Virgen, sicarios y santa muerte

Roberto Blancarte / Milenio. 14 de diciembre.- Hay una enorme contradicción entre por un lado la pretensión que el catolicismo popular sea la principal forma de expresión religiosa de los mexicanos y, por el otro, que los criminales no formen parte de la misma. Según una nota publicada en un periódico de circulación nacional, “el ensayo La fe de los sicarios, difundido por el sistema informativo de la Arquidiócesis de México, analiza ‘el estrecho vínculo’ entre el narcotráfico y prácticas como la santería, el satanismo y la brujería.” El objetivo de dicha publicación sería “desterrar del imaginario colectivo que los narcos son predominantemente católicos”, según su autor, el director de un “Consejo de Analistas Católicos de México”.

En otras palabras, ahora nos quieren hacer creer que las convicciones católicas de muchos criminales y narcotraficantes son falsas, lo cual francamente me parece difícil de probar y hasta un tanto abusivo en contra de las creencias de estas personas, dada la cantidad de testimonios de la religiosidad y adhesión a la Iglesia católica por parte de muchos miembros del crimen organizado. De hecho, es muy frecuente que al ser capturados, los delincuentes manifiesten creencias católicas. Que éstas sean vividas de manera incongruente no los hace, desde mi punto de vista, menos católicos. Los convierte en pecadores que se salen del estándar, parafraseando al presidente Felipe Calderón; en ovejas descarriadas que no han sabido vivir de acuerdo con los mandamientos (no robarás, no matarás), pero no necesariamente en herejes, cismáticos o sectarios.

Son católicos a su manera, como lo son muchos de los que llegan a darle las mañanitas a la Virgen de Guadalupe el 12 de diciembre a la Basílica o a otros tantos lugares donde la tradición en la creencia del milagro se reproduce. No quiero decir con esto que todas las formas de religiosidad popular son nocivas, criminales o pecaminosas. Más bien significa que nadie puede hablar de la pureza en las creencias y prácticas católicas porque éstas, particularmente en nuestro continente pero también en otros lugares, siempre han estado llenas de sincretismos, de adaptaciones, de mezclas y de adiciones de rituales y cultos locales heterodoxos. Así, el texto señalado asegura por ejemplo “que los sicarios mantienen una falsa adhesión a la fe católica”. En otras palabras, este consejo de analistas, bajo el amparo de la Arquidiócesis Primada de México, pretende decir cuál es una verdadera y cuál un falsa adhesión a la fe católica. Camino muy peligroso, pues la propia jerarquía suele ser muy cuidadosa en hacer este tipo de señalamientos, que fácilmente podrían interpretarse como decretos de excomunión.

Decir que alguien tiene “una falsa adhesión católica” es pretender erigirse en una nueva inquisición, sustituir a la Congregación para la Doctrina de la Fe y señalar a los que se salen del camino como herejes o disidentes religiosos. ¿Quién tiene derecho a decir que alguien es portador de una falsa adhesión católica? Hasta ahora, la jerarquía no se ha atrevido a excomulgar a los narcotraficantes. Y no lo ha hecho por diversas razones, que van desde el miedo a las represalias, hasta la clara conciencia de que éstos nos son los primeros criminales con los que la Iglesia ha tenido que lidiar, tratando de que sus actos se ajusten a lo dictado por las sagradas escrituras y las enseñanzas de la Iglesia. Pero eso deja mucho margen de negociación.

Al mismo tiempo, la institución eclesiástica ha tenido que contemporizar con creencias y rituales populares, antiguos o nuevos, sin por ello pretender que los que no siguen las reglas y dictados del catecismo están por ello fuera de la Iglesia. Así por ejemplo, es bien conocido que la Santa Muerte es venerada por muchas personas cercanas a la violencia criminal o institucional (policías y ladrones, judiciales y narcotraficantes, etcétera). Pero sería un error pensar que únicamente este tipo de personas están atraídas por esos cultos populares, o que los sicarios y criminales son, como señala el mencionado ensayo, “manipulados por líderes supersticiosos y de sectas, donde éstos han creado en los asesinos a sueldo una visión ilusoria del mundo, causando una escala masiva de violencia”.

La verdad de las creencias es mucho más compleja. Buena parte de los criminales sigue siendo católica al mismo tiempo que estas personas incorporan nuevos rituales. Muchas veces, lo único que los criminales necesitan es darle un mínimo de coherencia a sus propias actuaciones y es evidente que éstas entran en contradicción con las enseñanzas eclesiales (si es que hubo alguna, con profundidad), por lo que incorporan otros cultos con el objeto de lograr una narrativa de vida coherente. Pero no por ello se sienten menos católicos; en todo caso se consideran más pecadores y, como muchos otros, en busca de redención. En otras palabras, la jerarquía católica no puede pretender echarle la culpa de la violencia de sus fieles a las “sectas” y “líderes supersticiosos”. La Iglesia no puede limpiar la imagen de la institución negando a sus seguidores, aun si éstos son criminales. Más bien tendría que llevar a cabo un examen de conciencia para encontrar lo que ha hecho mal, o no ha sabido hacer.

blancart@colmex.mx
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