distinto porque hemos redescubierto el valor de la vida frente a la fragilidad… Cada generación tiene su momento de prueba, nadie sale igual de ella”.

En el marco del retiro anual por el tiempo de cuaresma organizada por la Comisión del Clero de la arquidiócesis de México y realizada de forma virtual el lunes 22 de febrero, el padre Mario Ángel Flores Ramos dirigió una reflexión al presbiterio arquidiocesano particularmente en los difíciles momentos que estamos viviendo.

“Interrogantes teológicos y existenciales del sacerdote a raíz de la crisis del covid” fue el tema que retomó los textos bíblicos y evangélicos de Jl 2, 12-18; Mc 4, 35-40 y Lc 10, 25-37. El rector de la Universidad Pontificia ahondó en la liturgia marcada por tiempos definidos como la cuaresma en la cual “necesitamos momentos de preparación, de ayuda externa que nos haga sentir la importancia de los tiempos litúrgicos y la profundidad y trascendencia del misterio…”

Sin dejar de lado la misión del ministro para “no olvidar nunca que somos portadores de la gracia y de la bendición de Dios, no el origen de ella, no los controladores de ella… somos portadores de él, no de nosotros mismos… con nuestra propia personalidad, dones y cualidades… vasija de barro que lleva un tesoro que no nos pertenece…”, el también teólogo abundó en el significado del tiempo de pandemia, la cual consideró como una “cuaresma interminable desde principios de 2020… una cuaresma que ni siquiera hemos preparado, dirigida al mundo entero… cuaresma existencial dirigida al mundo entero… No se trata de un tiempo marcado por nuestros calendarios religiosos sino impuesto por una realidad inesperada, en algunos lugares con más intensidad que otros, pero en todas partes ha llegado una exigencia inevitable… las prácticas se impusieron, simplemente llegaron…”

“No hemos podido celebrar la pascua como es debido, mucho menos la navidad. En un primer momento, las exigencias radicales han sido aceptadas de manera casi unánime por amplios sectores de la sociedad… cierre casi total de las actividades, desconcierto en todas partes ante lo desconocido. Todo por un enemigo prácticamente invisible que pone en juego la salud y la vida de todos”.

Considerando las implicaciones de un tiempo difícil en lo social por las evidentes consecuencias económicas y sociales, esta pandemia requiere de “la lectura religiosa “acercarnos a la lectura de los signos de los tiempos para interpretar en los acontecimientos lo que Dios quiere decirnos, no sólo para cuidar la salud y la vida presente, sino la salvación y la vida eterna”.

Una interpretación acerca del significado de la ceniza y los símbolos de la cuaresma fue propicia para decir que el tiempo de pandemia es considerado como cuaresma existencial que comienza “aceptando su realidad y exigencias básicas. Cuidando de manera responsable la salud, vida y siendo corresponsables con los demás. Todo negacionismo de cualquier tipo es ya una actitud que nos impide caminar con los demás para dar el verdadero sentido y salir fortalecidos, no solamente debe representar para nosotros un tiempo de miedo obsesivo y casi irracional sino una experiencia en la que debemos preguntar lo que Dios espera de nosotros”.

Ante el riesgo de ver la pandemia como un tiempo tedioso sin mayores frutos espirituales, se advierte del peligro de sólo llegar al final sin más consecuencias. Rememorando la oración al mundo del 27 marzo del 2020, el presbítero llamó la atención de los particularmente tocados en la pandemia como niños y jóvenes “marcados por un proceso educativo impersonal, lleno de limitaciones y de experiencias de vida… si alguien debe ocuparse de todo esto son los ministros del Señor” quienes deben estar pidiendo constantemente la misericordia del Señor.

Al citar los textos evangélicos de Marcos, citado por el Papa Francisco es esa ocasión del 27 de marzo,  el rector de la Universidad Pontificia tocó algunos de los duros hechos que viven miles en el mundo como la pérdida de empleos y el sacrificios de las ganancias e incluso de las parroquias cerradas por meses al ser consideradas como lugares de actividades no esenciales y además “como si algo faltara, consideradas entre los lugares más peligrosos para la convivencia social en este ambiente de contagios. Ya sólo esto es todo un reto y desafío hacia nosotros mismos… ¿Qué dice Dios con esto?

Flores Ramos reconoció las penurias económicas que han azotado a la Iglesia, incluso la situación difícil que ha desestabilizado las finanzas de la Iglesia: “Hemos sobrevivido muchas dificultades, unos más otros menos, pero nadie, ninguno puede decir que no ha pasado por problemas económicos que se reflejan en la situación de las parroquias, la Catedral, la Basílica y, por supuesto, la curia arquidiocesana que manifiesta carencias en todas sus actividades y compromisos. En esta barca, estamos todos”.

Al señalar cómo también la pandemia ha cobrado su cuota entre los clérigos como ha sido con millones de personas, el rector Flores Ramos hizo énfasis en el significado de estos decesos que se presentaron desde el principio de los hechos. “También para nosotros es el mensaje, estén preparados que no saben ni el día ni la hora. Un mensaje que debemos recibir sin temor, con realismo, es lo que predicamos. Por supuesto que debemos cuidar nuestra vida, es nuestra primera responsabilidad, más aún debemos ser los primeros en dar ejemplo a los demás…”

Y aunque este tiempo implica una dura situación, advirtió que “la tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y ha dejado al descubierto nuestras falsas y superfluas seguridades… de pronto nos encontramos con la tormenta y nos damos cuenta de que, por mucho tiempo, no hemos escuchado el grito de los pobres cada vez más necesitados, la urgencia de nuestras comunidades a las cuales abandonamos, ni siquiera nos damos cuenta de nuestra sociedad gravemente enferma. Hemos continuado imperturbables en nuestras rutinas pensando que nos mantenemos sanos en un mundo enfermo…”

Lejos de ser un tiempo sin sentido, a juicio de Mario Ángel Flores es un particular tiempo donde Dios nos confronta con los signos que nos deben llevar la conversión, al reencuentro con Dios y renovación con la vida. “Las circunstancias deberían formular las preguntas más profundas y sería estéril si los clérigos no formularan las siguientes preguntas: “¿hacia dónde me lleva el navegador de mi vida? ¿Hacia Dios? ¿O hacia mi yo egoísta? ¿Dónde puede estar Dios en este drama universal? Lejos de ser interpretada como un castigo divino, la pandemia es tiempo de prueba y gracia, oportunidad en la vida para crecer en la fe … no tanto para confirmar que Dios existe y más bien para seguirlo y confiar en Él. “Nos llama a tomar este tiempo de prueba como un tiempo de elección, tiempo de elegir en lo que verdaderamente cuenta entre lo que pasa y es superfluo” y en donde los presbíteros deben recuperar el sentido de la vocación. “Sin fe, sólo vemos la oscuridad ante el drama humano y nos invade el miedo que nos paraliza”.

Y citando al Papa Benedicto, Mario Ángel Flores señaló: “Sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de un modo adecuado y realmente humano… En medio de toda esta tragedia, Dios está en la cruz, está en el amor… está en quien sufre y experimenta la profunda fragilidad existencial y está en quien entrega la vida por el bien de los demás”.

Descartó que las acciones de los ministros sólo se reduzcan al cierre de templos y seguir escrupulosamente las exigencias sanitarias de las autoridades. La fe tiene implicaciones más profundas que sólo las de la responsabilidad en este sentido, así preguntó: ¿Qué hacemos en nombre de Cristo además de cerrar las puertas de las parroquias? ¿Realmente los pequeños y vulnerables están en medio de nuestras preocupaciones? En medio de la tormenta, los presbíteros deben seguir sirviendo al mundo dando testimonio de fe y esperanza “no como los discípulos encerrados y por miedo… sino poniendo la lámpara en lo alto para que ilumine a todos”.

Al citar la última encíclica del Papa Francisco Fratelli Tutti, resaltó la médula del documento, la parábola del Buen Samaritano, en donde podemos ver a la “humanidad herida, despojada en medio del camino, necesitada de Dios, pero también de unos y otros. Jesús no se detiene en el mal… Lo que le interesa es la reacción que tenemos ante el mal”.

Al desentrañar  el significado de la parábola bajo el criterio del Papa Francisco expuesta en la encíclica, explicó el motivo de quienes hacen el mal, en ellos está en la indiferencia y el corazón vacío. “Los salteadores del camino suelen tener como aliados secretos a los que pasan por el camino mirando a otro lado, hay en el fondo una triste hipocresía y falta de compromiso”. Sin embargo, hubo uno que se acercó a él y le dio lo que tanto regateamos, “le dio su tiempo, cuando damos tiempo partimos nuestra vida”.

En la conclusión de la exposición, Flores Ramos insistió en que la manera para salir de la pandemia es la confrontación existencial que no sólo debe instalarse en el hábil manejo de los recursos tecnológicos de los que se vale la llama creatividad pastoral sino volver e ir al encuentro del otro: “nos dicen ya nada será igual. ¿De veras creemos esto? ¿En verdad esperamos un mundo distinto por su desarrollo científico y tecnológico? Claro que tendremos que saber usar todas estas herramientas cada vez mejor, son muy útiles, pero no estamos deseando volver a encontrar como siempre lo hemos hecho a la familia, ¿los amigos, la comunidad, la sociedad? ¿Quién no anhela volver a caminar sin miedo por el mundo acercándonos a los demás y compartiendo los distintos momentos de la existencia, volver a las actividades cotidianas…? En todo caso, pensemos en un mundo totalmente distinto porque hemos redescubierto el valor de la vida frente a la fragilidad… Cada generación tiene su momento de prueba, nadie sale igual de ella”.

En el mensaje final, el presbítero concluyó para proyectar lo que podría ser el rostro de la fe y la manera de hacer a la Iglesia en donde estará un pequeño núcleo fiel frente a la mayoría instalada en la secularización postpandémica y de los desafíos del ministro que se enfrenta a un campo urgido de trabajadores que parecen estar tentados por el funcionalismo y la mentalidad de la pastoral empresarial: “Como decía san Pablo hablando de la Parusía, los que vivamos, los que quedemos, no lo sabemos, no nos adelantaremos a los que ya no están. Al final de esta pandemia encontraremos dos rostros de la misma sociedad, un pequeño núcleo ansioso de reencontrarse con la vida sacramental, pero por otra parte, amplios sectores, ajenos e indiferentes, a nuestra vida religiosa en general y católica en especial.

“No es el momento de analizar los números de los censos recientes que ya nos hablan de esta situación. Lo importante es lo que nosotros debemos representar a este ambiente. Seamos portadores de esperanza, renovemos nuestros estilos pastorales, superemos la tendencia de esperar a que llegue la oveja perdida cuando lo que nos apremia es salir a buscar y desgastar nuestra vida por el anuncio del Evangelio. Amar hasta la cruz y abrazar el dolor que redime como experiencia del Único y mismo Dios… ante una sociedad que se aleja de los principios y valores del Evangelio, cobra toda su actualidad la propuesta de Evangelii Gaudium.

No estamos en un tiempo para discutir con la cultura sino para dar testimonio de nuestra fe… Dejemos la mundanidad espiritual que nos lleva a envolver la pastoral en un falso funcionalismo empresarial donde perdemos infinidad de tiempo. Dejemos la guerra entre nosotros que derrumba la construcción del Reino… Es tiempo de una espiritualidad misionera, de discípulos convencidos del Evangelio de Jesucristo para la salvación del mundo.. La míes es mucha y parece que los trabajadores somos pocos… Seamos portadores de la alegría del Evangelio”, concluyó.

La reflexión completa del rector de la Universidad Pontificia de México puede verse aquí

Volver arriba